Luego de mi conversación con Benny, me peino, me pongo las zapatillas deportivas y salgo, móvil en mano, a buscar a A.J.
En el camino me encuentro con algunas de las chicas del equipo. Me preguntan por “la noticia”, pero yo no les respondo. No tengo tiempo para alimentar la curiosidad de nadie. También veo a algunos esquiadores masculinos, de mi país y europeos, que me lanzan miradas curiosas y maliciosas. Demonios, la noticia comienza a regarse con suma rapidez. ¡Maldito A.J., por no mantener la puñetera boca cerrada!
Doy con él cuando está a punto de entrar en su habitación. Sus ojos se iluminan al verme a pesar de tener una sombra que no los deja brillar como deberían, pero estoy lo suficientemente enojada como para apreciarlo como se merece, así que le digo un escueto “tenemos que hablar” y lo apremio a entrar en la habitación.
Por desgracia, no me aparto a tiempo una vez la puerta se cierra y, de la nada, me encuentro entre sus brazos; su boca sobre la mía haciendo lo que mejor sabe hacer, volverme loca y llevarme a los cielos del placer.
Dios, este hombre es una maravilla besando. Cada beso que me da es mejor que el anterior y el éxtasis me consume. ¿Cómo es posible que me lleve a este estado, en que la lipotimia me posee y dejo de ser consciente de todo y todos a mi alrededor?
Me dejo llevar por las sensaciones que A.J. crea en mi ser por unos segundos más. Respondo a sus besos y caricias con la misma ansia que emana de su viril y fornida anatomía. Lamentablemente, la realidad se impone entre nosotros cuando escucho a lo lejos el sonido de un móvil. Mi cerebro registra que es el de A.J. y, al igual que el mío, brilla como si fuera un maldito árbol de Navidad.
Me aparto bruscamente, dispuesta a encararlo.
—¿No vas a responder la llamada?
—¿Qué? —él mira su móvil en la mesilla, con gesto confundido—. Quien sea puede esperar, ¿no crees?
Casi caigo en la trampa de su mirada lujuriosa y envolvente. Casi.
—No puede esperar —mis dientes rechinan del esfuerzo por no explotar—. Supongo que ya lo sabes, ¿verdad?
—Por supuesto. ¿Cómo tú lo supiste? ¿Ya Danielle lo sabe? ¿Ella te lo dijo? —él entrecierra los ojos.
—Benny también me lo dijo. Y todo el maldito planeta lo sabe.
El rostro de A.J. se torna pálido.
—Se supone que nadie debe saber de ello. ¿Cómo es que lo sabe Benny?
—¡Está regado por el internet! —grito, y entonces capto un detalle—. ¿De qué diablos hablas? ¿Por qué me preguntas cómo lo sabe Benny?
—¿De qué hablas tú, Mer?
Cierro los ojos. ¿Estamos en la misma página? El enfado me corre por las venas.
—¿A esto vamos a jugar? Bien, juguemos. Hay fotos nuestras circulando por las redes.
—¿Qué? —él se apresura a tomar su móvil de la mesilla. Es en ese instante que me doy cuenta de que, si él estaba entrenando y acaba de llegar a la habitación, se había dejado el móvil aquí, como tiene por costumbre. Eso dicen su mono de esquiar y las botas. Mira los mensajes y las llamadas, así como el reportaje que Dani me envió por Whatsapp, que supongo le envió Nick, según alcanzo a ver. Nada más leer el primer párrafo, abre los ojos como platos—. Demonios.
—Sí, demonios. Lo nuestro es de conocimiento público, A.J.
Él gira su rostro hacia mí, buscando respuestas en el mío. Ha notado la acritud con la que he dicho su apodo, además de no llamarlo Alex, como siempre hago. No puedo llamarlo así. Alex no me hubiese traicionado. A.J., por otro lado, es capaz de eso y más.