Cartas a un cobarde

Capítulo 4: Lo que no se dice

El sonido de mis tacones resonaba en el pasillo vacío mientras caminaba hacia la puerta de mi departamento. Todo estaba igual que hace seis meses, como si el tiempo no hubiera avanzado ni un solo día. La misma decoración, las mismas sombras que se proyectaban en las paredes, la misma quietud y el mismo silencio. Nada había cambiado, y eso me sorprendía tanto como me aterraba.

Me detuve frente al mueble del recibidor, quitándome los tacones con movimientos automáticos. Dejé mi bolso y las llaves sobre la superficie de madera, pero fue la fotografía enmarcada la que capturó mi atención. La imagen de Magnus y yo en Portofino, sonriendo, congelados en un momento que alguna vez creí eterno. Fue él quien insistió en colocarla allí, justo donde cualquiera que entrara pudiera verla. En ese entonces, me parecía un detalle dulce, algo que simbolizaba lo que compartíamos. Ahora, al mirarla, me parecía una trampa, una pequeña mentira encuadrada en cristal.

Me quedé observándola, atrapada en el eco de los recuerdos. Cada detalle me resultaba dolorosamente familiar: la luz cálida del atardecer reflejándose en el agua, su brazo rodeando mi cintura, su sonrisa... aquella sonrisa que en su momento parecía sincera, llena de promesas de futuro. Aquella imagen, que en su momento fue la representación de nuestra felicidad, ahora me pesaba como una losa sobre el pecho. No podía evitar pensar en todo lo que habíamos vivido, todo lo que compartimos. Las conversaciones, los sueños, las promesas que creí que eran reales.

No sabía cuánto tiempo pasé así, inmóvil, con la mente inundada de pensamientos, pero parecía que la foto me detenía en el tiempo, como si me hubiera atrapado en un ciclo interminable. La angustia se apoderaba de mí, y una parte de mí quería arrancar la foto del marco y guardarla en un cajón, sin mirarla nunca más, como si al hacerlo pudiera borrar lo que había sido. Pero, al mismo tiempo, otra parte de mí se aferraba a ella, como si conservar esa imagen pudiera devolverme todo lo que había perdido, como si aún pudiera rescatar lo que una vez fue.

Inspiré hondo, buscando despejar la mente, y finalmente tomé la decisión de quitarla del marco. La foto, aunque pequeña en tamaño, parecía tener el poder de retenerme en el pasado. La sostuve en mis manos por un momento, observando cómo la luz caía sobre ella. Luego la guardé con cuidado en la caja de recuerdos que tenía en el cajón de mi escritorio, junto con otros fragmentos de lo que alguna vez fue mi vida. Era un intento simbólico de soltar, de empezar a dejar ir lo que me ataba. Aunque sabía que no sería fácil, esa foto, que alguna vez había sido un símbolo de nuestra unión, ahora representaba todo lo que había quedado roto.

Me senté frente a mi escritorio, con la carta que aún no había escrito en mi mente. Élodie, mi mejor amiga, me había sugerido hacerlo. "Ponlo en palabras", insistió. "No para él, sino para ti". En su momento me pareció una idea absurda, como si las palabras pudieran realmente hacer una diferencia. Pero ahora, con el peso de la nostalgia sobre mis hombros, comprendía su significado. La carta no era solo para Magnus. Era para mí, una forma de liberar todo lo que había guardado dentro, todo lo que había sido demasiado doloroso para decir en voz alta.

Fui hasta el cuaderno que siempre guardaba a mano, el que nunca había usado en mucho tiempo, y con el bolígrafo en la mano, comencé a escribir. Las palabras no llegaron fácilmente al principio. Dudé, me detuve varias veces, insegura de cómo empezar, de qué decir. Pero luego, las palabras fluyeron, desordenadas, urgentes, como si finalmente pudieran escapar de mi pecho.

"Magnus, no sé ni cómo empezar..."

Escribí sobre la playa donde me propuso matrimonio, sobre la forma en que sus ojos brillaban cuando hablaba del futuro, de lo que íbamos a construir juntos. Escribí sobre la emoción con la que planeamos aquella cena especial, de la ilusión que sentí al elegir el lugar perfecto para celebrar con nuestros amigos, sobre cómo todo parecía tan seguro, tan claro. Y luego, pasé a la última noche que compartimos, la noche que él me dejó esperando sin decirme una palabra, sin darme ninguna razón, sin ninguna explicación. El teléfono vibrando en mi mano, pero sin el mensaje que tanto deseaba. La angustia de mirar el reloj una y otra vez, esperando un mensaje que nunca llegó. La sensación de estar atrapada, de no entender nada, de ser dejada atrás sin entender por qué.

Cuando terminé, cerré el cuaderno y solté una larga exhalación. No había respuestas en esas líneas, pero sí había verdad. Mi verdad. Y tal vez, eso era suficiente. Tal vez, lo que necesitaba era finalmente confrontar lo que había sucedido, enfrentar lo que me había roto.

El silencio que invadía el departamento era abrumador, casi palpable, como si las paredes mismas se estuvieran presionando contra mi pecho. De alguna manera, me sentí aliviada, como si al dar ese paso, al liberar la imagen de Magnus de mi vista, algo dentro de mí hubiera comenzado a moverse. No podía negar que el dolor seguía ahí, acechando en los rincones más oscuros de mi mente, pero al menos había dado el primer paso para dejarlo atrás.

Me quedé de pie unos momentos, observando la foto aún oculta en su caja, sintiendo el peso de la decisión. No estaba lista para olvidar, ni para perdonar. Pero algo me decía que tal vez estaba lista para empezar a reconstruir lo que había quedado en ruinas. Algo dentro de mí, que había permanecido congelado por tanto tiempo, comenzó a despertar, a moverse lentamente, como si estuviera recobrando la fuerza perdida.

De repente, el sonido del timbre me sacó de mis pensamientos. Mi corazón dio un brinco, y sin pensarlo demasiado, me dirigí hacia la puerta. Al abrir, me encontré con Élodie.




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