—Valkyrie —repitió él en voz baja, casi íntima, como si cada sílaba estuviera diseñada para quedarse en mi piel.
—Viktor —respondí, sin saber si realmente estaba respirando o solo fingiendo hacerlo.
Durante un instante, todo el ruido del bar se desvaneció. Las luces tenues, la música de fondo y las risas de mis amigos se convirtieron en un murmullo distante. Solo estábamos él y yo. De nuevo.
—¿Se conocen? —susurró Astrid, inclinándose hacia Elodie sin apartar los ojos de él.
—Cannes —respondió Elodie en voz baja, como si esa palabra lo explicara todo. Y, de alguna forma, lo hacía.
Viktor dio un paso más hacia la mesa, con una seguridad que no pedía permiso. Nadie dijo nada. El silencio entre nosotros era denso, incómodo solo para quienes no sabían lo que pasaba. Astrid me miró con esa chispa traviesa que conocía desde el instituto, como si dijera: “Vas a tener que contarnos todo.”
—¿Puedo? —preguntó él, señalando la silla vacía a mi lado.
Miré al grupo. Todos sonreían y asentían. Yo también lo hice. No confiaba en mi voz.
Se sentó, elegante como siempre, con ese aire de hombre que parece haber nacido para moverse entre música y humo, como si la vida no pudiera oponérsele.
—Pensé que habías vuelto a casa —dijo, como si estuviéramos retomando una conversación interrumpida.
—Tampoco sabía que tú frecuentabas bares con velas recicladas y mesas pegajosas —repliqué, más cortante de lo que pretendía.
—¿Estás de visita? —preguntó, sin inmutarse.
—Vine a ver a mi padre. ¿Y tú? —respondí, mirándolo de reojo.
Una sonrisa fugaz apareció en sus labios.
—He decidido quedarme en la ciudad. Hay algo aquí que… me hace bien. Trabajo con una editorial nueva. Empezamos el mes que viene.
Elodie nos observaba desde lejos, con una media sonrisa. Me incliné un poco hacia Viktor.
—No pensé que volveríamos a coincidir. Al menos, no tan pronto.
—Quizá era necesario. Algunas historias no se cierran tan fácilmente —susurró, mirándome con esa intensidad que aún me trastornaba.
En ese instante, supe que la vida no tiene reparos en seguir escribiendo sus propios capítulos. Que las personas que creímos del pasado regresan en el momento menos esperado, como fantasmas que te recuerdan quién fuiste… o quién podrías ser.
—No vengo por el vino —dijo, sin apartar la mirada de la mía—. Vengo por las sorpresas.
Astrid se inclinó hacia Elodie, claramente disfrutando más de la situación que yo.
—¿Esto es lo que creo que es? —murmuró.
—Esto es una bomba a punto de explotar —susurró Elodie, cruzando los brazos y bajando la voz solo para que nosotras la oyéramos—. Y me niego a perderme ni un segundo.
—Vamos a pedir otra ronda —anunció Astrid—. ¿Verdad, Elodie?
—Claro. No vamos a interrumpir esto —dijo Elodie, remarcando la última palabra con una sonrisita maliciosa.
Las chicas se llevaron a Kalle y Oskar con ellas, alegando que no podrían traer los tragos una vez que se los entregaran. Así lograron dejarme sola con él.
Volví mi atención a Viktor, que no dejaba de observarme con esa calma peligrosa que siempre me ponía nerviosa. Su mirada seguía intacta, profunda, como si no hubieran pasado los meses. Como si él no hubiera cambiado ni un ápice. Y yo… yo me encontraba en un terreno resbaladizo, rodeada de recuerdos que no quería enfrentar.
—¿Cómo estás, Valkyrie? —preguntó en voz baja.
Podría haberle dicho que estaba bien, que había seguido adelante, que la vida se había acomodado. Pero no dije nada. Solo lo miré. Porque sabía que, si hablaba, los recuerdos se desbordarían. Y con ellos, todo lo que nunca se dijo en Cannes.
Viktor me miraba como si no hubiera pasado ni un solo día desde la última vez que nos cruzamos en aquel bar escondido en Le Marais, donde la música era fuerte y las miradas lo decían todo. Solo nos vimos un par de veces, pero bastaron para quedar grabado en mi memoria como si hubiera sido una vida entera.
—Sigues frunciendo el ceño cuando estás incómoda —dijo con una media sonrisa, como quien lanza una cuerda al pasado esperando que todavía esté atada a algo.
—¿Y tú sigues apareciendo cuando nadie te llama? —respondí, sin saber si quería golpearlo o abrazarlo.
Viktor se acercó un poco más, seguro, sin necesidad de imponerse. Simplemente estaba ahí, y el espacio a su alrededor parecía encogerse.
—No sabía que ibas a estar aquí.
—Yo tampoco sabía que tú… seguirías existiendo —dije, más para mí misma que para él.
Se detuvo justo enfrente de mí. El ruido del bar parecía apagarse, como si la música hubiese quedado atrás, en otro tiempo. Todo lo demás se desvaneció.
—No sabía si debía buscarte. Pero supongo que el universo decidió hacerlo por mí.
—O quizás solo somos dos personas que se encontraron dos veces más de lo que debían —dije, sin apartar la mirada.
Viktor me miró como si esa frase le doliera, pero también como si la entendiera. Entre nosotros nunca hubo promesas. Solo momentos robados y mañanas que nunca llegaron. Pero algo quedó… algo que no se disuelve con el tiempo.
—¿Podemos hablar? —preguntó con sinceridad.
Lo dudé un segundo, pero asentí. A veces, lo que no se dice pesa más que cualquier conversación. Y yo estaba cansada de seguir cargando.
Viktor apoyó los codos en la mesa, entrelazando los dedos como si intentara construir un puente entre el pasado y el presente.
—No quiero incomodarte. Solo… somos adultos, y tengo que decir que me atraes. Y no sé qué es.
Mis ojos se clavaron en los suyos, esos ojos donde alguna vez me perdí sin miedo. Él asintió lentamente, como si entendiera que mi silencio contenía más de lo que parecía.
El silencio nos envolvió. No incómodo, sino denso, como si todo lo que he callado tuviera forma y peso.
Justo cuando me iba a decidir a hablar, escuché las risas de mis amigos acercándose. Me alejé un poco de Viktor.
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Editado: 29.05.2025