Después de todo lo que había vivido, tras sentir cómo la vida podía arrebatarme en un instante lo que más atesoraba, me sorprendía despertarme cada mañana con la sensación de que algo diferente estaba ocurriendo. Aquella chispa que había empezado a sentir con Ashley, aunque frágil, se mantenía viva en mi interior. Era como si, por primera vez después de tanto tiempo, pudiera respirar sin que el peso de mi propio pasado me aplastara de inmediato. No sabía cuánto duraría, ni qué obstáculos nos esperaban, pero me aferré a esa luz tenue como quien se aferra a un hilo de vida en medio de un océano tempestuoso.
Mientras los días pasaban, su presencia se hacía más cercana, más constante. De repente, lo que antes eran visitas esporádicas y conversaciones fugaces, se convirtió en un ritual silencioso de confianza y compañía. Cada encuentro era una tregua, un respiro del dolor que había arrastrado toda mi vida. Sentía que cada hora a su lado era un regalo que no debía desperdiciar, y que, aunque la vida podía golpearme sin previo aviso, esos momentos de calma eran un refugio que me permitía recomponerme.
Al principio, fui cauteloso. Había aprendido, por experiencia propia, que la felicidad era efímera, que los vínculos se podían romper en cualquier instante, dejando cicatrices que dolían más que la soledad misma. Por eso, desde lo más profundo de mi ser, decidí hacer algo que debí haber hecho mucho antes: apreciar la amistad tal como era, sin expectativas ni imposiciones. Aprender a valorar a alguien por su compañía, por su presencia, por lo que ofrecía en el instante, y no por lo que esperaba obtener.
Dos semanas después, como era de esperarse, intercambiamos números. Nuestra conexión se hacía cada vez más evidente. Las risas, los juegos, las charlas profundas... todo parecía encajar con una naturalidad que me sorprendía. Ashley era una persona extraordinariamente inteligente, introspectiva y profunda. Tenía una forma de ver el mundo que parecía resonar con cada pensamiento mío, como si todo lo que alguna vez busqué en otros, lo hubiese encontrado en ella. Era extraño, maravilloso y aterrador a la vez.
Un día, noté que su ánimo estaba decaído, vulnerable, como si arrastrara un peso que no quería mostrar. Me acerqué en silencio y me senté a su lado. No pronuncié palabra alguna. A veces comprendí que no necesitamos preguntas ni consejos; solo necesitamos que alguien esté allí, que nos sostenga aunque todo lo demás parezca desmoronarse. Su respiración temblaba, sus ojos se humedecían y su voz surgió entrecortada. Me confesó que había decidido contarle a su madre sobre nuestra amistad, y que la reacción de esta había sido inesperada y dolorosa: un grito, una orden, la prohibición de continuar con nuestra relación, sin importar que fuese solo amistad.
No entendía del todo lo que ocurría. ¿Qué tenía yo de malo? ¿Por qué nuestra relación debía ser interrumpida por un capricho que no comprendía? Me mantuve en silencio, dejando que hablara, mientras escuchaba cada palabra, cada emoción, cada duda que brotaba de su corazón. Me contó cómo su madre le había dicho que debía concentrarse en su futuro, que las amistades, los afectos, incluso los amores, solo la desviarían del camino correcto. Sus palabras, cargadas de autoridad y certeza, me hicieron sentir como si mi existencia misma fuera un obstáculo para la vida de otra persona.
Ella, sin embargo, no cedió. Su tristeza era palpable, pero su terquedad también. Me dijo que nuestra amistad continuaría, a pesar de todo. Que no permitiría que las imposiciones de otros borraran lo que estábamos construyendo. Sus palabras, su convicción, me llenaron de una alegría que no esperaba sentir. En medio de tanta incertidumbre, aquella promesa silenciosa era un ancla que me mantenía a flote.
Las semanas siguientes, nuestra amistad se fortaleció más allá de cualquier expectativa. Ashley venía a mi casa, compartíamos risas, juegos y charlas interminables como dos niños que se descubren el uno al otro sin miedo. Cada gesto suyo, cada mirada, cada sonrisa, comenzaba a teñir mi mundo gris de colores que no creía posibles. Mi corazón, que durante tanto tiempo había estado cerrado, comenzaba a abrirse poco a poco, como si la luz de su presencia derritiera los bloqueos que mi soledad había construido.
Una tarde, como cualquier miércoles, noté algo diferente en ella. Algo en el aire había cambiado, aunque no sabía exactamente qué. Su cabello lacio se movía con la brisa que entraba por la ventana, sus ojos brillaban con un destello de cansancio por el estudio, y su sonrisa, que en casa parecía imposible, resplandecía con una confianza que me hacía sentir privilegiado. Comencé a fijarme en detalles que antes me pasaban desapercibidos: la manera en que se inclinaba sobre una página al leer, la forma delicada en que recogía su cabello, la suavidad de su voz cuando me hablaba. Todo parecía moverse en cámara lenta, y yo me encontraba atrapado en la belleza de su presencia, en la calma que su sola existencia me proporcionaba.
Después de horas de charlas y juegos, caímos exhaustos en el sofá. Era evidente que algo había cambiado entre nosotros, algo que no necesitaba ser nombrado para ser sentido. Mientras descansábamos, un dolor agudo en mi pierna me recordó que aún no había sanado del accidente. Ashley, con una ternura que me sorprendía cada vez más, me indicó que descansara sobre sus piernas. Lo hice, confiando completamente, y en ese instante comprendí la magia de lo simple: su calidez, la suavidad de sus manos sobre mi cabeza, la seguridad que emanaba su presencia, me hicieron sentir como si estuviera flotando en un sueño. Mi corazón latía con fuerza, y mi mente se sentía eufórica, como si estuviera despierto y borracho al mismo tiempo.
No quería que ese momento terminara. No quería que la felicidad, esa que tanto me había costado encontrar, se escapara nuevamente. Por un instante, el mundo desapareció, y solo existíamos ella y yo, envueltos en un silencio lleno de significado. No había miedo, no había pasado, no había futuro: solo el presente, cálido y ligero, como un respiro de vida que me permitía existir sin la carga de años de soledad y dolor.