Dragan
—Dragan, tienes buen aspecto —dice el patriarca de los Fanelli.
Dentro de la sala del billar, Francesco prepara un whisky con hielo y Lorenzo tiene la caja de habanos abierta sobre el regazo, invitándome a que escoja uno.
Yo los miro desde la puerta, inseguro. Debe ser la primera vez que veo a los cinco varones Fanelli reunidos en un mismo despacho, todos ellos analizándome con sus idénticos ojos mediterráneos como perros de presa. Nunca he tenido motivos para temerlos, pero me encuentro a mí mismo repasando mis últimos movimientos comerciales por si acaso alguno de mis negocios ha podido hacerles enfadar.
—¿Puedo preguntar a qué se debe esto? —interrogo con voz serena.
—No te quedes ahí de pie, muchacho —dice Fanelli, impaciente.
A pesar del extraño escenario, me siento en la butaca vacía que hay frente al patriarca y acepto el whisky y el puro que sus hijos me ofrecen. No tengo motivos para estar alerta, aunque ese instinto primario de lucha y huida esté respirándome en la nuca. Por muy intimidantes que sean los Fanelli, a ninguno de ellos le conviene hacerme daño. Ser un socio irremplazable tiene sus ventajas.
Busco el rostro de Alberto Fanelli Hijo, que es mi mejor amigo desde los quince años. Parece algo nervioso, pero no enfadado. Tiene el ceño fruncido, pero eso es tan habitual en él que se ha formado una prematura arruga entre sus cejas.
—Adelante, pues, hablemos de negocios —digo.
—Directo al grano, como siempre —se ríe el patriarca—. Vosotros los serbios no apreciáis lo suficiente la cháchara preliminar.
Hay otro tipo de preliminares que yo aprecio, pero en ese sentido está en lo cierto. Soy un hombre que sabe valorar la concisión por encima del florido teatro de los Fanelli. Soy un criminal, no un figurante de El Padrino.
—Mientras sepa que ninguno de vosotros va a encajarme una bala entre ceja y ceja, podemos charlar todo lo que queráis —replico.
Alberto Fanelli Padre suelta una carcajada. Siempre suele comportarse como si yo fuera la persona más divertida que ha conocido, aunque nadie más que él parezca pensar eso.
—De acuerdo, Dragan, te haré el favor de ahorrarte los rodeos. —Su rostro se ensombrece de repente y deja ver el hombre temible que hay detrás de su fachada—. Supongo que recuerdas a Claudia, ¿verdad?
La imagen borrosa de una niña de coletas rubias me viene a la mente. Solo la vi una vez, en el funeral de mi padre, hace ya quince años. Puede que me haya cruzado con ella en otras ocasiones, pero en las reuniones familiares con los Fanelli mi mirada siempre se desvía hacia Ciara, su madre. El patriarca siempre ha tenido un gusto exquisito para las mujeres.
—Sí, la recuerdo —digo.
—Hace dos semanas, alguien intentó secuestrarla.
Oh, así que de eso se trata. Que vayan a por las hijas no es casualidad: es una declaración de guerra. Fanelli ha tenido que hacer enfadar a alguien. Mucho.
—¿Tenéis idea de quién puede ser? —pregunto. Al ser socios, cualquier amenaza para ellos me incumbe directamente a mí.
—No lo sabemos —dice Alberto Fanelli Hijo—. Pero no tardará en dar la cara.
Alberto Fanelli Padre se reclina en su sillón y apaga su puro en un cenicero.
—Ahora, más que nunca, debemos asegurar la unión de nuestras familias. Si se avecina una guerra, debemos saber que estarás de nuestro lado.
Asiento sin dudar. Le debo mucho a los Fanelli y estaré en deuda con ellos hasta el día en que me muera. Mi apoyo es lo mínimo que puedo ofrecerles.
—Por supuesto, Fanelli —aseguro—. Mi lealtad te pertenece a ti y a tu familia, ya lo sabes.
—Yo lo sé, Dragan, y mis hijos también. —Los cuatro hermanos asienten con la cabeza, corroborando la afirmación de su padre—. El resto del mundo es otra historia.
Enarco una ceja.
—¿Quieres una declaración pública de amistad? No tengo inconveniente, aunque cualquiera del mundillo sabe que el lazo entre nuestras familias es inquebrantable.
—Creo que necesitan algo más tangible que una declaración —dice Fanelli—. Tras darle muchas vueltas, he llegado a la solución más acertada para todos.
—¿De qué se trata?
—Claudia. Todos saben que mi pequeña es mi debilidad, que podrán hacerme un daño irreparable si van a por ella. La he entrenado en el uso de las armas y va acompañada de un guardaespaldas a todas partes, pero si alguien quiere ir a por ella, eso no bastará.
Dejo a un lado el whisky y me inclino hacia delante, apoyando los antebrazos en los muslos. Lo que cuenta Fanelli es una historia tan vieja como la propia civilización: si quieres ir contra un rey, ataca a su princesita. La cabeza de Claudia Fanelli ha de tener un precio muy alto entre sus enemigos. Los que van a por ella deben tener muy claras las consecuencias de lo que van a desatar. Ninguna guerra ha terminado sin pérdidas por ambas partes.
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Editado: 17.06.2022