Discretamente, A.J. me toma del brazo y nos escabullimos de la marea de personas reunidas en el parque recreativo. En vez de ir al apartamento familiar, nos dirigimos a la cabaña más lejana de la villa, buscando no llamar la atención de nadie. Queda claro que mi esquiador-rebelde-e-imbécil-sexy lo tiene todo fríamente calculado. ¿No dice ser “libre como el viento” y no planear nada? Contradictorio por demás.
Sin soltarme la mano, él saca la tarjeta electrónica de su bolsillo, abre la puerta y entramos a la cabaña. La puerta hace el clic correspondiente cuando abre y cierra. Inmediatamente, y sin darme oportunidad de vislumbrar la cabaña de dos pisos, su boca y sus manos están por todo mi cuerpo.
¡Dios, qué delicia! Este hombre puede hacer un manual y llamarlo Cómo volver loca a una mujer sin desnudarla. Tiene un doctorado Magna Cum Laude en Besología y Cariciología que me tiene temblorosa de pies a cabeza. Si besar y acariciar a una mujer fuera un deporte, A.J. Kerr ganaría la medalla de diamante, porque las tradicionales oro, plata y bronce serían inservibles para él.
Siento la madera tocar mi espalda al presionarme contra la puerta mientras continúa el asalto a mis sentidos. También hay otras cosas más interesantes presionando contra mi anatomía. Como, por ejemplo, la palpitante erección de A.J. al clavarse en mi vientre. De repente, mis pies no tocan el suelo. Instintivamente, le rodeo con mis piernas la cintura. Él me ha tomado en sus brazos, sin apartar su boca de la mía, y nos traslada hacia la habitación principal de la cabaña. Asumo esto cuando subimos las escaleras.
Finalmente, al llegar a la habitación, él abre la puerta y me deja en el suelo cuando entramos. Alcanzo a ver a vuelo de pájaro los pisos de madera pulida, los ventanales amplios, los techos abovedados, las puertas corredizas que dan a la terraza, el armario empotrado, la chimenea de piedra acorde con el exterior rústico de la cabaña, las paredes de color crema y la enorme cama matrimonial. Aunque todo parece estar en orden, como si fuera una cabaña vacante para su uso, tengo la certeza de que A.J. ha pernoctado las dos pasadas noches en esta cabaña, en vez de ir a su casa como creía. Su esencia se percibe en el lugar, y no tiene que ver con tenerlo cerca.
—Sigo molesta contigo —declaro, con la respiración agitada, cuando nos apartamos. Él cierra la puerta.
—Lo sé. Siempre respondes en monosílabos cuando lo estás.
¿Cómo diablos lo supo? Voy a tener una larga y tendida conversación con Blake. Sin temor a equivocarme, mi hermano mayor debe estar hablando más de la cuenta. Esa es la única forma de que A.J. sepa tantas cosas sobre mí.
—¿Y...?
Me toma en sus brazos y me besa de nuevo.
—Tú lo dijiste —agarra el borde de mi camiseta y me la quita con rapidez. Por fortuna, en lo que sería la segunda cosa femenina que me encanta después de los zapatos, soy una fanática de la lencería fina y llevo un juego color piel de encaje y seda. Que sea un poco masculina no quiere decir que voy a usar calzoncillos. ¡Gracias, Victoria, por tus secretos!—. Soy un imbécil. Los hombres lo somos por naturaleza. ¿Contenta?
—Es bueno que lo comprendas, pero no me alegra —me estremezco al sentir sus labios en mi cuello—. ¿Ahora sí quiero besarte?
—La otra vez también deseabas besarme.
Juega con mis pechos por encima del sujetador. Mis pezones responden alegres al contacto de sus dedos. Y se vuelven de piedra cuando él no se hace esperar y la prenda desaparece.
—¿Entonces? —jadeo involuntariamente.
—Entonces, ¿qué? —él también jadea cuando me ve desnuda de cintura para arriba. Me lleva a la cama.
—¿No vas a disculparte?
—¿Por qué no hacemos algo mejor?