Camino hacia el olvido

El que ya no existe

Y aunque desgarrado, acepté que no tenía identidad, que no tenía voz ni sombra. Comprendí que no era más que un cascarón vacío arrastrándose detrás de una felicidad que siempre creí merecer, pero que jamás me perteneció. Dejé de luchar contra esa verdad: yo no era protagonista de nada, solo un resto, un eco marchito en un mundo al que nunca estuve realmente atado.

Días después, sentado en un banco de algún lugar lejano —un sitio sin nombres, sin recuerdos, sin nada que me devolviera al peso de lo vivido— me hablé por última vez. Me dije, casi sin sonido: no soy nadie. No tengo rostro, ni voz, ni voto dentro de mi propia existencia. ¿Quién soy? ¿Quién me escucha? ¿Quién, en este mundo, podría nombrarme sin inventarme? No tuve respuestas. Solo el silencio, ese que no consuela, sino que condena.

Me observé desde dentro como quien mira una ruina: solo quedaban pedazos. Mi historia, mis heridas, mis amores rotos... todo carecía ya de sentido. No había algo que me atara a esta vida. Ningún lazo. Ningún nombre pronunciado en mi ausencia. Por eso lo acepté: soy alguien sin identidad. No tengo sombra que confirme que estoy aquí. No tengo una figura que proyecte luz en el suelo. No existo. Solo permanezco, como un hueco entre los transeúntes, como un rostro borroso en la multitud, como una página en blanco entre páginas llenas.

Decidí entonces seguir caminando, no por esperanza, sino por inercia. Me convertí en un paso tras otro, sin destino, sin destino que perder. Ya no había significado, ni misión, ni promesa que sostener. No era alguien. No era nada. Solo un cascarón vagando por calles ajenas, en completo silencio, atravesando miradas que jamás se detendrán en mí.

No tengo existencia entre almas llenas de sueños, ni entre cuerpos que buscan vestigios de eternidad. Soy una voz que, a través del tiempo, se fue quedando en silencio... y dejó de ser algo.

Y así continúo, diluyéndome en un mundo que nunca me conoció, desapareciendo sin despedida, sin nombre, sin regreso. No hay cierre. No hay final.

Solo el eco de lo que alguna vez quiso ser... y nunca fue.




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