Cambiando La Emisora

CAPÍTULO OCHO: ¿POR QUÉ TE VAS?

Sara ahogó un gemido cuando lo sintió acostarse a su lado, pesado y oliendo a licor, seguramente había estado tomando, ella con cuidado se giró, abrazándose; rogando en silencio que él no despertara, que esa noche sea tranquila.

Aunque deseo volver a dormir, aunque lo suplicó, ya no pudo, más cuando Jimi se levantó llorando, Eder se quejó y con dulzura, esa que casi no veía dijo en un murmuro:

―Sigue durmiendo amor, iré yo ―Sara se sorprendió y lo vio ponerse de pie, ir al baño y mojarse el rostro, luego salir mientras despeinaba aún más su cabello color castaño. Ella, con cuidado se puso de pie y lo siguió, asustada de lo que pudiera hacerle algo a su bebé, pero no, esa noche parecía que él estaba sorprendiéndola de mil formas diferentes.

Eder sostenía en sus enormes brazos al pequeño Jimi, tan chiquitito que parecía que en cualquier momento se caería y se haría daño, pero no, su esposo lo arrulló y le cantó, como hace años no cantaba. Parecía que estaba viendo al hombre que se enamoró, ¿sería afortunada y volvería hacer él?

Pequeño lucero, ya no llores más,

Pequeño sol, mira que mamá y papá te cuidan, ¿te das cuenta?

Chiquito de mi corazón, en mis brazos estás seguro.

Ten la seguridad de que siempre estarás a salvo, pequeño cielo brilla sin miedo

Mi sol, ya no llores más, que papá y mamá te cuidaran,

Mi niño, ya no llores más.

Sara gimió bajito cuando vio como el bebé volvía a dormirse en los brazos de su padre, como su respiración se calmaba y Eder lentamente lo depositaba en la cama, con cuidado y acariciando su rostro como si estuviera grabando cada mueca suya en su memoria. Cantó, repitió la canción unas cuentas veces hasta que dio por seguro que el pequeño se había dormido.

―Hace mucho tiempo no cantabas ―Sara tiró de su bata y Eder se giró, llevaba una playera sin mangas, sus músculos resaltaban, al igual que las pequeñas marcas que llevaba porque su padre había sido muy agresivo desde que él era solo un pequeño.

Su esposo se acercó con una sonrisa tierna en la boca, estiró sus brazos y tiró de ella suavemente, al principio la joven se asustó pero al ver que el hombre no le hacía nada, al contrario; se mostraba afable, se terminó por relajar en sus brazos. Lo olió, acarició sus brazos y después de mucho tiempo se sintió segura. ¿Por qué había cambiado tanto? ¿Por qué no era el Eder que tanto echaba de menos?

―No tengo tiempo para hacerlo, princesa ―señaló tomando su mano para salir de ahí, con cuidado cerraron la habitación y luego caminaron hacia la de Bianca donde la pequeña dormía plácidamente abrazada a uno de los tantos peluches que Eder le había regalado. La niña era la luz de ese demonio―. Ahora trataré de salir más temprano del trabajo para poder compartir tiempo con mi familia, mi feliz familia.

―Quisiera que salgamos con los niños, digo, si eso no está mal para ti.

―No amor mío, ahora las cosas van a cambiar.

Cuando se levantó, cuando abrió los ojos creyó que todo había sido un buen sueño, pero se llevó la sorpresa de encontrar a su marido en la cocina con su traje, preparando el desayuno mientras se daba tiempo para darle la papilla a Jimi que se encontraba en su sillita y Bianca desayunaba lo que su padre le había preparado. Parecía un cuadro feliz, y ella no quería despertar de aquel sueño, quería quedarse ahí.

Caminó y Eder le dio vuelta a las tortitas de harina y se acercó, besó sus labios y una sonrisa tiró de sus labios. Sus ojos verdes brillaron con emoción y luego se giró empezando hacerle una trenza a su hija, acariciando sus mejillas y diciéndole que era la niña más hermosa.

―Ve a cambiarte, llevaremos a la niña al colegio y luego iré al trabajo ―ella tartamudeó al escucharlo hablar, Eder ni siquiera la miró, él solo tomó a Jimi en sus brazos y empezó a llenarlo de besos causando la risa en el pequeño bebé. Era otro hombre. Hace unos días la había golpeado y ahora era el hombre más amoroso que podía existir.

Ella con rapidez fue a cambiarse, se puso un bonito vestido color pastel sin mangas, pero al ver los moretones en su piel, gimió bajito y sacudió la cabeza tratando de eliminar aquellos recuerdos, porque Eder lo estaba intentando, él ahora quería ser alguien mejor como se lo había prometido.

La joven empezó a cubrir las marcas, los moretones con base y luego selló para que no manchara su ropa. Se puso una chaqueta y recogió su cabello en una coleta alta, se maquillo y luego se puso tacones, sonrió, porque se veía hermosa, se veía feliz.

―Sigues siendo la mujer más hermosa que he visto ―la voz de Eder la hizo sobresaltar―. Pero ese vestido es muy corto, ve y cámbiate, uno más largo.

―No es tan largo amor, mira...

―Ve y cámbiate amor. ―finalizó la conversación con una sonrisa en la boca, sí, tenía razón, el vestido era muy corto.

Termino por ponerse uno blanco más debajo de la rodillas y se quedó con la chaqueta, cuando estuvo lista bajó y tomó a Jimi en brazos mientras Eder llevaba la mochila de Bianca y entre risas todos subían al carro. Sara puso al bebé en su sillita y le dio su chinasco, juguete que movió y se lo llevó a la boca, la joven pasó sus dedos por su cabello, sus ojos y vio cuan idéntico era a Eder.

Blanca subió y Sara besó su frente mientras la niña llevaba su cuento favorito abierto mientras leía en voz alta, su esposo la corregía mientras manejaba e incluso la ayudaba a pronunciar correctamente las palabras.

Cuando llegaron al colegio, había una reunión y fue Eder quien tomó a Jimi en brazos mientras Sara llevaba la mochila. La gente pensaba que eran un matrimonio feliz, que tenía suerte de tener a un hombre tan extraordinario como el serrano, tal vez era verdad. Todos les dijeron que se veían muy bien juntos, que era hora de que Eder viniera, que tenía muy abandonado a sus hijos y esposa, que tal vez se la quitarían. Fueron bromas, pero a Eder no le sentaron bien, porque se excusó pidiendo que cuidaran de sus hijos mientras le pedía a Sara que lo acompañara, ella iba riendo, bromeando sin darse cuenta que Eder ya no era el amable que preparó el desayunó.




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