Abre los ojos y desorientada mira el espejo central del carro con un fuerte dolor en la cabeza. Observa su cara que tiene varios rasguños y su antigua cabellera negra como cuando lo tenía antes de estar en la novela.
Había vuelto a ser Luciana.
Siente una sensación de confusión. No entendía como había llegado ahí.
Observa a su alrededor y siente un peso encima de su cuerpo. Baja su mirada y ve a una mujer de cabello castaño encima de ella, cubierta de sangre.
—¿Quién es ella? —Susurró.
Siente un impulso de tocarla para ver si estaba bien, pero en ese momento escucha un sonido que la hace sobresaltar.
Era un sonido leve, casi imperceptible, pero lo suficiente para abrir los ojos y despertarse del sueño.
—¿Qué fue ese sueño?
La puerta volvió a sonar.
Dianela suspira ante el sonido de la puerta por lo que decide responder:
—Adelante.
La puerta se abre y aparece un hombre viejo con un cobertor rojo en el cuello, indicando que era el mayordomo principal. Es decir, la inconfundible, mano derecha de Adrián.
La persona que había sido testigo de las humillaciones que Dianela había sufrido en la mansión, pero había hecho ojos y oídos sordos a ellas.
Sin embargo, a Dianela le era indiferente lo que había pasado en la novela, pero aún así no podía confiar en él por lo que su actitud se mantuvo fría y distante.
El mayordomo se acerca a Dianela y con una reverencia le saluda con respeto:
—Buenos días, señorita.
Dianela, al escuchar “Señorita” pensó que había escuchado mal por lo que decide aclarar su duda.
—¿Señorita?
El mayordomo se queda perplejo ante la reacción de Dianela, sin entender por qué se mostró tan ofendida.
—Ya veo de donde están aprendiendo la falta de respeto los sirvientes. Tal vez te estas volviendo muy viejo que estas olvidando algunas cosas. Cosas como que yo ya dejé de ser una señorita para convertirme en la señora de esta casa. Es decir, tu maestra ¿O me equivoco?
Dianela se levanto de la cama y se acerco al mayordomo, mientras que este estaba en silencio.
—…
—Recuerde que me case con tu maestro y hace mucho tiempo deje ser una señorita de la familia Fiore—Agarró el cuello de la camisa y la acomodó, acercándose a su oído —Por lo que sería una falta de respeto que aún me sigas llamando señorita, ¿No crees?
El mayordomo bajó la mirada en señal de sumisión ante las palabras de Dianela y luego asintió con la cabeza.
—Mis disculpas, señora. Fue un error de mi parte. No volverá a suceder.
Dianela demostró al mayordomo y notó que su actitud había cambiado completamente, mostrándose más respetuoso y sumiso que antes. Pero ella no se dejaba engañar por su aparente humildad, sabía que el fondo era el mismo hombre frío que ignoró por completo a Dianela dejándola morir sola.
—Bien, me alegra que lo hayas entendido. ¿Hay algo que necesites decirme?
—Si, señora. Su mucama me comunico que le había ordenado que reuniera a toda la servidumbre en el salón. ¿Es cierto?
—¿Ya los reunió?
—Aún no, quería confirmar el hecho antes de que lo hiciera— Respondió el mayordomo.
—¿Estas intentando decir que ella para obedecer una orden MÍA tiene que pasar primero por ti? —Preguntó Dianela con un tono de reproche.
—No —Respondió el mayordomo con voz suave.
—¿Entonces? — Inquirió Dianela con una ceja enarcada.
—Solo quería confirmar los hechos—Respondió el mayordomo.
—¿Por qué tiene que confirmar los hechos? ¿Acaso la sirvienta que está a “TU CARGO” es loca o ignorante? —Preguntó Dianela con una expresión seria en su rostro.
El mayordomo apretó duro sus puños y Dianela se percatado estando satisfecha con ese gesto.
—Si es así, no entiendo por qué la contrarías—Añadió Dianela con un tono cortante.
—No es así, disculpe mi impertinencia. No quería que se sintiera incomoda ante mi pregunta principal —Se disculpó con voz humilde.
—¿Incomoda? No me siento así, diría que estoy enojada —Respondió Dianela con una sonrisa falsa que contrastaba con su tono frío y desafiante.
El mayordomo se sintió confundido ante el cambio de actitud de Dianela y no sabía como responder. Finalmente, balbuceó:
—Mis más sinceras disculpas, señora.
Dianela lo miró de arriba hacia abajo con desprecio.
—No te pongas pálido, ve a tomar un descanso. Creo que una hora será suficiente para que reúnas a todos los sirvientes de la mansión ¿Verdad?
—Si, señora— Respondió el mayordomo con rapidez.
—Entonces, retírate y avísame cuando estemos reunidos —Ordeno Dianela con voz firme.
El mayordomo se apresuró a salir de la habitación, sintiéndose aliviado de alejarse de la presencia de Dianela.
Dianela volvió a echarse en la cama y cerró sus ojos tratando de conciliar el sueño, pero no lo conseguía. Se dio una vuelta en la cama, para ver si el cambio de posición le provocó un poco de sueño.
