Capitulo Uno
De vuelta al pasado
Liz Bradshaw aparcó frente a la comisaría. Sentada en el coche, con las manos aferradas al volante, dejó vagar la mirada por la transitada avenida, pasando la casa del alcalde en la esquina; el Teatro Alameda, donde había ido a ver películas de verano con amigos; la inmobiliaria donde debía recoger la llave de una casa de alquiler.
Dos calles más debajo de la avenida principal, luego un giro a la izquierda hacia otra calle y un corto trayecto hasta la última casa a la derecha antes de la intersección con la carretera del condado.
Un escalofrío la recorrió al darse cuenta de adónde la llevaban sus pensamientos. Había vivido una vez en esa casa de Bramtoco Way, hacía tanto tiempo que a veces parecía un sueño.
O una pesadilla.
Unas risas la alcanzaron a través de las ventanillas cerradas de su coche. Miró calle abajo, hacia el parque municipal, donde tres niños jugaban en los columpios. Sus madres estaban sentadas en los bancos de madera que bordeaban el área de juegos, charlando y riendo mientras vigilaban a sus pequeños.
Por un momento, la mirada de Liz se posó en un niño pequeño, un niño inquieto cuyo cabello oscuro brillaba con reflejos castaños bajo el sol de la mañana. Cuando cayó en la arena, el corazón le dio un vuelco y sus manos se apretaron con un dolor intenso.
La madre del niño lo abrazó con dulzura y le secó las lágrimas. Tracy apartó la mirada.
Bajó la visera y se miró en el espejo. Se veía bien, decidió. Su maquillaje parecía bastante fresco después de habérselo aplicado a las seis de la mañana en casa de su padre en Missoula.
Los había visitado el fin de semana antes de conducir hasta Whitehorn para comenzar su última tarea: investigar unos huesos encontrados en la reserva Laughing Horse.
La policía tribal y la oficina del sheriff del condado estaban en disputa sobre quién estaba a cargo del caso, por lo que se había llamado al gobierno federal. Como antropóloga forense del FBI, tendría el control total de la investigación.
Suspirando, admitió que estaba posponiendo el momento de tener que enfrentarse a Ross Doyle, el sheriff del condado, el hombre que había sido su esposo... el padre de su hijo...
Cogió su bolso, abrió la puerta del coche y salió al cálido sol de finales de junio. La brisa, como de las montañas donde se reunían las nubes, se cerraba en la tarde. Al cruzar la calle, una pareja salió de la estación y se detuvo en los escalones. Liz se detuvo como si le hubiera caído un rayo.
Era Ross
El sol se reflejaba en su brillante cabello negro, con suaves hondas, peinado hacia atrás desde la frente. Su piel estaba bronceada de forma uniforme y oscura. La primera vez que lo vio, pensó que era indio.
Mucho tiempo había pasado de ello... aquel verano mágico cuando ella solo tenía diecinueve años y creía que todo el mundo estaba enamorado.
Diecisiete años había pasado de aquellos años de inocencia...
Él estaba arrodillado junto al arroyo cuando ella rodeó el sendero y lo vio. Liz se detuvo, alarmada y fascinada, mientras él recogía agua y la bebía de la mano. Algunas gotas se escapaban de entre sus dedos goteando sobre el pecho y el vientre. Estaba completamente desnudo.
Liz pensó que era un salvaje o un personaje de una antigua fábula, transportado de alguna manera a través de eones hasta este momento. Supo al instante que jamás lo olvidaría.
Él giró la cabeza bruscamente, percibiendo su presencia. Sus ojos, oscuros y seductores como un conocimiento prohibido, la abarcaron por completo, incluyendo su alma, con una sola mirada. Se levantó y giró con un movimiento suave y sinuoso.
Su cuerpo estaba completamente erguido, símbolo del poder y la fuerza creativa que contenía.
Pagano, pensó ella, hechizada por su magia especial. Se quedó inmóvil, como en presencia de una criatura mítica, sin querer asustarlo hasta hacerlo desaparecer. Se miraron a los ojos durante una eternidad.
Entonces él habló, con una voz profunda, un murmullo de preocupación y seguridad.
—No tengas miedo—, murmuró. Había dicho lo mismo dos semanas después, cuando hicieron el amor por primera vez...
La risa irrumpió en sus recuerdos.
Los dientes de Ross brillaban fuertes y blancos contra su bronceado mientras reía por algo que dijo su acompañante. La mujer —Lona Palmer, se dijo Liz, buscando en sus recuerdos un nombre que combinara con el rostro, la mujer se acercó y le acarició la mejilla antes de bajar corriendo las escaleras y subirse a una camioneta en la acera.
Liz observó cómo la mirada de Ross seguía la camioneta. La sonrisa que había persistido en su boca apasionadamente móvil desapareció, Una expresión de labios apretados tomó su lugar. Giró la cabeza hacia Liz de repente.
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perdida y dolor, rencor y amor, pasado irremediablemente en el presente
Editado: 08.08.2025