Calienta mi Corazón

Capítulo Trece

Beaver Creek, Colorado

 

            Luego de hacer mi carrera matutina, me salto el gimnasio. Hoy es el último día de trabajo en el complejo y quiero pasarlo lo más relajada que pueda.

            Como si eso fuera posible.

            Los pasados cuatro días han sido complicados. No por el trabajo, éste ha fluido bien. Los procesos de construcción ya han terminado, el inventario está completo y el noventa y ocho porciento del personal ha sido contratado y está en proceso de adiestramiento. Hoy terminamos de llenar todas las plazas vacantes y afinamos los últimos detalles en el área de las pistas. Una pena que estemos todavía a finales de julio. Hubiese sido divertido estrenarlas. Deslizarme por las nieves tiene un efecto tranquilizador en mí.

            Pero con A.J. Kerr pisándome los talones a cada rato por el complejo, ni esquiando me hubiese tranquilizado, de haber podido hacerlo.

            Sigo algo molesta con él; es el más sencillo de los sentimientos que albergo. Su acusación de que lo utilicé para sustituir a otro hombre todavía hace que me hierva la sangre, y no precisamente en el sentido erótico-sexual. Ha insultado mi inteligencia al decidir semejante idiotez. ¡Que le agradezca al cielo que aún conserva las joyas de la Corona!

            Aunque tengo que confesar que, más que molesta, estoy dolida, herida. Yo nunca haría a otro lo que no me gusta que me hagan a mí. Que A.J. piense que yo sería capaz de una cosa así, deja claro que él no me conoce en absoluto. Por eso duele su acusación, así como su rechazo.

            Porque, me he dado cuenta en los pasados cuatro días, estoy comenzando a tener fuertes y, lo admito, aterradores sentimientos por él.

            La tirantez que ha suscitado esta situación entre nosotros se ha visto reflejada en el trabajo. Si bien los objetivos que nos trazamos al inicio de la semana se han cumplido y han superado nuestras expectativas, la relación distendida que tuvimos los primeros días ha desaparecido. Desde el día siguiente a la cena, que compartimos helicóptero para regresar a Beaver Creek, cuyo viaje fue la mar de incómodo por la tensión latente entre ambos, ya no compartimos las comidas, ni nos quedamos hablando y riendo por horas una vez terminada la jornada, como lo hicimos durante nuestro primer desayuno y el viaje en coche... La complicidad que hubo una vez ya no está, y echo de menos nuestras charlas y la conexión que tuvimos desde el principio.

            Con excepción de las horas laborables, apenas nos vemos. Ni siquiera en el apartamento. Las cosas empeoraron dos noches después del beso. Esa madrugada, en la que no dormí ni media hora (veintidós minutos y cuarenta y nueve segundos exactos) por culpa de otra pesadilla, escuché un grito. Me levanté y salí de la habitación, buscando de dónde provenía. Aunque ya lo sabía. La voz de A.J. era inconfundible.

            Entro en su habitación, quedándome petrificada por unos segundos. ¡A.J. tiene pesadillas, igual que yo! Lo escuché gritar de nuevo, retorciéndose entre las sábanas, y reaccioné por puro instinto: me metí en su cama y lo abracé. Así estuvimos por casi una hora, mientras le susurraba al oído que estaba allí para él. Lo único que se escuchaba, una vez cesaron los gritos, fueron los sollozos de A.J., que llamaba en susurros a una tal “Katie”.

            ¿Quién sería esa “Katie”? No tengo la más mínima idea. No me quedé en la habitación el tiempo suficiente para averiguarlo. Y de hacerlo, no me hubiese atrevido a preguntar. Ya había invadido su intimidad al entrar a su habitación, así que tan pronto me percaté de que la pesadilla había terminado, me levanté y salí de allí.

            Desde entonces, A.J. no volvió a dormir en el apartamento. Supongo que pasó las siguientes dos noches en su casa. El argumento que utilizó la primera noche, cuando le pregunté por qué no se iba a dormir allá y se quedaba en el complejo, era que su casa estaba a las afueras de Beaver Creek y no quería hacer el viaje correspondiente dos veces al día. Al parecer, cambió de idea.

            —Buenos días.

            Levanto la cabeza como si me hubieran pinchado con un alfiler y lo veo de pie junto a la mesa que ocupo en el restaurante. Decidí desayunar en este en particular porque está ubicado justo al lado de la estación de esquí principal y, ya que vamos a trabajar aquí, es la opción más lógica. Aparte de tener unas vistas impresionantes de todo el complejo y sus alrededores, y hacen un genial té inglés.




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