Dándose por vencida, se acomodó en la cama, nuevamente, y se encontró mirando el techo de la habitación. El papel tapiz floreado en las paredes le pareció aburrido y anticuado, y no pudo evitar pensar que necesitaba un cambio en la decoración. Aún así, no podía apartar los ojos del tapiz. Había un girasol dibujado, su flor favorita, que de alguna manera le hacía recordar a esa mujer de cabello castaño del sueño.
—Muchas cosas han pasado hoy.
Unos golpes lograron resonar en la habitación de Dianela, interrumpiendo sus pensamientos. Se levantó de la cama, mientras que el mayordomo llamaba a la puerta.
—Disculpé, señori… señora Dianela, ya hice lo que me pidió en el tiempo exacto —Dijo la voz del mayordomo al otro lado de la puerta.
Dianela se levantó de la cama y se miró en el espejo, aún no acostumbrada a su nueva apariencia. Se arregló el cabello y se acomodó la ropa antes de abrir la puerta.
—Enseguida voy—Dijo Dianela mientras tomaba el pomo de la puerta y encontró al mayordomo de pie a un lado como si fuera una momia.
—La acompañare hasta la sala principal.
El mayordomo avanzó por el pasillo y Dianela lo siguió. Ella se sintió extraña al caminar por los pasillos de la mansión, su cuerpo estaba en un lugar conocido pero su mente no. Todo lo que vio le resultó familiar, pero al mismo tiempo le pareció desconocido.
Mientras avanzaba hacia las escaleras, Dianela notó que el mayordomo la miraba de reojo, como si esperara algo de ella. Se pregunto si iba a decir algo, pero se mantuvo en silencio y siguió caminando.
Finalmente llegaron a las escaleras y el mayordomo empezó a bajar. Dianela notó que la escalera era muy amplia y estaba hecha de mármol blanco pulido. A medida que bajaba, el sonido de sus tacones resonaba por todo el lugar, creando un eco que llamó la atención de todos los sirvientes que se encontraban en el primer piso.
El ambiente de la sala era opresivo y tenso, con un silencio casi palpable que solo era interrumpido por los murmullos de los sirvientes cuando Dianela se detuvo en medio de los escalones. La joven dama notó como todas las miradas posaban en ella, como si la estuvieran escudriñando con sus ojos, tratando de saber sus pensamientos. Pero a Dianela no le daba importancia.
Observó detenidamente cada detalle de los sirvientes, desde sus uniformes impecables hasta su postura inmaculada, pero no se dejó engañar por las apariencias. Sabía que detrás de esas sonrisas falsas y reverencias había una gran hipocresía hacia ella.
—¿Son todos los sirvientes de esta mansión? — Preguntó Dianela con un tono frío y distante, sintiendo el peso de la responsabilidad en sus hombros.
—Si, señora Dianela —Respondió el mayordomo con una reverencia, y luego se levantó esperando sus órdenes.
Dianela respiro profundó para preparar su voz y la escucharan bien.
—¡¡¡TODOS ESTAN DESPEDIDOS!!!
Los sirvientes quedaron atónitos ante lo que habían escuchado, pero no por temor o respeto a Dianela, sino por el simple hecho de que su autoridad no era reconocida dentro de la casa. A pesar de ser la esposa del dueño de la mansión, los sirvientes la vieron como una recién llegada que no tenía derecho a despedirlos.
Los murmullos y quejas consiguieron inundar la habitación, y algunos empleados se atrevieron a gritar en voz alta.
—¿Cómo nos puede despedir? — Exclamó un empleado, y otros empezaron a decir lo mismo.
—No nos puede despedir.
—¿Quién se cree que es?
Los sirvientes miraban con desprecio a Dianela, sintiéndose superiores a ella por su posición dentro de la casa. El único en quien realmente confiaban era en el mayordomo, quien era considerado como la verdadera autoridad en la mansión.
El mayordomo dio un paso más adelante, atrayendo la atención de Dianela y de los sirvientes, y habló en un tono calmado pero firme.
—SILENCIO, todo. Escuchen antes de comenzar un alboroto — Dijo el mayordomo dando dos aplausos para que la habitación volviera a estar en calma. Una vez que todos estaban en silencio, el mayordomo volvió a mirar a Dianela con una pequeña sonrisa en su rostro, demostrando su poder ante ella —Señora, ¿Puede explicarnos esta decisión que ha tomado?
Todos se callaron para escuchar la respuesta de Dianela, aunque en realidad sabían que ella no tenía la autoridad para despedir a nadie sin una justificación válida. Sin embargo, Dianela estaba decidida a poner una prueba al mayordomo para descubrir sus verdaderas intenciones.
Dianela mantuvo una mirada fría en el mayordomo, y este sintió un escalofrío recorrerle la espalda. No estaba acostumbrado a que la señorita que antes era callada, lo desafiará de esa manera, pero sabía que debía mantener la compostura.
—¿Por qué te debería contestar? —Preguntó Dianela con voz firme.
