—Al fin nos presentan como es debido, después de tantos años en el circuito —dijo A. J. una vez terminaron los saludos, mirándome con una intensidad abrasadora—. Un gusto conocerte, Maryanne.
Esa voz. Era profunda, ronca, llena de promesas lujuriosas. Mi mente creó inevitablemente miles de imágenes eróticas en menos de lo que dura un temblor. Imágenes cuyos protagonistas eran su cuerpo y su voz, seduciéndome, incitándome. Y la forma en que había dicho mi nombre...
¿Qué diablos fue todo eso? Nunca un hombre me había hecho sentir tan consciente de mi cuerpo como mujer. Yo no soy el ser más femenino del planeta precisamente, nada me impresiona respecto al sexo opuesto con facilidad. Entonces viene este hombre y todas mis hormonas femeninas (increíble, ¡las tengo!) cantan como si fueran el coro de niños de Viena. ¿Cómo es posible?
Por unos largos segundos que no pude calcular —otra novedad en mí—, me quedé allí, hipnotizada por aquellos ojos de halcón que parecían mirar los lugares más recónditos de mi alma. Mi mano seguía aprisionada por la suya, haciendo que sintiera la misma arder. Cuando se la llevó a sus labios, quise morir de placer. Jamás un gesto tan caballeroso como lo era besar una mano lo había experimentado de ese modo tan provocativo, tan sensual. Tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano para hablar coherentemente.
—Lo mismo digo, señor Kerr...
—¿Señor Kerr? —él rio suavemente, soltando mi mano, y eché de menos el contacto enseguida— Qué formal, señorita St. John. Me hace sentir viejo. ¿Por qué no nos tuteamos mejor?
¿Viejo? Créeme, con ese cuerpazo que se gastaba, nadie lo consideraría viejo. Por otro lado, su comentario tenía el fin de hacerlo ver como el vanidoso que, obviamente, no era.
—Como quieras, A.J. —respondí, notando cómo se le oscurecían los ojos al escuchar su nombre salir de mis labios—. Hace demasiado tiempo que no se sabe de tí en las pistas de esquí.
La sonrisa de A.J. era cínica.
—Me han echado de menos, ¿eh?
A mí no me engañó. Tras su tono burlón y arrogante, había cierto dolor que me llamó la atención. De más está decir que me intrigó.
—El esquí masculino se ha puesto la mar de interesante en los últimos años...
—No seas tan diplomática —A.J. levantó una mano con aire de suficiencia—. El esquí no es lo mismo sin mí, punto. Ha dejado de ser divertido.
—Por lo visto, tú no tienes problemas de autoestima —repliqué sin poderme contener. El A.J. Kerr que tenía enfrente era el mismo que mostraba a la prensa, prepotente y pagado de sí mismo. Para nada me impresionó.
—Oh, vamos, no puedes negarlo.
La verdad sea dicha, el dominio que A.J. Kerr ejercía en las pistas de esquí cuando competía era, simplemente, absurdo. Era prácticamente un dios en el deporte; la revista lo había descrito bien. Sus logros eran la prueba, él estaba por encima de sus competidores. Iba cien pasos por delante de todos, adelantado a su tiempo. Lo más importante era que Kerr hacía a su competencia mejor. En su afán por derrocarlo de su trono deportivo, los demás esquiadores se esforzaban por ser mejores cada día. Y nadie podía decir lo contrario.
—Puede —respondí indiferente. No iba a inflar su ego.
—Tranquila —él se rió—. Ya no tienen que esperar más. El próximo mes hago mi regreso al esquí oficialmente al presentarme a los entrenamientos pretemporada.
La noticia me dejó boquiabierta. Y a Blake también. ¿Va a volver al circuito y nadie lo sabe aún, incluído su mejor amigo? Interesante. ¡Y estará en Portillo! Él, mientras competía en el pasado, nunca había acudido a los entrenamientos de verano. De ahí que dijeran que su forma de entrenar era inusual.