Casada con el mafioso

Capítulo - 2

El día de mi boda no es algo en lo que suela pensar a menudo. Nunca he sido hombre de una sola mujer, y no tengo intenciones de cambiar eso ahora. Siempre ha estado en mis planes casarme con una chica guapa que me dé un heredero y no interfiera mucho con mi estilo de vida actual. No son muchas las historias de hombres como yo que encuentran el amor y deciden entregarle fidelidad. Cuando tengo a una mujer en mi cama, el matrimonio es lo último que me pasa por la cabeza.

Y aquí estoy, a punto de conocer a mi prometida. Una semana no es mucho tiempo para organizar una boda, pero Fanelli ha hecho todos los preparativos antes de avisarme. El próximo sábado a esta hora seré un hombre casado.

Qué mala fortuna la mía.

Una mujer del servicio me ofrece una copa de vino.

—La señorita Fanelli llegará en breve —me comunica.

Acepto el vino sin decir nada. La familia me ha dejado en un salón y se ha marchado. He de admitir que agradezco la decencia de dejarnos intimidad para nuestro primer encuentro. No necesito a los cinco Fanelli escrutándome con la mirada, buscando en mi rostro cualquier rastro de desagrado hacia su princesa.

Me paseo por la estancia cuando la mujer del servicio me deja solo, saboreando pequeños sorbos del vino. Si hay algo que sepan hacer bien los italianos, es el vino, aunque personalmente prefiero los licores más fuertes. El alcohol, como las mujeres, debe ser un entretenimiento fugaz, nunca el único pilar de tu vida.

Me detengo junto a la ventana y observo el exterior de la casa. Los viñedos se extienden hasta donde me alcanza la vista, como un océano verde y dorado. La belleza rústica de esta casa contrasta con la de mi mansión de Beverly Hills, que es sencilla y moderna. Me sorprendo preguntándome si Claudia se adaptará bien a ese contraste habiéndose criado aquí.

Cuando oigo la puerta del salón abrirse, dejo la copa de vino en la repisa de la ventana y me humedezco los labios.

La mujer que cruza el umbral definitivamente no es la niña de coletas que recuerdo. Lo primero que llega a mí es una ráfaga de su perfume. Hechizado, giro el rostro hacia el origen y mi mirada se cruza con unos ojos tan verdes como los viñedos de su padre. Una cascada de cabello dorado se desliza por su hombro, ligero y sedoso. Fanelli no mentía: el parecido de la chica con su madre es asombroso. Pero donde Ciara Borrierro es todo piernas largas y curvas proporcionadas, Claudia tiene una complexión menuda de muñeca. Ojos grandes, labios llenos, rostro con forma de corazón. La silueta de sus pechos se adivina bajo su blusa, una llave al Paraíso, un pecado capital.

Apenas me contengo para no babear como un hombre que en su vida ha puesto los ojos sobre una mujer. Aparto mis pensamientos de la idea de tener a esa preciosidad rubia sobre mi cama para evitar que se genere un problema entre mis piernas.

En su lugar, le dirijo una sonrisa caballerosa.

—Tú debes de ser Claudia —digo.

La chica frunce sus bonitos labios y cierra la puerta a su espalda. Me mira de arriba abajo y la intensidad de su mirada no tiene nada que envidiar a la de sus hermanos. Finalmente suspira.

—Bueno, al menos eres guapo.

Levanto una ceja, sin saber si sentirme halagado u ofendido.

Claudia se mira las uñas. Todo su interés en el hombre con el que va a casarse se ha esfumado.

Trato de ponerme en su lugar. La mayoría de las chicas de su edad siguen estudiando y disfrutando de su juventud. Ella tiene que convertirse en una mujer casada y engendrar herederos para un hombre que no conoce. Por mucha bravuconería que tenga, no deja de ser un pajarillo que va a pasar de una jaula de oro a otra.

—Me llamo Dragan Banovic, aunque seguro que ya te lo han dicho —me presento con voz amable.

La chica me mira, sus ojos verdes ponzoñosos atravesándome como una daga.

—Ahórrese las molestias, señor Banovic. Sé quién es usted, sé por qué mi padre y mis hermanos me han entregado como si fuera una propiedad. Si busca en mí una esposa complaciente, no la va a encontrar. —Se cruza de brazos, traicionando su severidad con una postura a todas luces defensiva. Me teme.

—Claudia, te equivocas si piensas que soy tu enemigo. Tu padre y tus hermanos solo tienen en mente tu seguridad, y conmigo estarás a salvo.

Ella bufa, incrédula.

—Aunque vayamos a casarnos —prosigo—, no voy a forzarte a convertirte en mi esposa.

Me acerco a ella y veo cómo lucha para no retroceder. De cerca, el olor de su perfume me envuelve como un manto de seda. Debe parecer cómicamente delicada al lado de mi imponente figura. Despacio, atento a su reacción, muevo los dedos bajo su barbilla y levanto su rostro para que nuestros ojos queden a la par. No se aparta, pese a que su mandíbula se tensa.

—Creo que eres una muchachita con sentido común, ¿no es así? —pregunto—. Eres una Fanelli, después de todo. No voy a cometer el error de insultar tu inteligencia.

En sus ojos se aprecia lo mucho que mis palabras le agradan. No debe estar acostumbrada a que nadie, especialmente un hombre, aprecie en ella algo más que su físico de diosa romana.

—Hace bien, señor Banovic. —Aparta el rostro y retrocede un paso—. Déjeme advertirle que no me importan las consecuencias. Si hace algo que no me guste, más le vale que duerma con un ojo abierto.




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