Capataz

5 || MI SEÑORA

—¿Qué tal te ha ido?

—La señora Tham es un amor.

—Señora Miller, cariño. O señora Thamara Miller—me corrige mi madre mientras decido ayudarle a poner las cosas de la cocina a la mesa. Tienen una cocina inmensa y la hora del almuerzo se vuelve un auténtico banquete, es de esas comidas inmensas que se sirven listas para que un batallón apenas termine alimentándose del mismo modo que lo haría cualquier mortal, aunque con costosas opciones.

—Ella me dijo que podía llamarle Tham—le digo—. Y Edward le dice "Thammy".

—¿Edward Miller? Señor Miller, cielo, por todos los santos, guarda respeto al dirigirte a ellos. Además, ¿cómo es eso? ¿Tú le escuchaste decirle así?

—Sí—le hablo un poco más bajo para decirle al oído—. Tendrías que haberle escuchado hablar de su hijo. Es la primera vez que le veía comer hasta quedarse dormido el pequeño, no sé cuál de los dos estaba más para una obra maestra aterciopelada.

No sé por qué, pero a ella no le hace gracia que hable de ese modo sobre la familia de nuestros superiores.

De todos modos me lo hace saber con un gesto que me pide guardar discreción y me señala una pila de platos.

—Lleva esos a la mesa, por favor.

—Sí—le digo—. Pero lo digo en serio, mamá, no miento con lo que vi.

—Lo sé, cielo, te creo. Ve.

Creo que no está bueno que emita algunos comentarios acerca de la familia dentro de la casa, así que intento medirme y hago lo que me dice. Una vez que llego a la mesa con algunas cosas ya servidas, dejo la pila de platos para que un grito me llegue desde el pie de la escalera, dándome el susto de mi vida. Suerte que ya he dejado la vajilla en su lugar sino me hubiera dado el peor sacudón de mi vida.

—¡No! ¡No, no, no!

Me vuelvo rápidamente y veo a una señora bajando con prisa. Parece que es alguien de edad avanzada, sin embargo, tiene un buen estado físico como para subir y bajar escaleras sin problema alguno.

Y escaleras tan grandes como las que hay en este lugar.

Una vez que se acerca, detecto que se trata de la madre de Edward y esposa de John Miller. Tiene los mismo ojos que su hijo, en verdad es al revés, pero detecto también de qué parte del linaje es que Benjamin también tiene esa mirada tan bonita.

Lástima que la nariz respingona de la tal Jacinta y el gesto de señora malhumorada no acompañen la situación.

—No hagas esto, tú no.

Me señala los platos.

—¿El que? Disculpe, señora. Estoy recién llegada a la casa. Quizá tomé el juego de vajilla que no correspondía, puedo devolverlo a la alacena.

—Me refiero a que tú no deberías estar haciendo esto sino que tu trabajo es cuidar de Thamara, no poner la mesa ni hacer dormir a mi nieto. Para eso el chico tiene a su nada.

—¿Di...disculpe?

—Como me escuchaste, querida. Te pagaremos para labores concretas, no puedes estar haciendo lo que corresponde a los demás, debes ocuparte de lo tuyo y encargarte de que eso salga bien.

—Yo...lo siento.

—Señora Miller—. Mamá aparece con una bandeja con copas que deja reposar en la mesa y le dice, cabizbaja a su matrona—. Lamento el inconveniente, he sido yo quien ha pedido a Lucinda que traiga los platos. La señora Thamara ya ha almorzado y está durmiendo su siesta, por eso mi hij...por eso, Lucinda, ha decidido venir en mi colaboración.

—Igualmente, deberías quedarte con ella hasta que te digamos si vienes o no vienes a almorzar—dice ella.

Acto seguido revisa los platos y pregunta:

—¿Qué es esto? ¿Tendremos visitas?

Mamá revisa la cantidad de platos que he sacado de la pila. Pues, he contado uno para cada uno, Philippe, Nahir, las dos criadas, mamá, Edward, John, Jacinta y yo. ¿Creo que me ha salido mal la cuenta? Es una mesa enorme, pueden entrar hasta doce personas tranquilamente.

—Ay, cariño—farfulla mamá.

—¿Q...qué sucede?

Ella toma los platos y solo deja tres en la superficie. ¿Qué he hecho mal esta vez?

—Disculpe, señora—dice mamá—. No volverá a pasar, se lo prometo.

—Eso espero. Ya son días demasiado difíciles para esta familia, el personal está para hacer más operativas las jornadas, no para complejizarlas.

Un ruido nos llega desde la puerta principal, desde la cual entran Edward y John. También viene otro hombre al que no reconozco, pero deduzco que ha de tratarse de algún conocido de ellos de la misma categoría ya que viste con esos atuendos caros y parece tener unos cuantos años por encima de John. Es un anciano muy elegante y con pinta de ser serio. Vienen discutiendo algunos asuntos que refieren a los Davies, pero no logro comprender bien de qué se trata.

—Querida, has regresado—le dice John al ver a su esposa. Jacinta se acerca a él y saluda a su hijo y al hombre. Demasiada formalidad como para estar en familia, a mi madre la saludo con un abrazo fortísimo cuando pasan días sin tener la oportunidad de verla—. ¿Qué tal estuvo el viaje?

—Estuvo bien—le dice y se vuelve al anciano—. Señor Jameson. ¿Se queda a almorzar?

—Así es, mamá—contesta Edward—. Tenemos asuntos que resolver con el negocio y la herencia. Puede orientarnos al respecto.

—Deja un plato más, el doctor Jameson se queda a acompañarnos con la comida de hoy—le dice Jacinta a mamá.

Ella asiente, lo hace, y luego anuncia:

—Si se les ofrece algo más, nos mantienen al tanto.

—Con permiso—digo, notando que es hora de retirarnos.

El tal Jameson anuncia:

—Huele exquisito.

A lo que John responde:

—La señora Willington hace unas comidas que se irá más que satisfecho.

—Si sabe como huele, las manos de la señora Willington comenzarán a cotizar en bolsa, eh—comenta, con cortesía.

Mamá se sonroja. Hacía falta eso ante la frialdad con la que Jacinta la acaba de tratar.

—Ya puedes ir a hacer su cosas, también tu puedes colaborar con la cocina solo hoy, Lucinda, al tener invitados quizá sea necesaria algo de ayuda—le dice la mujer a mamá.




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