Capataz

11 || EN LOS BRAZOS DEL CAPATAZ

 

Cuando el Teniente llegó de su misión, su primera reacción fue buscar a Helen por toda la casa. Venía desesperado, como un salvaje animal con un ansia violenta de destruirlo todo, cuando lo sabido es que esos animales en verdad están heridos, abandonados o tan dañados con la vida que es la única manera en la que pueden reaccionar cuando les toca hacer frente a su propia vulnerabilidad.

Buscó a Helen por toda la casa y la encontró ordenando los libros de la inmensa biblioteca de la familia. Estaba con el corazón destrozado, con la excusa de que el polvo le enrojecía los ojos y que le hacía doler el pecho al punto de convertirla solo en un mar de lágrimas. En cuanto los fuertes brazos del Teniente la abordaron, ella cayó sorprendida en ellos, pero rápidamente esa posesión le supo a lo más parecido que podría haber con la palabra HOGAR.

El mismo que la cobijó en cuanto la boca de él se encontró con la de ella en un cálido beso que les hizo arder a ambos en leguas de un fuego abrasador, delicioso y supremo. Sin duda que esto solo podría significar amor, saber a amor y sumergirse en amor.

En cuanto los cuerpos fueron uno, no importaron ya los libros, estos eran excelentes testigos de una sesión fogosa de amor que los terminó por fundir en la magia del reencuentro y de la pasión.

Desde entonces, solo una cosa podría ponerse a prueba para el Teniente y para Helen. Con tanto dolor atravesándolos en lo que significó la distancia, ahora, pondrían a prueba su amor contra todo pronóstico y contra todos los enemigos.


 

En cuanto termino con la lectura del capítulo, veo a Thamara con los ojos grandes, con un ansia y vitalidad tan fuertes que ni siquiera frente al efecto de las medicinas, me parece verla de esa manera.

Me alegra verla de ese modo, también me pone muy feliz saber que mi historia tiene la posibilidad de causar eso en ello.

—Por todos los cielos, Lucinda, ¡creo que...estoy hiperventilando!

—¡Oh!—me pongo de pie de inmediato—. ¿Busco a una enfermera? Lo…¡lo siento, ahora me encargo!

—No, no—suelta una risita que la ahoga, tose un poco y me hace gesto de que vuelva a sentarme—. Siéntate, era en sentido figurado. Tu historia me ha dejado así, pero no literalmente, Lucy. Siéntate.

Es la primera vez que me dice Lucy. Pese a que ella me ha habilitado a llamarle Tham, en estos cuatro días, con tantas horas pasando juntas, es la primera vez que me llama de ese modo como si fuésemos amigas.

Ejem…¿lo soy para ella?

Aún quedan al menos dos horas para que termine mi turno, afuera comenzará pronto a atardecer y las aves hacen entrar un cántico hermoso por el amplio ventanal. Ella mira hacia afuera una vez que me siento y advierte:

—Avancemos con el capítulo siguiente, no doy más de la intriga.

—Es que...es todo lo que he escrito, señora.

Ella se vuelve con gran sorpresa a mí y la miro con una avergonzada sonrisa en los labios. Debo ponerme a escribir, cada vez más rápido. Es muy ávida en su interés por la lectura, jamás me pensaría que me reclamaría capítulos cada día con tanta prisa.

—¿Es en serio?—me pregunta.

—Lo sien…

—Descuida, no puedo explotarte. ¿Quisieras tomarte lo que queda de tu día para escribir? Puedes hacerlo aquí, en el escritorio.

—Yo...suelo hacerlo de noche, cuando ya están todos dormidos y las musas se despiertan—bromeo y ella ríe.

—Descuida, prometo que no haré ruido—me advierte—. Solo no me dejes sola, es demasiado aburrido y triste pasar horas mirando la pared, no me hace pensar en otra cosa más que en mis dolores o en cuánto tiempo me queda. Prometo no ser una molestia si decides venir a escribir acá.

—No es eso, señora. Solo que no podría escribir sabiendo que tengo a mi lectora favorita reclamándome por un capítulo más.

—Oh, descuida, no seré como la mujer de Misery. ¿Leíste esa de Stephen King? La película también es muy buena.

Suelto una risita y asiento.

—Fue exactamente en lo que pensé.

—¿Estás queriendo decir que soy tan fea como Annie Wilkes?

—¿Q...qué? ¡No!

—Me refiero a la del libro, no la de la película o la serie.

—¿Hay una serie de Misery?

—Así es, la segunda temporada de Castle Rock. Una serie escrita por King y alguien más que ahorita no recuerdo.

—¡Oh! Jamás hubiera juzgado que era usted fanática de un escritor como Stephen King. Es decir… ¡No es mi intención juzgarla! Solo creía que era más de la novela fresa o de las historias...pasionales.

—Bueno, ese teniente sí que es pasional.

Me sonrojo y me encojo de hombros.

—Mi hermano Jesed es quien siempre fue fanático empedernido de Stephen King—me explica—. Él siempre estuvo obsesionado con las historias de terror, morbosas, con mucha sangre o con personajes psicológicamente inestables.

—Dios santo… Bueno, no puedo juzgarle, a todo el mundo le gusta la ficción, cada quien con sus intereses.

—Siempre que la ficción no acompañe la realidad. Menos aún con un libro o una historia de un novelista de terror.

—¿Por qué lo dice?

—Pues…—ella vuelve la mirada a mi, luego de un afligido vistazo hacia el panorama que se extiende fuera de la hacienda, un atardecer primaveral de lujo—. Jesed tenía conductas peligrosas. Una vez, luego de leer Cementerio de Animales, vio la película, mató a un gato y lo llevó a un bosque. Lo enterró junto a algunas aves muertas y aguardó ahí un rato para regresar a dormir a la casa. Al día siguiente lo fue a buscar, con la esperanza de verle vivo, pero al desenterrarlo, el gato seguía estando muerto ahí.

—¡No puede ser!—el corazón se me encoge ante el horror.

—Es una pena, pero así fue.

—¿C… cómo le mató?

—Lo sujetó de la cola y lo golpeó con una tabla hasta matarlo en la parte de la maderera que teníamos en casa de chicos.




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