La mañana entró por las cortinas de la sala con una crueldad innecesaria. Adrián apenas había pegado un ojo, alerta a cada crujido de la madera. El televisor de la cocina estaba encendido en volumen bajo. Mía y Mateo desayunaban en silencio hasta que un rostro conocido apareció en la pantalla: era Isabella.
—“Estamos profundamente preocupados por la salud mental de mi prometido” —decía Isabella frente a un enjambre de micrófonos, con una lágrima perfectamente ensayada rodando por su mejilla—. “Adrián ha estado bajo mucha presión y tememos que haya tenido un brote psicótico. Solo queremos que vuelva a casa para que reciba la ayuda médica que necesita”.
Adrián apretó los puños hasta que sus uñas se clavaron en sus palmas.
—Me está invalidando —susurró—. Si hablo ahora, nadie me creerá. Dirán que son delirios de un loco.
Valeria apagó la tele de un manotazo.
—No si no te encuentran primero. Pero con ese traje de diseñador y ese corte de pelo de "vengo de una mansión", destacas como un diamante en un basurero. Tenemos que transformarte.
Media hora después, Adrián estaba sentado en una silla de la cocina mientras Valeria lo atacaba con una maquinilla de afeitar y ropa vieja de su exmarido que guardaba para pintar la casa. Le quitó la barba perfectamente perfilada, le revolvió el cabello con una técnica dudosa y lo obligó a ponerse una camiseta gastada de una banda de rock y unos vaqueros descoloridos.
—Pareces otra persona —dijo Mía, aprobando el cambio—. Ahora pareces alguien que sabe usar un martillo, no alguien que solo firma cheques.
—Es el plan —dijo Valeria—. Desde hoy, no eres el arquitecto Adrián. Eres... Andrés, mi nuevo novio. Un tipo sencillo, algo callado y muy, muy enamorado.
Adrián iba a protestar cuando el timbre de la puerta sonó con una insistencia violenta. Valeria miró por la mirilla y se le escapó una maldición.
—Es Ricardo, mi ex —susurró con pánico—. Viene por el dinero de la fianza del coche que "olvidé" pagar. Si ve a un tipo extraño en mi sala, empezará a hacer preguntas.
—Pues haz que no sea un extraño —respondió Adrián, asumiendo el papel con una frialdad que sorprendió a Valeria.
Valeria abrió la puerta. Ricardo entró como si fuera el dueño del lugar, con su traje barato y su aroma a colonia de imitación.
—Valeria, necesito esos quinientos dólares ahora y... —se detuvo en seco al ver a Adrián apoyado en la encimera de la cocina, bebiendo café con una actitud peligrosamente relajada—. ¿Quién demonios es este?
—Él es Andrés —dijo Valeria, pasando un brazo por la cintura de Adrián con una sonrisa forzada—. Mi novio. Se acaba de mudar... para ayudarnos.
Ricardo soltó una carcajada burlona.
—¿Este muerto de hambre? No parece tener donde caerse muerto.
Adrián dio un paso adelante. Su estatura y la intensidad de su mirada, incluso bajo la ropa vieja, hicieron que Ricardo retrocediera un paso.
—El dinero que le pides a Valeria es para tus deudas de juego, no para los niños —dijo Adrián, usando la información que había escuchado anoche—. Si vuelves a entrar aquí sin llamar, te enseñaré lo que hacemos los "muertos de hambre" con la gente que no respeta la privacidad.
Ricardo, intimidado por una autoridad que no comprendía de dónde venía, balbuceó una amenaza vacía y salió de la casa dando un portazo.
Valeria soltó el aire que contenía y se separó de Adrián, sintiendo el calor de su cuerpo todavía cerca.
—Eso fue... impresionante. Pero ahora tenemos un problema mayor. Isabella y tu padre acaban de poner precio a tu cabeza con esa noticia del "brote psicótico".
Adrián miró por la ventana. El coche oscuro de anoche ya no estaba, pero sabía que Don Samuel no se rendiría. Había empezado un juego de ajedrez donde él era la pieza perdida y Valeria, con su caos y sus hijos, era el único tablero donde aún podía ganar.
—Valeria —dijo él seriamente—, ¿por qué me ayudas? Sabes que esto te pondrá en peligro.
Valeria lo miró mientras recogía los platos del desayuno, con esa mezcla de cansancio y fuego en los ojos.
—Porque alguien tiene que demostrarle a tu padre que no todo el mundo tiene un precio. Y porque, aunque no lo creas, este caos es mucho más divertido que mi vida anterior