Cambiando La Emisora

CAPÍTULO SIETE: UNA SONRISA PEQUEÑA

Le sonríe al mundo diciendo que es valiente y sus noches son eternas, ahí, envuelta en una cobija llora por que la valentía se ha quedado en la puerta. Porque es cobarde y él otra vez rompe su espíritu. Y él vuelve a romperla.
 

Sara gimió haciéndose un ovillo en la cama, trató de cerrar los ojos, de dormir, pero esa noche no podía, el corazón le latía con fuerza y aunque había logrado escapar de Eder, en los sueños la visitaba para robarle la valentía, o para asegurarse que ya no quedaba nada de la Sara que enamoró.

Las noches y las mañanas eran las más frías, y más esa noche que estaba lloviendo, sin electricidad y sin estufa. Había escuchado a Jimi llorar, pero ella no se había movido de la cama, no se había querido mover ni un solo centímetro, se odiaba, estaba odiando ser ese tipo de mujer que abandona a sus hijos, que pone su dolor sobre ellos ¡Debería ser madre! Pero tal vez ya no tenía fuerza, o verlos le recordarían el infierno que vivió con el padre de ellos.

Se puso de pie, tomó la chaqueta gruesa que su hermano Manuel le había dado y se la puso, del cajón de la mesa de noche sacó una cajetilla de cigarrillos y un encendedor. Salió a la terraza, cerró bien la chaqueta y se alejó para que el agua no le cayera, se quedó ahí, con el cigarro en la boca, dando lentas caladas y con la mirada perdida.

Estaba enferma.

Era como si Eder se había llevado su alma y ahora andaba por el mundo vacía, y cuando una rayito de luz lograba entrar por los huecos que había dejado, él regresaba en sus pesadillos para repetirle que ella no podía ser feliz. Que eligió ese camino.

― ¡Vas a resfriarte! ―gritaron, la joven se puso el gorro y se asomó, causando que el cigarro se apagara por el agua, maldijo y miró al culpable de eso, una sorpresa se llevó cuando vio al mejor amigo de su hermano, con un enorme paraguas negro y con botas, una sonrisa en la boca y los ojos brillando.

Abraham Tasayco. ¿Qué hacía ahí?

―Y tú también por lo que veo ―respondió tajante, mojándose, pero aquel frío por un momento la hizo sentir viva.

―Soy hombre de campo, esto no es nada, es una pequeña lluvia que se lleva las malas vibras ―el moreno apretó el paraguas y mantuvo su sonrisa.

La vio apretar los labios, aun sostenía el cigarrillo mojado, así que debía suponer que se había refugiado en eso. Se veía más cansada, más de lo normal.

―Sigues siendo el mismo niño con boca grande ―la mujer contestó, sus ojos vacíos viajaron por todo el pueblo, la lluvia lo ocultaba muy bien, luego volvió su vista al moreno, pero él ya no estaba, ni siquiera había rastro de que haya estado ahí.

¿Lo había imaginado?

― ¡Sara, vas a resfriarte! ―la joven tartamudeó al escuchar el reclamo de su madre, quien tiró de ella y cerró todo, la ayudó a bañarse y ponerse ropa caliente, ni eso ya podía hacerlo por su cuenta. Que patética.

Esa noche fue la más eterna, los segundos se hicieron horas y cuando cerró los ojos se vio presa de esos momentos, de los que huía, del demonio que le arrebataba la paz que parecía tener.

Llevaba un hermoso vestido color plomo, el cabello castaño caía en sus hombros como una casaca y la cadenita que su suegra le había regalado, colgaba de su cuello. Se puso sandalias de tacón y se miró al espejo, se veía hermosa, sino fuera por algunos moretones en los brazos.

Tomo base, una muy cargada que incluso servía para cubrir tatuajes, empezó a pasar la esponja por las manchas moradas, lento y luego selló para que no dejara mancha, se volvió a mirar al espejo y una sonrisa triste tiró de sus labios, pero trató de estar animada.

Salió de su habitación y vio a Bianca riendo a carcajadas en los brazos de Eder, mientras él refregaba su nariz con la de ella, diciéndole que la amaba mucho, Sara miró al pequeño Jimi en la cunita, se acercó y lo tomó en sus brazos, pasó sus dedos por su rostro, el bebé abrió los ojos claritos, tan parecidos a los del padre, que por un momento creyó dejarlos caer.

―Amor, vamos, se nos hará tarde ―Eder la sobresaltó cuando tocó su cadera, ella evitó mirarlo y su esposo dejó un beso en su frente. Tomó las llaves, la mano de Bianca mientras ella llevaba en sus brazos a Jimi que nuevamente se había dormido.

Saludaron a los vecinos, como si fueran una feliz familia, y subieron al carro, Bianca y Eder cantaron una infantil canción mientras ella se mantuvo callada, excusándose con que Jimi la necesitaba, pero ella podía notar la mirada de su esposo por el espejo, pero otra vez la evitó.

Llegaron al restaurante, estaban sus suegros y amigos de su esposo, estaban celebrando su ascenso, todos como Eder era unas bestias vestidas con trajes caros y sonrisas amables. Todos de la misma calaña, ella se mantuvo atrás, sujetándose de su hijo, como si él pudiera salvarla del infierno que le esperaba, del tormento, y podía verlo en la mirada de su suegra, ella también estaba rogando por no cometer alguna falla, por no hacer enfadar a su marido.

Todos se sentaron, comieron, hablaron y rieron y de un momento a otro Eder tomó con fuerza la mano de Sara, la apretó tanto que se puso blanca, la joven mordió su labio para no dejar escapar un gemido, lo miró pidiendo que la soltara, pero él negó, forzó una sonrisa y tomó la mano de su esposa llevándola a su boca para dejar un beso en los nudillos, causando ternura en las mujeres que estaban en la mesa, como si no conocieran como actuaba el diablo.

―Mamá, ¿puedes cuidar de Jimi? ―pidió Eder con falsa dulzura, la señora rápidamente la miró, con miedo y pena, luego a su hijo.

― ¿Por qué Sara no puede cuidarlo? ―la aludida ahogó un gemido cuando su suegro apretó con fuerza la mano de la anciana, tragó duro y habló, con voz suave, impidiendo que su suegra pasara por más.

―Daré un vuelta con mi esposito, un momentito a solas. Suegrita, ¿puede cuidarlos?

―Claro, hija ―su suegra la miró con pena y tomó al bebé en brazos, y sin que sus maridos se dieran cuenta, se tomaron de la mano, dándose fuerza. Sara besó el rostro de su hijo y luego el de Bianca, constantemente lo hacía, porque nunca sabría cuando sería la última vez.




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