Caos y Segundas Oportunidades

Capítulo 3: Rastros de sangre y llamadas perdidas

​La pizzería "Luigi’s" estaba inundada de luces de neón parpadeantes y el olor empalagoso a queso quemado. Valeria empujó a la tropa hacia una mesa del rincón, ignorando las quejas de Mateo sobre la higiene del lugar. Adrián se sentó rígidamente, sintiéndose como un cuadro de museo colocado por error en una guardería.

​De repente, el teléfono de Adrián vibró sobre la mesa. No era una llamada normal; era una notificación de seguridad de su correo privado. La pantalla se iluminó mostrando un mensaje de un remitente anónimo: "Él sabe que no saltaste. No regreses al apartamento".

Adrián palideció y guardó el móvil con un movimiento brusco, pero no fue lo suficientemente rápido. Valeria, que tenía ojos de halcón para los problemas, notó el cambio de color en su rostro y el temblor en sus dedos.

​—¿Malas noticias? —preguntó ella, fingiendo que revisaba el menú.

​—Nada que te incumba —respondió él, recuperando su máscara de hielo.

​Antes de que Valeria pudiera insistir, la puerta del local se abrió de golpe. Un hombre joven, con la camisa desabrochada y el rostro desencajado por el sudor, entró gritando.

​—¡Adrián! ¡Maldita sea, Adrián! —era Marcos. Se abalanzó sobre la mesa, ignorando por completo a la familia de Valeria—. ¡Hijo de...! Casi me da un infarto. Tu rastreador se apagó cerca del acantilado y luego apareció aquí. ¿Qué demonios haces en una pizzería de mala muerte?

​—Marcos, cálmate —dijo Adrián entre dientes, mirando de reojo a los niños.

​—¿Cálmate? ¡Tu padre envió gente a tu oficina! —soltó Marcos sin filtro—. Están limpiando tus archivos, Adrián. Don Samuel no solo quiere tu silencio, quiere borrar que alguna vez tuviste voz en la empresa. Dice que es por tu "crisis nerviosa", pero sabemos que es por lo que encontraste en la caja fuerte.

Valeria guardó silencio, pero su mente trabajaba a mil por hora. "¿Limpiando archivos? ¿Caja fuerte? ¿Gente buscándolo?". Esto no era solo una depresión por una infidelidad. Había un trasfondo criminal, una sombra mucho más larga que proyectaba el nombre de Don Samuel. La tristeza de Adrián no era solo desamor; era el miedo de alguien que sabe demasiado sobre un hombre poderoso y despiadado.

​En ese momento, el teléfono de Valeria comenzó a sonar con una melodía estridente. Miró la pantalla y su expresión cambió de la sospecha a la furia pura.

​—Es el idiota de mi ex —masculó ella. Se levantó de la mesa y contestó de un grito—: ¡Te he dicho mil veces que no me llames a esta hora, Ricardo! ¿El cronograma? ¡El cronograma dice que te vayas al infierno! No, no me importa que tu secretaria esté de vacaciones. ¡Soy tu exesposa, no tu empleada doméstica!

Valeria se alejó hacia la salida, gritando verdades que hacían que los otros clientes se giraran. Se la veía pequeña, desaliñada y agotada, pero peleaba como una leona acorralada.

Adrián la observó desde la mesa. Por un segundo, dejó de pensar en los sicarios corporativos de su padre y en la traición de Isabella. Miró a esa mujer desbordada por la rabia cotidiana y sintió una extraña punzada de envidia. Sus problemas eran reales, ruidosos y humanos. Los de él, en cambio, olían a hospital, a expedientes quemados y a una muerte silenciosa en un despacho elegante.

​—Adrián, tenemos que irnos —insistió Marcos en voz baja—. Si Don Samuel te encuentra con esta gente, los vas a poner en peligro a ellos también. Ese hombre no deja cabos sueltos.

Adrián miró a Mía, que intentaba enseñarle un truco de magia con una servilleta, y a Mateo, que fingía no escuchar nada mientras protegía a su hermana con la mirada. Luego miró a Valeria, que regresaba a la mesa con los ojos llorosos de pura frustración pero la barbilla en alto.

​—No me voy —dijo Adrián con una firmeza que sorprendió incluso a Marcos—. Al menos no todavía.

Valeria se sentó, respirando agitada. Miró a Adrián a los ojos, y por primera vez, él vio que ella ya no lo miraba con lástima, sino con una sospecha oscura.

​—Adrián —dijo ella en voz baja, inclinándose hacia él—, ¿en qué clase de mierda te metió tu padre? Porque esa cara que tienes no es de querer morir... es de saber que te están cazando.

​El silencio que siguió fue interrumpido solo por el crujido de la corteza de la pizza. El juego de las segundas oportunidades acababa de volverse peligroso.




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