El sonido de los cubiertos contra los platos y el murmullo de conversaciones animadas llenaban el pequeño café en el centro de Cannes. Me moví inquieta en mi asiento, mirando impaciente el reloj en mi muñeca: 16:45. Mi nuevo cliente llevaba más de veinte minutos de retraso. Suspirándome, di un sorbo a mi café, que ya se había enfriado, y miré mi teléfono, que se iluminó con el último mensaje de mi cliente, confirmando mis sospechas. No podría llegar antes de treinta minutos más. Considerando la posibilidad de marcharme, levanté la mano para pedir la cuenta. En ese momento, una voz familiar interrumpió mi acción.
—¿Eres tú? —preguntó alguien a mi espalda.
Giré la vista y sentí que el tiempo se detuvo. Henrik. El mejor amigo de Magnus estaba ahí. No lo había visto desde aquella última reunión antes de que Magnus desapareciera, y nuestra relación nunca había sido especialmente cercana. Sin embargo, allí estaba él, de pie frente a mí con una expresión que oscilaba entre la sorpresa y la incomodidad.
—Vaya coincidencia —dije, recuperando la compostura.
Él vaciló un instante antes de tomar asiento, sin esperar mi invitación.
—No esperaba verte aquí —admitió.
Lo observé con atención. Parecía más serio, menos despreocupado de lo que recordaba. Siempre había sido un hombre seguro de sí mismo, pero ahora había algo distinto en su mirada.
—¿Qué haces en Cannes? —pregunté, cruzando los brazos sobre la mesa.
Henrik suspiró y tamborileó los dedos contra la superficie de madera.
—Claramente no vine por turismo. Y siendo muy honesto, quería hablar contigo, ya que pensé que debías saberlo.
Mi estómago se encogió ante la seriedad de su tono. Algo dentro de mí me decía que no me gustaría lo que estaba a punto de escuchar.
—¿Saber qué? —pregunté, sintiendo una extraña mezcla de curiosidad y temor.
—Magnus ya no está en Francia. Se fue hace unos días.
El aire pareció volverse pesado a mi alrededor. Parpadeé, tratando de procesar sus palabras.
—¿Cómo que se fue? —Mi voz sonó más débil de lo que me hubiera gustado.
—Me pidió que viniera a vender la casa donde vivía. No creo que planee volver pronto —Henrik hizo una pausa antes de agregar—. Pensé que lo sabrías.
Negué con la cabeza, sintiendo cómo una punzada de frustración se mezclaba con algo que no quería admitir: tristeza. Me había aferrado a la idea de que aún había algo aquí para mí, pero la verdad era que me estaba engañando a mí misma. Magnus se había ido, y con él, cualquier motivo que pudiera haber tenido para quedarme.
Henrik me observó en silencio por un momento y luego se encogió de hombros.
—Tal vez esto te ayude a tomar una decisión —dijo, como si leyera mis pensamientos.
Inspiré hondo y solté el aire lentamente, apoyando los codos en la mesa.
—¿Sabes cómo me dejó? —Mi voz salió más dura de lo que esperaba.
Henrik frunció el ceño y negó con la cabeza.
—No llegó a la cena. —Mi garganta se cerró por un instante antes de poder continuar. —Íbamos a celebrar nuestro compromiso con nuestros amigos franceses. Habíamos planeado todo con tanto entusiasmo. Yo me encargué de la reserva, elegí el lugar. Pensamos en todo para celebrar nuestro amor, con la idea de compartir ese momento con las personas que más significaban para ambos.
Suspiré, recordando el anhelo que sentí aquella tarde.
—La misma tarde en que me había propuesto matrimonio —dije en voz baja. Recordé ese momento como si hubiera sido ayer, la misma playa donde nos dimos nuestro primer beso. Allí, con las olas del mar acariciando la orilla y el sol comenzando a ponerse, me miró a los ojos y me pidió que fuera su esposa. Fue un instante perfecto, como si el mundo entero se hubiera detenido para nosotros. Estaba tan segura, tan feliz. Planeamos todo, hasta la cena, y todo lo que vendría después. Pero entonces, me mandó sola a la cena, mientras él decía que tenía un compromiso previo. Yo no sospechaba nada. Fui, nerviosa pero emocionada, con la ilusión de que esa noche marcaría el inicio de una nueva etapa para nosotros.
Henrik me miraba, pero no decía nada.
—Nunca llegó —Las palabras salieron casi en un susurro, pero tenían el peso de una carga interminable. Me sentí idiota, esperando y esperando en ese restaurante, viendo cómo el tiempo pasaba y mi felicidad se desmoronaba. Pasaron las horas y no tuve noticias de él. Al final, me fui, sola. Y nunca me dio ninguna explicación.
Henrik, que hasta ese momento había permanecido en silencio, suspiró.
—No sabía nada de eso. Lamento mucho que haya pasado así.
Me encogí de hombros.
—No es solo eso. Lo que realmente me duele es que me hizo sentir invisible, como si no importara. Pensé que lo que teníamos era real. Pero me ha dejado sin ninguna respuesta.
Henrik me observó en silencio, como si estuviera procesando todo lo que le había contado. La mesa entre nosotros parecía un abismo más grande de lo que realmente era, como si me separara no solo de él, sino también de todo lo que había creído hasta ese momento.
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Editado: 14.06.2025