Caos y Segundas Oportunidades

Capítulo 4: Huésped por accidente

El trayecto desde la pizzería hasta la casa de Valeria fue una pesadilla de paranoia. Adrián no dejaba de mirar por el cristal trasero, convencido de que cada par de faros que aparecía tras el SUV pertenecía a los hombres de Don Samuel. Marcos los seguía de cerca en su propio coche, actuando como un escolta improvisado y nervioso.

​—No puedes quedarte en tu ático, Adrián —susurró Marcos por el manos libres—. Si están limpiando tus archivos, ya cambiaron las cerraduras. Eres un fantasma para la corporación ahora.

Valeria escuchaba todo mientras maniobraba por las calles estrechas del barrio. Miró a Adrián, quien parecía un animal herido atrapado en un traje de tres mil dólares.

​—Se queda conmigo —sentenció Valeria, cortando la comunicación.

​—¿Qué? ¡Mamá! —exclamó Mateo desde el asiento trasero—. Apenas sabemos su nombre y "muerde", ¿recuerdas? ¡Es un extraño!

​—Es un extraño que no tiene a dónde ir porque su padre es un monstruo, Mateo. Además, nadie buscaría a un arquitecto de élite en una casa que necesita una capa de pintura y tiene un jardín lleno de juguetes rotos —respondió ella con una lógica aplastante.

​Al llegar a la casa, una estructura acogedora pero desordenada, Valeria empujó a todos hacia adentro. Marcos se despidió con una advertencia final: "No uses tus tarjetas de crédito, no enciendas el GPS. Te veré mañana" y desapareció en la oscuridad.

​Una vez dentro, el contraste golpeó a Adrián. La casa de Valeria olía a suavizante de ropa, a palomitas de maíz y a esa vida que él nunca tuvo. Había fotos de los niños por todas partes, un sofá con manchas de zumo y una energía vibrante que lo mareaba.

​—Dormirás en el sofá —dijo Valeria, lanzándole una manta que olía a limpio—. Mía, ve a buscar una almohada. Mateo, deja de mirarlo como si fuera a robarnos la plata; no tiene nada, ¿no lo oíste?

​Cuando los niños subieron a sus cuartos, el silencio se instaló entre los dos adultos. Valeria se cruzó de brazos y se apoyó en el marco de la cocina, observando cómo Adrián examinaba el sofá como si fuera un objeto de otro planeta.

​—Esa carpeta que mencionaste... —soltó Valeria, bajando la voz—. No era solo una estafa, ¿verdad?

Adrián se tensó. Se sentó en el borde del sofá y se pasó las manos por el rostro.

—Mi padre no solo usó a Isabella para chantajear a la competencia. En esa caja fuerte había pruebas de que la empresa ha estado lavando dinero para proyectos gubernamentales fantasma. Mi firma, mi nombre... están en todos esos contratos. Si voy a la policía, él cae, pero yo voy con él.

Valeria sintió un escalofrío. La sospecha de que había algo "oscuro" se quedaba corta. Adrián no estaba huyendo de un corazón roto; estaba huyendo de una red que su propio padre había tejido alrededor de su cuello.

​—Por eso quería saltar —murmuró ella, dándose cuenta de la magnitud del problema—. No por el engaño de esa mujer, sino porque tu propio padre te convirtió en su cómplice sin que lo supieras.

​—Me quitó mi vida, Valeria. Mi carrera, mi integridad... todo era una mentira —la voz de Adrián se quebró por primera vez.

​En ese momento, un ruido metálico provino del porche. Adrián se puso de pie de un salto, con los ojos inyectados en pánico. Valeria le hizo una señal para que se callara y se acercó a la ventana, apartando apenas la cortina.

​Un coche oscuro estaba estacionado a dos casas de distancia. El motor estaba apagado, pero las luces de posición seguían encendidas. Un hombre en el interior hablaba por teléfono, mirando fijamente hacia la casa de Valeria.

​—¿Son ellos? —susurró Valeria, sintiendo que el corazón le latía en la garganta.

​—No lo sé —respondió Adrián, acercándose a ella.

​El suspenso se volvió físico. Por un segundo, la diferencia de sus mundos desapareció. Eran solo dos personas asustadas en la penumbra de una sala de estar. Valeria comprendió que, al salvarlo en el acantilado, no solo había traído a un hombre a su casa; había traído una guerra que apenas comenzaba.

​—Bienvenido al caos, Adrián —dijo ella en un susurro—. Espero que seas bueno escondiéndote




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