Calienta mi Corazón

Capítulo Siete

            —¿Qué significa A.J.? —quiero saber cuando nos subimos al todoterreno que utilizaremos para ir a Beaver Creek.

            Luego de su “declaración de intenciones”, yo decidí no morder el anzuelo. El saber que está interesado en mí me halaga, no lo niego. A la vez, me hace desconfiar, y eso me detiene. Vamos, que un hombre cómo él, acostumbrado a que todas las mujeres se tiren a sus pies, se fije en mí de repente, NO es normal. ¿Tal vez su interés radica en el hecho de que, contrario a las demás mujeres que han pasado por su vida, yo no lo he hecho? ¿Qué otra alternativa puede existir que no sea esa? ¿Un romance de verano? Imposible esa última opción, además de absurda.

            De modo que volvimos a temas menos peligrosos y, una vez terminamos de desayunar, nos dirigimos al todoterreno.

            Genial. Otro pequeño espacio en el que estaré una hora y cuarenta y nueve minutos con A.J. Kerr.

            Él muestra su sonrisa sexy marca de la casa, esa que guarda para las mujeres que intenta llevarse a la cama, las cuales caen siempre presas de sus encantos. Por supuesto, yo me quedo impasible ante su sonrisa.

            «Sigue diciéndolo a ver si algún día te lo crees, St. John».

            —¿Arrogante Juerguista? —pregunta a su vez, divertido.

            —Arrogante, sin duda. Y si me dejo llevar por los tabloides, juerguista también. Arrogante Juerguista Kerr. Te queda bien.

            —Luego dices que yo no tengo reputación —él sonríe, pero esta vez hay cinismo en su expresión y su voz—. Me sorprendes, St. John.

            —¿Por qué?

            —No me diste la impresión de ser de las que se creen todo lo que aparece en internet como si fueran los evangelios.

            —Dije “si me dejo llevar por los tabloides”, Kerr. No lo creo todo —replico con cierta molestia—, y no tengo tiempo para estar metida en internet veinticuatro/siete —lo encaro—. ¿En serio no me vas a decir tu nombre completo? Me siento en desventaja.

            Sus ojos ¿grises esta vez? me miran interrogantes por un tiempo indefinido que, por segunda vez desde la tarde anterior, fallo en calcular.

            —Podría decírtelo para que no te sientas así, Maryanne Elizabeth —mi nombre completo en sus labios tiene una sensación casi orgásmica en mi cuerpo, a pesar de haberlo dicho en tono de burla—. Pero, luego tendría que matarte.

            Me río con su ocurrencia. ¿Qué más puedo hacer?

            Por el rabillo del ojo detecto, de improviso, el movimiento de su mano derecha hacia el bolsillo de su pantalón. Sabiendo que no es su móvil, ya que él lo había guardado en el bolsillo izquierdo —sí, me fijé en ese detalle y, lo acepto, en lo bien que le quedan los vaqueros—, abro mi bolso de viaje y localizo lo que busco. Solo tardo siete segundos con tres centésimas en sacar mi iPod del bolso, colocarlo en el adaptador del coche y desbloquear la pantalla para su uso.

            —¿Qué diablos...? —exclama A.J. sorprendido con mi rapidez, apenas sacando el suyo en ese momento—. Menudos reflejos, St. John. No me diste oportunidad de sacarlo del bolsillo. ¿Cómo lo hiciste?

            —Se llama organización, Kerr. Sé dónde está cada cosa en mi bolso.

            —Querrás decir milagro —se burla—. Que una mujer tenga un bolso organizado, con todo lo que llevan dentro, es una increíble hazaña.

            —Puede ser —me río al recordar que mis cuñadas y mi prima utilizan maxibolsos y nunca encuentran nada, parece que sus artículos van a parar a la “dimensión desconocida”—, pero ha hecho que sea más rápida que tú.




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