Calienta mi Corazón

Capítulo Veinticinco

Vail, Colorado

            El Universo conspira en mi contra. Cuando deseo encerrarme bajo llave y esconderme para lamer mis heridas y regodearme en el dolor, aparecen mis amigos. A mala hora le di a Benny una llave de mi casa.

            Y es que lo único que deseo hacer es llorar, gritar, tirarme a la cama a morir, emborracharme y olvidarme del mundo. Lo mortificante de todo es que no he hecho nada de eso. No es parte de mi naturaleza tirarme al abandono total, y menos por un hombre. Mi padre nos enseñó a mis hermanos y a mí el valor del trabajo duro y que debemos luchar por lo que queremos. Así hemos hecho y somos hombres y mujer de éxito.

            Solo que no me siento como una mujer exitosa. Sí, lo soy como atleta. Lo fui antes del accidente y con toda seguridad lo seré cuando regrese el mes que viene al circuito. En estos momentos, como siempre, el esquí ha sido mi escape al dolor, de modo que he entrenado hasta casi desmayar.

            Para mi desgracia, Matt se apareció por mi casa once días después de mi regreso a Vail. Supongo que tras la visita de mis hermanos el día anterior, ellos le avisaron a mi entrenador. Al confirmar lo que sea que le dijeron Christian y Blake, él me dio un sermón que hasta el Papa o Joel Osteen envidiarían. En síntesis, me prohibió pisar un gimnasio por las próximas tres semanas. Y para asegurarse de que no lo hago a escondidas, ¡se llevó la llave de la puerta de mi gimnasio privado, como si yo fuera una niña de diez años!

            «Si te comportas como si tuvieras diez años, es obvio que te van a tratar como tal, St. John».

            —Estás... ¿bien? —Benny arruga la nariz al entrar en mi cocina por el fuerte olor a detergente que hay en el aire. Como suele hacer cuando viene a mi casa, se sienta en una de las sillas alrededor de la isla de la cocina, uno de los tantos lugares que Alex y yo “bautizamos” cuando vinimos aquí, y toma una fruta del canasto ubicado allí.

            —Sip. Excelentemente bien.

            —¿Qué haces? —pregunta Gavin, extrañado.

            —¿Yo? —agarro el paño de limpiar y lo paso por la encimera—. Estoy sacudiendo el polvo y limpiando. Hay demasiado sucio aquí, ¿no creen?

            —Okeeeeeyyyyyy —Gavin pasa un dedo por la encimera de granito y se lo muestra a Benny. Está inmaculado. Y yo aún no limpio ahí. Escucho a Benny decir:

            —La perdimos. Solo limpia sin parar cuando algo anda mal y no puede desfogarse en el gimnasio. Lo hace hasta caer extenuada en la cama, lo que ocurrirá más rápido que ligero. Parece que hace un año no come, debe haber perdido unos diez kilos, mínimo.

            —Al menos, no se pone a hacer tartas como tú —se burla Gavin de su novio. El aludido saca su lengua.

            —No me gusta que la casa esté sucia —refuto molesta—. ¿Qué rayos hacen aquí?

            —¿Lo olvidaste? —Benny pone los ojos en blanco—. Es veinticuatro de septiembre, tonta.

            —Ah, el Maratón Serial.

            La verdad es que no me apetece ponerme al día con mis series favoritas. Ni siquiera la reina de las series que seguimos, Anatomía de Grey, me inspira a pasar largas horas frente a un televisor. Lo peor es que este año toca en mi casa. Siempre nos turnamos de casa para la reunión anual. El año pasado, por ejemplo, fue en casa de Danielle.

            —Merry, Merry, Merry —Benny se pone de pie al verme limpiar la encimera y me quita el paño y la botella de desinfectante—, el cloro te está matando las neuronas. Es la cuarta vez que limpias eso. ¿Por qué no te tomas un descanso y comenzamos el maratón?

            —Excelente idea, amor —secunda Gavin.

            —Pero... —protesto.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.