Carpe Diem

*1*

Camila.

 

 

Abrir los ojos era como tomar medicina para la gripe: no quería hacerlo, pero debía. Tampoco era como si tuviera algo muy importante que hacer. No, solo debía llegar a la universidad en cuarenta y cinco minutos, si no quería reprobar Historia Universal por tercera vez. Y no quería, porque si eso sucedía sería expulsada y entonces sería muy probable que continuara siendo una fracasada que les vendía alcohol a otras personas y que vivía en aquella pocilga asquerosa y diminuta hasta un nivel ridículo.

Era realista. Sabía muy bien que no era la única fracasada en el mundo, ni la que más. Muchas de las personas a las que les servía tragos cada noche estaban igual de mal, pero era seguro de que muchos de ellos tenían un lugar decente donde dormir, al menos. No como su departamento donde ella era la que parecía una intrusa frente a las ratas y demás bichos de difícil identificación y extraña procedencia.

Se levantó de la cama lanzando una maldición. No era que ir a la universidad era la única manera en la que una persona tenía acceso a una vida decente, pero como ya no se encontraba en disposición de vender drogas o dejarse manosear por algún viejo asqueroso, era la única manera en la que ella podía.

No quería ser tomada a mal, no fue que se rindiera sin intentarlo. Lo había hecho. Pero en el transcurso la revelación de que le faltaban algunas cualidades para hacer ese tipo de trabajo le había golpeado en el rostro. Por ejemplo: descubrió que necesitaba ser menos curiosa para vender drogas, y lo sabía porque el preguntarse demasiadas veces que hacía la coca tan atractiva había terminado con ella consumiendo más de lo que vendía; tanto que solo hacía catorce meses que se encontraba fuera de rehabilitación .

En fin, lo de permitir que un hombre de calvicie incipiente que daba sus primeros pasos dentro de la tercera edad la tocara, solo porque podía darse el lujo de pagarle tampoco se le había dado bien. Para eso le había faltado docilidad y ese episodio prefería no contarlo.

Entró en el igualmente diminuto cuarto de baño, apartando de su mente esos recuerdos que no necesitaba en un día que ya prometía ser espantos e hizo una mueca. Ni siquiera podía sentarse en el váter sin que sus rodillas chocaran contra la bañera.

Toda su vida era patética.

Y si alguien está pensando eso, ella también lo había pensado. Pero el suicidio dejó de ser una opción después de probar y fallar por quinta vez. Lo había intentado casi todo.

No le temía a la muerte, aunque tampoco podía decir que le agradara. Llevaba toda su vida escuchando la frase "La muerte te llega cuando menos te lo esperas" pero lo cierto era que, salvo muy pocas excepciones, lo que la muerte realmente hacia era llegar cuando mejor te la estabas pasando.

Si, la muerte era una perra cruel, por eso ella había preferido llamarla cuando le diera la gana, en lugar de esperar a que esta aparecida cuando hubiera construido cosas que no querría soltar.

Intentó cortarse las venas, y la chica con la que compartía departamento para aquel entonces había elegido justo ese día para llegar temprano del trabajo. Todo se había ido a la mierda. Luego había intentado envenenarse, pero solo obtuvo tres días de vómitos, fiebre y más ganas de morir que las que ya cargaba. ¿Pastillas? Eso solo había terminado con ella en la sala de un hospital donde todo el mundo la miraba como si dijeran ''Pobre loca'', claro, gracias a su compañera de piso.

Después había intentado ahorcarse, pero su compañera de piso la había encontrado de nuevo y después de salvar su miserable vida la había echado del departamento. Finalmente había intentado envenenarse con gas y también había fallado o no estaría en aquel asqueroso lugar, rememorando sus obras. Lo curioso de todo aquello era que una vez viviendo sola se le habían terminado las opciones para morir, o tal vez las ganas de seguir tratando. Irónico ¿No?

Lo único que no había intentado era darse una sobredosis. Y no es que fuera una mala idea, drogarse hasta morir había sido una linda forma de dejar el mundo atrás, pero había sido la forma en que había muerto su madre y no deseaba tener nada en común con ella. Aparte de ser una fracasada, claro.

Así que se había resignado seguir con su vida. Consiguió un insípido empleo, un departamento repugnante y una plaza en la universidad estatal y había ''Comenzado de nuevo''. Lo que ningún libro de auto ayuda decía, era que comenzar de nuevo era malditamente aburrido y difícil.

Y por eso debía llegar a la universidad en treinta y dos minutos, tomar ese examen y, sobre todo, aprobarlo.

Salió del baño y se dirigió a buscar su ropa, o más bien alargo su brazo izquierdo para llegar al armario, teniendo todo el cuidado que necesitaba para no rasguñarse con una de las tantas astillas que se erguían amenazantes sobre el mueble. Sacó lo primero que tocó: un pantalón jean rasgado y una camiseta negra con el rostro de Marilyn Manson en ella. Y no. No era fan del tipo, solo por aclarar ese punto. La camiseta la había comprado en las baratas de verano. En aquellas circunstancias, cualquier cosa era válida.

Se dejó caer sobre una esquina de su cama mientras se ponía sus viejos converse, también cortesía del baratillo de ropa usada. Luego se arrastró frente al espejo mientras se intentaba, fallando como siempre, poner algo de orden en su pelo. Se había convertido en el tipo de persona que disfrutaba de ser invisible, sin embargo, la vida había decido dotarla de una mata de pelo muy rizado y muy rojo que la hacía parecer una princesa Mérida del siglo XXI y que no le permitía pasar desapercibida. Se puso un gorro de lana hasta las orejas, para evitarse las miradas en la calle.



#45284 en Novela romántica
#7242 en Chick lit
#29824 en Otros
#4403 en Humor

En el texto hay: humor, chica ruda

Editado: 16.01.2022

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.