—¡No puede...ser!
Cuando levanto la mirada, me quedo observando a Thamara con cierto susto. Es que no creo que estarle narrando la historia le haga bien, las cosas se han puesto complejas y estoy haciéndola pasar un mal rato.
—Si quiere, puedo reescribir desde esta parte—le aseguro.
Ella se seca una lágrima de los ojos y me dice con cierta emoción:
—No, cariño... No... Tu eres la autora, solo que no me esperaba que hicieras eso...
—Yo... ¡Lo siento!—. Comienzo a desesperarme al saberme una mala persona, pero al fin y al cabo, es parte de desquitarme por haber sido primero lectora.
—La muerte de la pequeña Gigi, realmente no me lo hubiera esperado. ¡Era tan solo una criatura!
—Ese caballo no estaba en buenas condiciones y ya todo el mundo había advertido al teniente de que llevar a su hija hasta los campos de práctica podría ser peligroso para cualquiera que no estuviera advertido.
—¿Pero justo el caballo estar rabioso y enojado en ese lugar, en ese momento?
Me encojo de hombros, no quiera hacerle ningún spoiler y lo pienso, hasta decidirme a darle apenas una pista.
—Y... Sí, demasiada casualidad, ¿no?—murmuro.
Ella abre los ojos de golpe y me pregunta casi de modo retórico. Como buena lectora ya comienza a sacar sus buenas conclusiones:
—Fue él quien se lo hizo, fue Don Segundo. Ese hombre detesta al teniente y está lleno...de odio. —Tose en cuanto se da cuenta de que la historia ha acelerado todas sus teorías y pensamientos. Opto por cerrar el segundo cuaderno por el que voy llevando mi narración y le acerco un poco de agua con el sorbete.
—Tranquila, señora. No quiero que digan que la estuve exaltando o algo similar, solamente la historia es de esa manera y no me gusta ir planificando. Prefiero que el ritmo de las cosas me sorprendan—le explico. En cuanto ha terminado con sus sorbos, me hace el mismo gesto con el que Edward identificó que ya no necesitaba más y quedo a disposición de volver a nuestro lugar.
—Descuida—me dice ella—. Sabes cuánto tiempo llevo esperando a volver a sentir esas emociones...que me causan los libros. Cuando terminas una lectura o un libro te deja triste o pensando, por algún motivo, le tomas cariño a su autora o autor, pese a que fue una lectura con mucha crueldad de su parte. Quedas con gusto de haber podido pasar por esa revolución de sensaciones que te ha hecho sentir con mucho orgullo y placer. Hasta es probables que les sigas en sus redes y les profeses devoción, pese a que pudieron romperte el corazón.
Suelto una risita y me encojo de hombros. En tanto lectora, suelo hacer eso, pero no tengo un uso muy asiduo de las redes sociales.
—No sabes muy bien de lo que te hablo, ¿verdad?—me pregunta.
—A veces he comprado algún libro digital y leído en línea, pero no es algo que haga con mucha frecuencia porque mis recursos en calidad de conectividad no son los mejores que digamos.
—Me refiero a otra cosa—asegura—. Estoy hablando de que tu en tanto autora, no has creado un perfil público, ¿verdad? ¿Te has atrevido a compartir algo de lo que escribes en plataformas digitales?
—¡Pues...no! Con qué cara, una persona como yo, cualquiera se me reiría. Además, sería totalmente injusto con quienes hacen de la escritura una profesión.
—¿No lo es para ti?
—Quizá si puedo estudiar la carrera algún día.— Me limito a no explicarle mi pacto con su marido, es algo cruel.
—No, cielo. Me refiero a que no crees que ya deberías hacerlo y no esperar a que una titulación te lo avale.
Me siento enrojecer.
Y quedo muda. Me lo he pensado, pero el pudo y la vergüenza ante la crítica me ha provocado desestimar tal opción. Thamara Davies de Miller es demasiado buena y generosa, además de que no cuenta con muchas otras opciones en calidad de personas que cumplan con una labor similar a la mía, así que es probable que lo esté haciendo y diciendo solo porque la nobleza en su corazón es enorme.
Antes de dar una respuesta, golpean la puerta. Tres golpes suaves bastan para identificar que se trata de la enfermera que viene a realizar las labores que corresponden de higiene y demás para Tham.
—Oh, cierto, ya me había olvidado.
—Buenas tardes, señora Miller. Señorita WIllington—die ella avanzando y dejando sus cosas a un costado, lista para acomodarse y yo tener que retirarme.
—Tenemos para rato, la historia se estaba poniendo muy intensa—asegura Tham y le pregunta a la enfermera—. Tendrías que leer la historia del teniente, es fenomenal—asegura y me siento plagada del pavor que me genera la situación. Al igual que cuando sucedió con la fisioterapeuta.
—¿Ah, sí? ¿Quién la escribe? Vengo buscando hace tiempo una historia que me saque del bloqueo lector—asevera la enferma que es morruda y con toda la pinta de ser alguien de carácter fuerte, jamás me imaginaría que pudiera tener problemas de bloqueo lector que la acomplejen, muy mal de mi parte al subestimar eso.
—Ya te dije, cariño. Transcribe a máquina y publica tu historia—me dice Tham.
—Creo que debo irme—me pongo de pie con mis cuadernos.
—¿Tú has escrito un libro?—pregunta la enfermera.
Asiento, aún más roja. Estoy a punto de ponerme a hervir como salsa de tomate en una cacerola.
—Y no sabes qué tan estupendo lo hace—asevera Tham.
—Yo...regreso enseguida.
Ella sonríe, sabiendo que me pone un poco extraña el ser adulada, no acostumbro a eso y finalmente me voy, escapando y sabiendo que tienen para un largo rato aquí. Al salir, paso para visitar al pequeño Benjamin, notando que la nana lo ha hecho dormir y lo sostiene en brazos.
—Oh, cariño—me dice—. ¿Podrías pedirle a la señora Jacinta si ya pudieron comprar los víveres para el pequeño? La leche especializada apenas tenía ayer en el tarro y le pedí al señor Edward que compren, pero con todo lo sucedido luego con los Davies, es probable que lo haya olvidado.