Cambiando La Emisora

CAPÍTULO CUATRO: Y SE APAGÓ

Y se portaba mal, muy mal.

El príncipe se convirtió en una bestia mientras marcaba su piel, el príncipe le dijo mentiras y ella le creyó.

La escondió en el castillo y la princesa se apagó.

La música urbana sonaba en casi todo el pueblo pero con más fuerza en la plaza, Yesmin estaba enviándole mensajes ya que él pasaría por ella porque sus padres no irían al bingo, se irían a comer solos. Así que desde temprano tuvo que bañarse, terminar de arreglar la ropa de trabajo para el lunes e ir a darle de comer a las ovejas.

Cuando estuvo listo, tomó las llaves y el celular pasando por la casa de Manuel, pero todo estaba oscuro, así que ellos ya debían estar en la plaza. El hombre ni bien tocó la puerta su hermana salió disparada, arreglándose y él sonrió viéndola arreglar el bendito cabello en todo el camino. Ni bien pusieron un pie ahí, ella se despidió yéndose con sus amigas, Abraham rápidamente se unió al grupo de sus amigos que compartían cerveza y con bingo en mano.

― Lourdes ha dejado claro que está enamorada de ti ―Edxon le tendió una cerveza de lata a Abraham, ambos miraron en direcciona la muchacha que reía con el grupo de sus amigas. Si, ella era hermosa e inteligente, una buena chica, pero él seguía enamorado de Sara―. ¿O quieres quedarte papayo?

―Pero, ¿qué tienen ustedes con qué me case? ―se carcajeó sentándose, dio un sorbo a la bebida y sus ojos viajaron hacia Manuel que venía con Lena y Sara, mientras los niños iban más adelante con los padres de ambos mellizos, Abraham pudo ver su rostro, sí; estaba más delgada y apagada, pero para él seguía siendo la mujer más hermosa―. Seré el tío con plata y guapo.

―Así que es verdad que Sara ha vuelto ―José Chamba señaló y todos voltearon a verla―. La recordaba diferente, ¿cuánto ha pasado?

―Quince años ―contestó y todos empezaron a reírse de él―. ¿Qué?

― ¿Cuentas los días, Tasayco? ―el moreno sonrió abriendo los brazos para verla sostener el brazo de Lena y detenerse por manzanas acarameladas, al ver que Manuel tiraba de su esposa para ir a jugar a la platita, él se puso de pie tendiéndole la bebida a Juan Carlos.

Todos empezaron a reír cuando avanzó directo hacia ella, podía sentir la mirada de todos, puesta en ambos, como si hubiesen esperado ese momento.

Él ladeó la cabeza y se colocó atrás suyo, demasiado cerca y aquello solo le dio una cachetada de su aroma a cítricos, la mujer al sentir la presencia se giró quedando demasiado cerca del hombre, él esbozó una sonrisa y ella tuvo que echar la cabeza hacia atrás para poder verlo bien, pero la reacción de ella no le gustó.

― ¿Qué haces aquí? ―tartamudeó y él al ver que le incomodaba que estuviera muy cerca, dio un paso hacia atrás alzando las manos pero la sonrisa se borró cuando los ojos de ella se apagaron, cuando su cuerpo tembló y de un momento a otro empezó a sollozar. Abraham quiso acercarse, pero la mujer salió corriendo y aunque quiso seguirla; Manuel se lo impidió.

Sara cerró la puerta atrás suyo y dejó de cubrir su boca, un sollozo escapó y se fue dejando caer al suelo abrazándose, dándose consuelo pero eso no ayudó porque los recuerdos vinieron por ella y aunque luchó; la vencieron.

― ¡Sara! ―Eder gritó y ella sostuvo el cuerpo de su hijito con fuerza a su pecho poniéndolo como escudo, así él no le pegaría, así ese día podría salvarse de un ojo morado o un dolor en las costillas―. ¡Puta de mierda! ¿Dónde estás?

Ella alzó la mirada mientras su pequeño bebé se aferraba a su cuerpo ignorando lo que estaba sucediendo ahí. Ella avanzó y él cruzó la puerta, los ojos enrojecidos porque estaba ebrio, la ropa sucia y las mordidas en su cuello, así que no tuvo que adivinar para saber que él había estado con otra mujer.

―Eder basta, el bebé está durmiendo ―trató de que su voz no saliera temblorosa para no darle poder, pero aquella sonrisa que él tuvo, la hizo sentir miedo. Él avanzó, mucha más grande que ella y pesando el doble. Subió la mano llevándola a la mejilla de la mujer, ella mordió su labio bajando la cabeza y Eder envolvió con fuerza su mano en el cuello, apretó arrancándole quejidos pero eso no lo detuvo.

―Deja al churre en su cama y ve a la habitación ―señaló y aunque ella quiso negar, él negó sonriendo, así que al final asintió viéndolo arrastrarse hasta la habitación. Ella apretó el cuerpecito del bebé y besó su frente, sus mejillas rojas y luego lo depositó en su cama con ternura, pidiéndole a Dios que los cuidara, a sus dos hijos y si podía; a ella también.

Tiró de la chompa de hilo color celeste agua que su suegra se la había regalado para navidad del año pasado, aquella señora sabía lo que su hijo le hacía, pero ella también callaba, ella también había sido apagada y una vez le dijo en un susurró con lágrimas en los ojos: huye hija, huye o el diablo te matará.

Pero Sara no encontraba el valor, y mucho menos huir con Jimi siendo tan pequeñito. ¿Cuánto más debía aguantar? Tal vez solo debía ser buena, mejor de lo que era y él no volvería a ponerle un dedo encima.

Avanzó con cuidado y cuando llegó a la habitación no lo encontró, avanzó y la puerta se cerró, se giró con miedo y Eder se acercó con rapidez lanzándole una cachetada con fuerza. La mujer gimió llevándose la mano a su mejilla que ahora ardía, cayó a la cama y bajó la mirada sollozando.

― ¡Hija de la gran pucta! ―gritó tomándola con fuerza del cabello para levantarla, los ojos de ella se fueron apagando mientras se inundaban en lágrimas―. ¡¿Qué andas diciendo en la calle?! ¿Qué te pego?

― ¡No, Eder! ―ella trató de soltarse pero él la sacudió con fuerza y la lanzó a la cama. La mujer se encogió cuando Eder trepó a la cama, los ojos oscuros como la noche y Sara se preguntó dónde había quedado el príncipe que la enamoró hace años. Tal vez eso lo merecía, tal vez no debió sonreír, tal vez no debió llorar con la vecina después de uno de los golpes de su esposo, tal vez debió callar.




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