Capataz

3 || BENJAMIN

—¡Cariño!

Mamá se aparece y me da un abrazo en cuanto me ve aparecer en el vestíbulo principal de la casa. Hay una inmensa escalera que parece subir hasta habitaciones y despachos privados mientras que la parte baja contiene un vestíbulo principal amplio con decorado, sillones, bibliotecas de esas que sirven como parte de la estética del espacio y un aroma delicioso a lavanda natural fresca.

Estimo que ha de tratarse de una cocina desde la puerta donde se aparece ya que viene secándose las manos en un delantal puesto.

Una vez termina de estrecharme, me pregunta:

—Qué alegría verte, ¿qué tal el viaje? ¿Te encuentras bien?

Mi madre tiene la misma altura que yo, menos de un metro setenta (apuesto que con suerte llegamos al metro sesenta y cinco) por lo cual no hemos sido muy agraciadas al respecto, lo que sí sucede evidentemente a los Miller ya que están cerca nuestro y nos pasan con enormidad en lo que al tamaño corresponde.

Supongo que mi padre tampoco era muy alto, sino al menos podría haber sacado sus genes.

—Solamente tuvo un pequeño accidente en la entrada, pero nada de qué preocuparse de manera suprema—le cuenta el señor Davies mayor, ejem...¿cómo se llamaba? Ah, sí, el hijo es Edward y el padre es John. Y el chiquillo que se escucha llorar es Benjamin, pero parece estar en alguna habitación de la parte de arriba, ya que se percibe solapado. A los demás parece no resultarles extraño, por el contrario, todos tienen gesto de estar conviviendo con un bebé, además que parece que hubo una suerte de batalla campal que no le ha dejado dormir, a juzgar por los que salieron furiosos recientemente.

—¿Un accidente?—pregunta mi madre con preocupación—. Cariño, ¿estás bien? Oh, mira—y me evidencia el raspón en las manos del golpe que me di recién.

—Estoy bien, mamá.

No quiero llegar ya montando una escena. De hecho, acaba de suceder, solo no quiero que la escena siga teniendo nuevas partes.

—Luego ven para que revisemos eso. Toma.

Me pasa alcohol en gel que me hace arder y luego toma un trapo húmedo desde el bolsillo de su delantal y me limpia.

El señor John Miller se acerca, mira y asiente:

—Mucho mejor.

—Lucinda—explica Edward—: Te mostraré la casa, la familia y luego habla con mi madre para que te ponga al tanto de tus deberes.

Philippe y la criada que se acercaron recientemente se han marchado para retomar sus cosas.

—Mi padre—explica Edward señalando a John quien me tiende una mano y asiente con cortesía—. Y antes de subir a ver al resto de la familia, necesito que te acerques por este despacho para conversar a solas contigo.

—Oh, sí, claro—murmuro.

—A disposición de lo que necesite, señor—señala mamá antes de perderse nuevamente por la cocina.

—Gracias, señora Willington—dice John y también se va por un camino tras la enorme escalera, supongo se dirige hasta el patio dentro del enorme campo algodonero.

Le sigo el paso al señor Miller hasta que llegamos a su despacho. Me asombra la inmensidad de su espalda, llego a la conclusión que parte tener ese porte, él también ha de ser una persona que trabaja en los campos, también juzgando el asunto de que al tomarme de su mano hace un momento, tenía callos de los que se hacen frente a la labor física con manos fuertes, grandes, definidas y con las venas marcándose.

Una vez que entramos al despacho (la puerta ya estaba abierta) me encuentro con que hay un escritor de madera lustrada y cuatro sillones alrededor, algunos papeles yacen tirados en el suelo y las paredes cuentan con más libros y bibliotecas. Por todos los cielos, el lugar es en verdad asombroso, es exactamente la clase de lugar que me encantaría habitar, pero que las oportunidades académicas me han coartado ahora mismo como para estimar la opción del crecimiento en la escala social.

—Tome asiento, por favor—me dice—. Disculpe el desorden.

—Yo...gracias—murmuro.

Me siento frente al escritorio y le ofrezco:

—Puedo comenzar con mis tareas levantando los papeles.

—No, eso lo hace la gente de limpieza y ordenanza. Sus labores deberán ser otras, Lucinda. —Detecto que ha dejado el tuteo de lado a lo que le digo, tomando provecho de una breve pausa que hace:

—Señor, usted puede tutearme.

—A la gente que trabaja para mí no la tuteo, pero contigo haré una excepción. Necesito que seas mucho más que una persona de limpieza o algo parecido, te necesito desde cerca, prácticamente como un miembro más de la familia.

—Mamá me explicó algo sobre el tema...

—Y le agradezco que te lo haya anticipado, yo se lo pedí—me explica él. Su voz parece medio quebrarse al hablar, pero la fortaleza y la rudeza en su manera de hablar no permiten que asome sentimiento alguno, pero sí se acompaña por su semblante y el dolor en su mirada herida color gris perla, como el cielo nublado en una tarde londinense—. Mi esposa...está muriendo. Todos sabemos que no ha de quedarle mucho, los médicos nos advirtieron que su enfermedad se vería agravada con el embarazo y todos nos aseguraban de que no sobreviviría al parto. Fue un parto por cesárea y mi hijo Benjamin nació un mes prematuro. Tuvo una internación de casi mes y medio con toda la ayuda que hizo falta para que pueda salir bien de la situación, pero Thamara no consigue recuperarse y...nos tiene a todos extremadamente agotados.

Me llama la atención que use la palabra "agotados" como si se tratase del cansancio únicamente el asunto.

Se puede observar y sentir con todos los medios posibles que el dolor ha atravesado a la familia entera de manera tajante. Pero no soy quién como para ocuparme de hacerle aceptar su propio dolor al señor Miller y le dejo continuar:

—Quizá pueda ser mucha responsabilidad—prosigue Edward—, pero es extremadamente importante que puedas saber la importancia de que estés con nosotros. Con todos...nosotros. Tu apoyo y compañía será fundamental para que Thamara pueda pasar este tiempo de la mejor manera posible. Su visión se ha visto afectada en parte y no puede ejecutar proceso mentales que la exijan mucho, pero si algo le hacía muy bien era leer. Todos los libros que ves acá fueron puestos para complacer el apetito lector de mi esposa... Me encantaba verla quemándose las pestañas a todas horas, siempre sumergida en algún libro y comentarme entusiasta en vacaciones o antes de dormir sobre lo mucho que le gustaban las historias que leía...—Parece que se ha puesto a divagar en sus memorias, pero sale rápidamente de eso como si fuese un campo minado. No se niegue así su propio malestar, señor Edward, déjelo fluir, puedo notar la necesidad de hablar que hay en su voz; qué va, no soy yo la persona que merece hacer de oídos para este hombre con toda la pinta de ser de hielo—. Tu rol, ¿sabes cuál es?




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