Calienta mi Corazón

Capítulo Cinco

            El sonido de mi móvil anunciando un mensaje de Whatsapp me despierta tras una larga noche en la cual, en vez de dormir, me la pasé dando vueltas en la cama la mayor parte de ella.

            Me siento intranquila, y con razón. Hoy comienza la semana que pasaré con A.J. Kerr.

            Eso, sin duda, es más fácil decirlo que hacerlo. Después de todo, hemos dejado claro la manera en la que él afecta mis sentidos. Es todo un reto lo que tengo enfrente. Aunque, si hay algo que mis hermanos, primos, Matthew y Benny siempre han destacado de mi personalidad es que, según ellos, tengo la habilidad de crecerme ante las adversidades. Mi recuperación tras la caída es el mejor ejemplo.

            Mi móvil suena en el momento oportuno, pues no me interesa pensar en aquellos meses duros ni en esa mañana de enero, ¿por segunda vez? Mirándolo de prisa, me doy cuenta de que tengo doce llamadas perdidas, catorce mensajes de texto, ocho de Messenger e, incluyendo el que acaba de entrar, cinco de Whatsapp. El último es el único que leo, ya que todos son de Benny y tienen el mismo fin.

Ben:   Si no quieres que llame al 911 y te reporte como desaparecida para que activen la alerta Amber[4], ¡agarra el puñetero móvil dentro de los próximos tres segundos y respóndeme, bruja del demonio!

 

            Me río a carcajada limpia. Únicamente cuando Benny deja salir a la drama queen que lleva dentro, puedes notar que él es gay. Le respondo.

Yo:  Estoy dormida, idiota. Buenos días, por cierto. En tu caso, buenas noches, por aquello de que estás en Sydney.

 

Treinta segundos después, llegan las respuestas de Benny en tres mensajes seguidos:

Ben:  Si hubieses leído TODOS mis mensajes, sabrías que te dije “Buenos días” en el primero que escribí.

Ben:  ¿Dormida? ¿A las siete de la mañana? ¿TÚ?

Ben:   ¿Qué diablos hiciste anoche?

 

            —¿¡QUÉEEEEEEEEEEE!?

            Verifico la hora en el móvil. Efectivamente, son las siete y seis de la mañana. ¿Lo peor? ¡A.J. y yo acordamos reunirnos a las ocho en el vestíbulo del complejo para desayunar!

            Lo que más mortifica es el hecho de que yo me levanto los siete días de la semana a la misma hora: cuatro de la mañana. Desde que tengo uso de razón, me levanto a esa hora con más precisión que un reloj suizo. Claro, que haber tenido una pesadilla, otro ingrediente más para mi receta de desvelo nocturno, no ayudó mucho. Maldito Max...

            Salto de la cama con el móvil en la mano, y mi rodilla lo resiente de inmediato, aunque no como para preocuparse. Lamentablemente, no tengo tiempo para hacer los ejercicios especiales para fortalecer esa área de mi cuerpo, dañada durante mi caída. Voy al cuarto de baño mientras cierro Whatsapp y llamo a Benny.

            —¿De verdad acabas de levantarte? — él pregunta como saludo. Esta vez solo deja sonar el móvil una vez. Bien por él.

            —Sí —pongo el altavoz para poder darme una ducha rápida mientras hablo con mi mejor amigo. Por supuesto, coloco el móvil en un lugar seguro para que no se moje, aunque sea a prueba de agua—. No dormí bien anoche.

            —Déjame adivinar. Cierto papasote de ojos amarillos te mantuvo en vela.

            «Entre otras cosas», digo para mis adentros. Me agarro a su teoría certera. Es eso o hablarle de mis pesadillas. De nuevo.

            —¿Amarillos? Son marrones, Ben. O eso creo.

            —¿O eso crees?

            —Ayer se veían verdes en el despacho de Blake. Y del color del coñac cuando nos despedimos, ahora que lo recuerdo.

            —Yo los vi amarillos la semana pasada. Posiblemente, le cambian de color con la luz, como a Gavin.

            —Gavin tiene los ojos marrones. Unas veces más claros que otras, pero siempre marrones.




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