Habían pasado seis meses.
Seis meses de mañanas compartidas, de cafés a medio tomar, de discusiones inevitables y reconciliaciones dulces.
Seis meses de miradas cómplices, de heridas expuestas y sanadas, de miedo y de coraje entrelazados en el mismo latido.
Eloy y Amelia no vivían un cuento de hadas.
Vivían algo mejor:
Una vida real, imperfecta, suya.
Aquella tarde, caminaron sin rumbo fijo por la ciudad.
El viento arrastraba las hojas de los plátanos en remolinos perezosos, y el aire olía a pan recién horneado y a lluvia inminente.
Sin planearlo, encontraron un pequeño café en una esquina olvidada.
Una de esas joyas escondidas, con mesas de madera desparejadas y libros gastados apilados en los rincones.
Entraron, riendo de algo que ninguno recordaría más tarde, y se sentaron junto a una ventana empañada.
Mientras esperaban el café, Amelia vio algo curioso.
Un pequeño buzón oxidado, colocado junto a la barra, con un cartel escrito a mano:
"Deja aquí una carta para el futuro."
Amelia sonrió.
—¿Qué te parece? —preguntó, señalándolo.
Eloy arqueó una ceja.
—¿Una carta para el futuro?
Ella asintió.
—Una carta que no sea para alguien que se fue...
sino para nosotros.
Para lo que estamos construyendo.
Eloy miró el buzón.
Luego la miró a ella.
Y supo que no había nada en el mundo que deseara más.
Pidieron papel y pluma en la barra, como niños conspirando un secreto.
Se sentaron frente a frente.
El mundo se desdibujó a su alrededor.
Eloy fue el primero en escribir.
Una frase simple, sincera:
"Te elijo hoy.
Te elegiré mañana.
Y cada día que la vida me regale contigo."
Amelia escribió después.
Su letra era más temblorosa, más urgente.
"No prometo no temer.
Prometo no huir."
Doblaron las hojas juntas, como un pacto silencioso, y las depositaron en el buzón oxidado.
No esperaban respuestas.
No esperaban milagros.
Solo querían dejar constancia.
De que, a pesar del dolor, del miedo, de los fantasmas...
habían elegido amar.
No como quien lanza una moneda al aire esperando suerte.
Sino como quien siembra una semilla sabiendo que habrá tormentas.
Cuando salieron del café, la lluvia comenzaba a caer.
Eloy le tendió la mano a Amelia.
Ella la tomó, como lo había hecho el primer día.
Como lo haría todos los días por venir.
Caminaron bajo la lluvia sin paraguas.
Empapados, riendo, vivos.
Y por primera vez en mucho, mucho tiempo, el pasado dejó de doler.
Porque las cartas que nadie envió quedaron atrás.
Y las cartas que realmente importaban...
las estaban escribiendo juntos.
Cada día.
Cada instante.
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Editado: 28.04.2025