Cartas a un cobarde

Capítulo 6: Hay ciudades que te llaman y otras que te rechazan

La ciudad de Cannes había comenzado a entrar en ese punto de silencio de la noche, donde las luces se desvanecen lentamente y las calles se sumergen en una calma engañosa. Caminaba de vuelta a casa con Élodie, sintiendo el peso de la conversación con Viktor aún flotando en mi mente, como un eco persistente que se negaba a desvanecerse.

En mi vida, había momentos que marcaban el cierre de capítulos, y el encuentro con Viktor había sido uno de esos puntos de inflexión.

Entre el sonido de la música y las risas dispersas en el bar, mi mejor amiga se había ido a bailar, dejando a Viktor y a mí conversando en nuestra lengua materna. Había algo reconfortante en poder hablar sin filtros, sin el esfuerzo de traducir mis pensamientos a otro idioma.

“—¿Por qué Cannes? —pregunté, más para desviar mis propios pensamientos que por una verdadera curiosidad.

Viktor parecía pensarlo por un segundo antes de responder.

—No sé. Siempre he tenido una relación extraña con las ciudades —dijo, con una mirada distante—. Algunas me llaman, otras me rechazan. Cannes es diferente. Aquí es como si pudiera respirar. Y eso es lo que necesitaba.

—¿Respirar? —repetí, sintiendo el peso de esa palabra más allá de su significado literal.

Él asintió sin mirarme, sus ojos fijos en el horizonte, como si ahí se encontrara la respuesta a su propio enigma.

—A veces, sentir que uno puede escapar, aunque solo sea por un rato, es todo lo que uno necesita —comentó, su tono grave, teñido de melancolía.”

Sus palabras flotaron en el aire entre nosotros, instalándose en mi mente con una facilidad inquietante. Porque entendía demasiado bien lo que quería decir. Escapar. Fingir que uno tiene el control cuando en realidad es la ciudad la que decide cuándo te deja quedarte y cuándo te empuja fuera de su territorio.

El silencio que se extendió entre nosotros no fue incómodo. Más bien, fue como un acuerdo tácito, un reconocimiento mutuo de que, de alguna manera, ambos éramos extranjeros en nuestras propias historias.

Cuando nos despedimos, Viktor sonrió con una comprensión silenciosa, como si ya supiera lo que yo apenas estaba empezando a admitir. Me quedé mirando mientras se alejaba, y por primera vez en mucho tiempo, sentí la verdad clavarse en mi pecho con una certeza insoportable.

Cannes me estaba dejando ir.

El camino a casa se sintió más largo de lo habitual. El aire era fresco, pero no lograba despejar el nudo en mi estómago. Caminamos en silencio, pero Élodie me conocía demasiado bien para no notar mi inquietud. Me observaba de reojo, esperando a que hablara, pero no dijo nada. Me dio mi espacio, como siempre lo hacía.

Cuando llegamos, me detuve frente a la puerta. Observé el edificio, cada grieta en la pintura de la entrada, cada reflejo de las luces de la calle en las ventanas. Sentí una extraña sensación de desapego, como si este lugar ya no me perteneciera.

Entramos, y el sonido de nuestros pasos resonó en el interior silencioso. Dejé caer el bolso sobre la mesa y me desplomé en el sofá, exhalando un suspiro largo. Recorrí con la vista cada rincón de este lugar que por tanto tiempo había sido mi refugio y mi jaula al mismo tiempo.

—No dije nada en todo el camino, pero lo notaste, ¿verdad? —pregunté en voz baja.

Élodie no necesitó aclaraciones. Solo asintió, con esa expresión suya de entenderlo todo sin necesidad de explicaciones.

—Voy a irme —dije de repente, sin siquiera pensarlo demasiado.

Élodie parpadeó, sorprendida por la declaración, pero no parecía contrariada.

—¿A Suecia? —preguntó, sin que la pregunta sonara inquisitiva.

Asentí, sintiendo que la respuesta era más una necesidad interna que una simple decisión. Suecia. Ahí estaba la versión de mí que había perdido. La que existía antes de enamorarme y perderme intentando complacer a Magnus. La que sabía quién era sin necesidad de validaciones externas.

—¿Cuándo?

—Tan pronto como pueda.

Las palabras salieron de mi boca con una seguridad que me sorprendió. No había duda, no había miedo. Solo la certeza de que este capítulo se había terminado y que prolongarlo solo haría que doliera más.

Élodie se cruzó de brazos, apoyándose contra la mesa con una pequeña sonrisa ladeada.

—Sabía que este día llegaría.

—¿Sí?

—Siempre has sido demasiado grande para este lugar. Solo estabas esperando darte cuenta.

Reí, un sonido corto y sin demasiada fuerza, pero genuino. Élodie siempre tenía esa manera de hacer que las cosas parecieran más simples, más obvias.

—Élodie, necesito que vengas conmigo —susurré, mirándola a los ojos—. No quiero hacerlo sola.

Ella me miró por un largo momento, su expresión seria. Luego, con un suspiro teatral, se dejó caer a mi lado en el sofá y me dio un suave empujón con el hombro.

—¿En serio crees que te dejaría ir sola?

Mi pecho se sintió un poco más liviano con esa respuesta. Porque sí, Cannes ya no me quería, pero eso no significaba que estuviera sola.




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