—Señorita, no puede despedir a los empleados de esta mansión sin una razón —Respondió el mayordomo con calma.
Dianela sabía perfectamente que no podía despedir a nadie sin una justificación y más cuando todos estaban sujetos a un contrato, pero tenía que poner a prueba al mayordomo hasta lo último. Ahora sabía que el mayordomo era muy hábil con su lengua y que tenía el control.
—Entonces, si lo sabe, no puede despedirlos — Insistió el mayordomo.
—Si que puedo.
—Pero…
—¿Y sabes por qué? —Interrumpió Dianela bajando el último escalón de la gran escalera, y camino hacia el mayordomo deteniéndose a dos pasos de él.
—Dígame, señora— Respondió educadamente.
—Tu sabes muy bien, te lo dije hace una hora. ¿Verdad? —Susurró Dianela acercándose al oído del mayordomo, quien quedó paralizado.
La reacción del mayordomo fue suficiente para Dianela, quien lo miró con una sonrisa.
—…
—Además, soy la esposa del presidente de “Umbel Company”, quien es su maestro. Espero que no lo hayan olvidado — Le dijo a todos, presentándose con el simple titulo de “Esposa del presidente”, lo cual la hacía sentir degradada, pero era lo único que tenía para protegerse en ese momento.
—Señora, sabemos quién es usted, pero aún no puede hacer eso —Volvió a insistir el mayordomo.
—¿Sigue interfiriendo? —Preguntó Dianela con una mirada fulminante al mayordomo, quien seguía molestando.
—No, pero que despida a los cincuenta empleados que están aquí es injusto ¿No lo cree?
“Qué cosas más divertidas salen de la boca de este anciano”, pensó Dianela para sí mismo.
—¿Injusto? ¿Lo ves así? —Preguntó Dianela con sarcasmo.
—Sí, señora. Disculpe mi atrevimiento.
—Bien, empecemos con esa de ahí —Señalo Dianela a la sirvienta insolente que intentó esconderse detrás de otro sirviente — Trato de levantarme la mano como si fuera su igual, eso es suficiente para despedirla y demandarla ¿No cree?
El mayordomo cubrió a la sirvienta que Dianela señalaba.
—Es un error que cometió sin querer.
Pero Dianela no estaba convencida y, sin pensarlo dos veces, arremetió contra el mayordomo con una abofeteada.
El anciano cayó al suelo, fingiendo un dolor que no era real. Los demás sirvientes se apresuraron a salir en defensa del mayordomo, pero Dianela los ignoró por completo y se enfoco en el anciano en el suelo.
—Cometí un error, ¿me perdonará, verdad? —Con una sonrisa en su rostro, Dianela estaba claramente disfrutando del poder que tenía.
—Esta loca, eso no fue un error— Uno de los sirvientes salió a defender al anciano.
Los demás sirvientes levantaron la voz, pero Dianela los ignoró y se concentro de nuevo en el mayordomo.
—Ahora sí es suficiente para despedir a todos y de paso a usted.
—¿Cómo que despe…
Al mismo tiempo que el mayordomo habló, Dianela levantó su pie y piso con fuerza cerca de la entrepierna del viejo. Su rostro se puso pálido por el susto.
—No se preocupe voy a detallar en cada una de sus cartas de recomendaciones el motivo por el que están despedido y espero que se vayan por las buenas porque pueden ganar una demanda ya que aún recuerdo cada cosa que han hecho y con pruebas.
Los sirvientes se preocuparon al escuchar las peligrosas palabras de Dianela.
—Hemos sido despedidos.
—¿Qué haremos?
—Incluso el mayordomo fue despedido.
Cuando Dianela volvió a subir las escaleras y se alejó de todos los murmullos de la sala hasta ya no escucharlos. Mientras ella se acercaba a su habitación notó que alguien la estaba observando, pero al no ver a nadie lo ignoró. Finalmente, llegó a su habitación y cerró la puerta sin mirar atrás.
El mayordomo se acercó sigilosamente a la puerta de la habitación de Dianela, pero antes de que pudiera tocarla, una mano le cubrió la boca y lo arrastró hacia un lado. Una vez soltado, el mayordomo tosió y se volvió para enfrentar a su atacante, solo para reconocerlo.
—Veo que te han despedido —Dijo el hombre.
El mayordomo lo miro con sorpresa.
—¿Y tú que haces aquí, Asher?
—Vine a asegurarme de que no causaras problemas. Es mejor que te marches antes de que él se entere de todo lo que ha hecho.
—¿Qué puedo hacer? Necesito este trabajo— Contesto el anciano.
—Deberías haber pensado en eso antes de cometer los errores que cometiste. Pero si no te vas ahora, tendrás que enfrentarte a las consecuencias.
El mayordomo vaciló por un momento antes de asentir y alejarse, temeroso de lo que Dianela pudiera hacer si se enteraba de sus acciones. Asher se quedó de pie, observando mientras que el mayordomo se alejaba antes de desaparecer en las sombras.
—Esto si que es interesante —Soltó Asher.