¿Alguna vez has odiado a tu familia?
¿La has odiado tanto que sueñas con cortar cada lazo, como si al hacerlo pudieras arrancar de raíz el dolor?
Yo lo estoy intentando. Pero no es tan fácil como gritar "¡Lárguense! No quiero saber nada de ustedes" o declarar, con el corazón endurecido, "Desde hoy dejo de pertenecer a esta familia."
No. No es fácil cuando lo que deseas olvidar está tatuado en tu ser.
Es más complicado de lo que jamás imaginé. Y como no sabía cómo enfrentarlo, lo hice a mi manera: con la única herramienta que aprendí a dominar… el poder.
Tal vez me equivoqué. Tal vez no debería odiarlos. Quizá, en el fondo, lo que más deseo es perdonar.
Pero hoy, en este instante, el rencor me quema la garganta y no pienso dar marcha atrás.
El viento soplaba con fuerza en lo alto de la colina. Los estandartes se sacudían como si el mundo entero presintiera el quiebre que estaba por ocurrir. Frente a mí, Liam Vitale me miraba, inmóvil, con el rostro cubierto por la sombra de sus recuerdos.
Las lágrimas querían brotar, pero las contuve. No podía flaquear ahora.
Desenvainé mi espada. El metal reflejó un destello tenue, casi tembloroso, como mi pulso.
Y la apunté directo a su cuello.
—Desde hoy —dije con voz firme— no soy parte de la familia Vitale.
Intenté endurecer mi mirada, pero el dolor era tan profundo que se colaba hasta en la forma en que respiraba. Mi cuerpo entero temblaba. No por miedo… sino por todo lo que esta decisión significaba.
Mi mente dudaba. Mi corazón, aún más.
Pero era necesario.
El odio acumulado durante años me susurraba: hazlo.
La niña que alguna vez los amó rogaba: no te atrevas.
—Vete. No quiero volver a verte.
Tomé aire. Mi voz resonó como un juicio ante todo el consejo familiar reunido detrás de Liam.
—Desde este momento, declaro que si un solo Vitale cruza mis tierras, toca mis dominios o menciona mi nombre… será traído ante mí y ejecutado sin piedad. ¿¡Entendieron!?
Él solo me miró. Sus ojos púrpuras que alguna vez fueron la razón de mis alegrías, empezaron a llenarse de lágrimas.
Antes, tal vez, me habría detenido solo para no verlas caer.
Pero ya no.
—No hagas esto —susurró con la voz rota—. Somos tu familia… llevas mi sangre.
Camelia, eres una Vitale. Vuelve. Aún puedes volver…
Por un momento, creí que mis rodillas cederían.
Lo amé. A Liam. Lo amaba como se ama a un hermano menor al que juraste proteger… y al que, con el tiempo, viste alejarse, eligiendo un destino donde tú ya no tenías lugar.
—No. Yo no soy una Vitale —pronuncié con frialdad—. Los repudio. No quiero su apellido, ni sus tierras, ni sus cadenas.
Mi voz temblaba, pero no mi convicción.
—¡Lárgate, Liam Vitale! ¡Y que ningún miembro de tu estirpe se atreva a nombrarme o a poner un pie en mi reino!
—Pero, Cam…
—¡No me llames así! —Interrumpí, levantando la voz—. Mi nombre es Camelia D. Velzareth. Y es el único nombre que reconozco.
Ahora, desaparece de mi vista y no regreses jamás.
El silencio se volvió absoluto. Los soldados que rodeaban la escena no se movieron. Nadie se atrevió a respirar.
Vi cómo Liam bajaba la mirada y, sin decir una palabra más, se alejó. Paso a paso, hasta que su silueta se desdibujó en la distancia como una herida que el tiempo aún no había cerrado.
Di media vuelta. La capa ondeaba detrás de mí como si la noche misma me cubriera los hombros.
Ordené a todos volver a sus labores y regresé a mi habitación.
Apenas cerré la puerta, mis piernas cedieron. Me desplomé en el suelo, y el llanto, salvaje y reprimido, brotó con la furia de años silenciados.
Lloré. Grité. Golpeé el suelo hasta que mis nudillos ardieron.
Ese día, renuncié a mi apellido.
Ese día, morí un poco… pero también volví a nacer.
*****
Tal vez no entiendan por qué todo eso fue necesario.
Tal vez piensen que fue cruel, o que la rabia la cegó.
Pero para comprenderla… primero deben conocer su historia.
Y para eso, debemos retroceder algunos años.
A cuando Camelia tenía apenas seis.