El silencio en la cabaña era tan denso que Adrián podía escuchar los latidos desbocados de Valeria a su lado. Bajo la trampilla del sótano, ocultos entre cajas de manzanas viejas y herramientas oxidadas, la familia aguardaba.
—Si muero aquí, quiero que sepan que los amo... —susurró Mía dramáticamente, aunque su voz temblaba de verdad—. Y que borren mi historial de búsqueda en Google. ¡Mateo, no me mires así, es una última voluntad!
—Cállate, Mía —siseó Mateo, que estaba pegado a una pequeña rendija del suelo con un espejo de mano—. Ya están adentro. Son tres. Botas tácticas, linternas de alta potencia. No son policías, mamá. Son los de seguridad de la corporación.
Arriba, el crujido de las tablas de madera anunciaba que los intrusos caminaban justo sobre sus cabezas. Una voz femenina, fría y afilada como un cristal, rompió el silencio del salón.
—Sé que estás aquí, Adrián —era Isabella. Sus pasos de tacón resonaban con una elegancia macabra—. No seas ridículo. ¿Realmente prefieres morir en este agujero con una mujer que apenas conoces y sus hijos molestos? Solo danos la llave USB que sacaste de la caja fuerte de tu padre y podrás volver a ser el arquitecto estrella. Don Samuel puede perdonar un "brote psicótico", pero no una traición.
Adrián cerró los ojos con fuerza. No era solo el lavado de dinero; la llave USB contenía las pruebas de que los materiales de construcción de los edificios de interés social eran defectuosos. Edificios que podían colapsar en cualquier momento. Su padre había ahorrado millones poniendo en riesgo miles de vidas.
—Adrián —susurró Valeria en la oscuridad, tocándole el brazo—, si subes, te matarán.
—Tengo que sacarlos de aquí —respondió él en un susurro—. Mateo, ¿tienes los petardos que guardaste de la fiesta de Mía?
—Y algo mejor —dijo el niño con una sonrisa sombría, sacando un bote de laca para el pelo de su hermana y un encendedor—. Si el "abuelo" quiere fuego, le daremos fuego.
Adrián le dio un beso rápido en la frente a Valeria —un gesto que los dejó a ambos paralizados por un segundo— y salió por una pequeña ventana trasera del sótano que daba al exterior, moviéndose como una sombra.
Mientras tanto, arriba, Isabella perdió la paciencia.
—¡Revisen cada rincón! Si encuentran a la mujer, úsenla para que él hable.
Justo cuando uno de los hombres iba a levantar la alfombra que cubría la trampilla, un estallido ensordecedor sonó en la cocina. Mateo había lanzado una "bomba de humo" casera hecha con harina y un petardo, creando una nube blanca cegadora.
—¡Ahora, Mía! —gritó Mateo.
Mía, usando el flash de su teléfono en modo ráfaga, empezó a disparar luces intermitentes desde un rincón oscuro, gritando: "¡La policía está aquí! ¡Estoy transmitiendo en vivo a diez mil personas! ¡Saluden a la cámara, asesinos!". Era una mentira total (no había señal), pero el pánico de ser grabados hizo que los hombres vacilaran por un segundo crítico.
Fuera de la cabaña, Adrián llegó al generador eléctrico. Con un movimiento experto, cortó los cables, sumergiendo la montaña en una oscuridad absoluta.
—¡Isabella! —gritó Adrián desde el bosque, su voz resonando entre los pinos—. Aquí tienes tu "brote psicótico". ¡Ven a buscarme si te atreves!
Los hombres de seguridad salieron corriendo de la cabaña hacia el bosque, persiguiendo la voz de Adrián. Isabella se quedó sola en el porche, furiosa.
—¡Valeria! —gritó Adrián desde la penumbra—. ¡Saca a los niños y suban al SUV! ¡Váyanse ahora!
Valeria salió de la trampilla, agarró a sus hijos y al cobarde de Ricardo (que se había quedado hecho un ovillo en un rincón) y corrieron hacia el vehículo. Pero antes de arrancar, Valeria vio a Adrián forcejeando con uno de los hombres cerca del barranco.
—¡No podemos dejarlo! —gritó Mía, olvidándose de sus seguidores—. ¡Es de la familia, mamá! ¡"Cuchurrumín" es de la familia!
Valeria metió la primera marcha, pero no para huir, sino para enfilar las luces largas del coche directamente hacia los atacantes.