Llevo casi tres semanas flotando en las nubes. O en las nieves, que es más o menos lo mismo.
Me siento diferente, más relajada, calmada, centrada. Disfruto como nunca de los pequeños placeres de la vida. Ya no tengo esa ansiedad por la perfección del pasado.
¿Qué ha cambiado? El amor tiene algo que ver. La vida con Alex es fantastibulosa. Curiosamente, no hay dramas ni escándalos y, por supuesto, no es para nada aburrida. Siempre hay variedad, y no hablo de sexo, aunque en ese renglón Alex cubre todas las bases y sus habilidades amatorias son ilimitadas. Sencillamente, son los momentos divertidos mezclados con la madurez y la seriedad de dos adultos que se complementan en todos los sentidos la verdadera diferencia.
Lo mejor de nuestra relación es que el centro de todo no lo es el sexo; increíble pero cierto, dada la pasión que derrochamos en cada encuentro y lo insaciables que somos el uno por el otro, aunque no deja de ser importantísimo para ambos. Hablamos mucho, de todo tipo de temas (en especial de Katie; Alex tiene en todos los dispositivos que trajo a Portillo miles de fotos y vídeos de su hija, los cuales, a petición mía, me ha mostrado hasta pensar que la conozco tan bien como si la hubiese tenido enfrente), y he descubierto que me encanta hablar con Alex, cosa nueva para mí ya que no soy de muchas palabras en lo que respecta a relaciones de pareja.
Mirándolo ahora, podría decirse que era muy... sumisa. Y tensa. Jamás imaginé que podría estar tan a gusto con un hombre con el cual comparto cama como lo estoy con Alex. Por primera vez, estoy con alguien que de verdad le interesan mis puntos de vista y con el que puedo expresar mis opiniones sin sentirme ansiosa por lo que pueda pensar de mí. De hecho, el tercer día de mi reposo tuve el periodo y lo pasamos en la cama debatiendo sobre cualquier cosa, viendo películas y escuchando la lista de reproducción rockera de Alex.
—He pensado que debo cambiar mi canción para cuando regrese a las pistas competitivas —me dice Alex con gesto malévolo esa mañana.
—¿Ya te cansaste de Guns 'N Roses?
—Nadie que dice amar el rock se cansa de Guns —responde como si yo hubiera blasfemado contra los dioses del rock—. Solo que ahora soy A.J. Kerr, versión 2.0. Necesito un nuevo himno acorde a mi nueva actualización.
Me río por su ingenio. Solo a él se le ocurren tales cosas.
—¿Y en qué canción has pensado?
Toma su iPod del adaptador en el que se encuentra y busca la canción en la lista de reproducción. De inmediato, la habitación se llena con los acordes de uno de los éxitos de Metallica. No puedo evitar burlarme de él.
—Creía que eras fan de los Red Sox.
—Lo soy —me mira, extrañado—. ¿Por qué lo dices?
—Enter Sandman es el tema que ponían cuando Mariano Rivera entraba al estadio a cerrar partidos.
Alex me besa en el punto de mi oreja que él sabe me vuelve loca.
—Estoy de acuerdo con los que dicen que Mariano Rivera está en la conversación del mejor lanzador cerrador de todos los tiempos, preciosa —me susurra al oído y me da otro beso. Mi cuerpo vibra con sus caricias—. Dicho esto, su único pecado en esta vida y en su carrera fue ser Yankee.
—Yo también soy Yankee, por si se te olvida —me aparto de él, con gesto desafiante. Un desafío que Alex acepta sin titubear.
—Y eres el único producto Yankee que voy a consumir. Puedes estar segura.
Toma posesión de mi boca y pone una mano en mi bajo vientre, masajeándolo, consciente de que gracias al periodo sus besos hacen que esa área se contraiga y me cause dolor. ¿Quién no se enamora de un hombre tan atento que se toma su tiempo para darte masajes cuando estás dolorida en esos fastidiosos días del mes?