Calienta mi Corazón

Capítulo Veintiuno

            Nunca había esquiado tan rápido. Lamentablemente, la adrenalina en mi cuerpo está en su máxima expresión y, al notar que aventajo a la esquiadora que se encuentra actualmente en la primera posición por catorce segundos y ocho centésimas, todo un universo en competencias de esquí alpino, decido continuar con mi carrera sin aminorar prudentemente la velocidad.

            En ese instante, preparo mi cuerpo para saltar. Levanto mis muslos hasta pegarlos a mi pecho y, en el momento que estoy en el aire, estiro mis brazos como si intentara volar. Me encuentro todavía en el aire cuando escucho el sonido de la madera romperse.

            ¡Clack!           

            ¡Crack!

            No tengo que llegar al suelo para saber lo que va a suceder. Voy a caer, y no va a ser de un modo elegante ni bonito. Voy a derrapar por las nieves hasta que mi cuerpo y la fuerza de la velocidad decidan cuándo parar. Caigo, y mi rodilla cede al sentirla romperse. ¡El dolor es infernal! Pero es lo que menos me importa ahora.

            Acabo de fallar la puerta.

            Voy a quedar descalificada.

            Voy a perder la carrera.

            Y, lo peor de todo, Max va a ser testigo de mi caída en desgracia.

*   *   *

            «Perdiste, Maryanne».

            —¡NO!

            Me siento en la cama con el corazón a mil, empapada en sudor y gritando descontrolada, a todo pulmón. ¡No quiero tener más pesadillas! ¿Por qué no me dejan en paz?

            —Maldito seas, Max. ¡DÉJAME. EN. PAZ!

            Inmediatamente, comienzo a temblar. A lo lejos, siento unos brazos que me rodean, tratando de confortarme. Una voz intenta colarse en mis pensamientos, pero yo sigo en la pesadilla, pese a tener los ojos abiertos.

            Max está ahí, mirándome.

            Desilusionado.

            Apenado.

            «Perdiste, Maryanne. Tienes que aceptarlo».

            —¡NOOOOOOOOOO! —vuelvo a gritar, fuera de control—. ¡Lárgate de una maldita vez!

            —Mer, ¡escúchame!

            «Perdiste, Maryanne. Y sabes de quién es la culpa».

            —Mer, cariño, ¡despierta ya!

            La niebla que me tenía atrapada se evapora de repente. Es entonces que siento el fuerte y a la vez delicado abrazo, los susurros que me dicen, «cariño, estoy aquí, contigo. Vuelve a mí». Alex.

            Alex me ha sacado de la pesadilla.

            Me aferro a él, como una vez él lo hizo conmigo. Odio sentirme así, tan vulnerable y expuesta en todos los sentidos posibles de la palabra, pero necesito tenerlo a mi lado ahora, como un barco necesita de un ancla para detenerse. Odio depender de otra persona, eso lo he aprendido de mi padre, pero no quiero que se vaya y me deje sola.

            ¿Qué diablos me has hecho, Max?

            —Tranquila, nena —Alex sigue susurrándome al oído con su voz relajante—. Estoy aquí. No te voy a dejar sola.

            Aprieto los ojos. Siento que me escuecen, como si fuera a llorar. ¡Yo no lloro NUNCA! Los aprieto más si puede para detener las lágrimas. ¡No voy a llorar por tí, Max!




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