Hace siglos, el Dragón Oscuro intentó liberar a un dios demoníaco para exterminar a la humanidad. Solo la dragona de luz, Aurora; símbolo de esperanza y protección, se interpuso en su camino, sacrificando su vida para sellar la amenaza. Antes de dar su último aliento, lanzó un hechizo: "Ninguna criatura podrá cruzar esta barrera; los humanos y las criaturas no deben coexistir". Y así, se creó una barrera inquebrantable que separó al mundo en dos: un lado habitado por humanos y el otro, por criaturas mágicas, el enigmático y perdido mundo mágico, oculto tras una barrera impenetrable. Nosotros llamamos a la otra mitad del mundo "El Reino Perdido", un lugar del que solamente se habla en susurros y leyendas.
— La barrera no está perdida — afirmó la niña con convicción —. Solo hay un hechizo que impide la entrada, pero no es lógico asumir que está perdido. Solo necesitamos crear un hechizo tan fuerte como el de la dragona Aurora para romper esa barrera.
Sus compañeros la miraron con escepticismo, y su maestro de historia mágica frunció el ceño.
— Si fuera tan sencillo, ya habríamos entrado y establecido lazos con los elfos de luz que protegen el reino — dijo con tono crítico —. No puedes decir esas cosas a la ligera.
Aunque claramente la habían criticado, la niña creía fervientemente en sus ideales y con sus ojos brillando de determinación, contraatacó.
— Nunca dije que fuera fácil. Solo que necesitamos a las personas adecuadas para hacer el trabajo difícil. No podemos mandar a una mosca a hacer el trabajo de una abeja reina.
Las increíbles palabras salidas de la boca de una niña causaron una mezcla de interés y duda en un adulto que ya conocía la cruda realidad de la situación.
— ¿Y tú crees que eres la persona competente para ello? — preguntó, exhalando lentamente.
— La respuesta es obvia — replicó la niña con firmeza —. La única capaz de romper esa barrera soy yo, Camelia D Vitale.
Por primera vez en sus 40 años de vida, su maestro sintió esperanza, los ojos de la niña irradiaban chispas de verdadera convicción, una mirada que revelaba que, quizás, ella podía ser la llave a ese gran cerrojo mágico. La historia todavía no había terminado, y en el corazón de Camelia ardía la esperanza de devolver la luz a un mundo dividido.