Capitulo Nueve
Rendidos a la tentación
LIZ SE MOVIÓ PRIMERO. COLOCÓ LAS MANOS, AMBAS, CONTRA SU PECHO. No intentaba alejarlo. Era simplemente que la necesidad de acariciarlo, de sentir su calor, era más de lo que podía resistir en ese momento.
Parecía que el mundo se había detenido, escuchando, esperando a ver qué pasaba. Ella también esperó.
Una mirada a sus ojos le informó que era plenamente consciente de la creciente tensión entre ellos. Vio los tendones de su cuello erguirse como si luchara por controlarse.
Ross retiró la mano de la barandilla.
Ella la sintió posarse suavemente en su cintura, grande, cálida y de alguna manera reconfortante. Suspiró temblorosamente, sabiendo que estaban en terreno peligroso, pero incapaz de obligarse a sí misma a una retirada.
El anhelo se derramó en su interior, y luego se expandió en espiral hasta que se sintió consumida por necesidades que había reprimido durante años. Un intenso pulso de deseo latía por sus venas.
—Te deseo—, susurró ella. —No... no debería... pero lo hago.
La mano de Ross la apretó.
—Cualquiera estaría loco si volviera a meterse en todo esto—, dijo el con un tono ronco que mezclaba burla con ira melancólica. —Ya me ha picado la araña de la pasión. Es una apuesta segura a la miseria.
Liz levantó las palmas como si le picaran e intentó retroceder. Él la sujetó con ambas manos.
—No, no te alejes. Es algo que tiene que pasar. Quizás cuando esto… —su mirada los indicó a ambos la pasión que él ni ella podían negar— …se acabe, entonces quizá seamos libres. —Ross soltó una breve y amarga risa. —O quizá estemos condenados a quedarnos en este círculo infernal para siempre.
Su amargura dolía.
—Aléjate—la retó. —Aléjate ahora y que esto termine. —Él negó con la cabeza. —Es demasiado tarde. —Bajó la cabeza.
Ella giró la cara hacia un lado.
—No sé a dónde llevará esto... ni dónde terminará. —Esa era la parte aterradora.
—¿Qué importa? —Parecía cansado y derrotado, como si estuviera tan cansado como ella de luchar contra la atracción. —No tiene por qué llevarnos a ninguna parte. Solo existe el ahora, este momento.
Sintió su aliento acariciar su cuello. Hablaron sin mirarse, con las cabezas juntas, como si se susurraran secretos al oído, pero aparte de las manos de él en su cintura y las de ella atrapadas entre ellos contra su pecho, no se tocaron.
Liz descubrió que recurrir al sentido común no servía de nada.
Cada parte de ella anhelaba lo que él prometía: este momento y su cumplimiento, que pendía ante ella como un regalo largamente deseado. Él movió una mano, deslizándola tras ella, acariciando la parte baja de su espalda, ejerciendo una mínima presión para impulsarla hacia adelante.
—¿Y luego qué? —, preguntó ella en voz baja. Siempre hay un mañana que afrontar. La tristeza la invadió desde lo más profundo. Quería más que un momento. Quería el mañana, el día siguiente y el siguiente...
—¡Shh! —Los labios de Ross rozaron su cabello, su sien, su mejilla.
Ella no podía mantener las pestañas levantadas. Eran demasiado pesadas.
Dejó que sus ojos se cerraran. Él los besó, y también su nariz.
Contra sus manos, sintió que su pecho se elevaba en una respiración profunda. Un sonido gutural de deseo masculino le acarició los oídos al exhalar.
Aparentemente por voluntad propia, los brazos de ella se deslizaron hacia arriba, eliminando la barrera entre ellos. Envolviéndolos alrededor de sus hombros.
Destellos de calor los fundieron. La fuerza de voluntad, el sentido común, la cautela se desbordaron en llamas. Ella sollozó levemente y buscó sus labios.
Él acomodó su cabeza, dejando que su boca rozara la suya. Abrió los labios y le dio el beso que ella anhelaba.
Fue como si se enzarzaran en un combate mortal.
Él movió sus manos inquietas sobre su cuerpo. Ella hizo lo mismo, esforzándose por acercarse más y más. Pero cada nuevo abrazo era finalmente insatisfactorio. Solo había una cercanía que aliviaba el anhelo doloroso que los atormentaba a ambos. Y para Liz era el vacío que había vivido en ella durante años.
Ella gimió cuando sus labios se separaron de los suyos. Besó el hueco bajo su oreja, luego descendió rápidamente por su cuello.
Ross apartó el cuello de su camisa y acarició su garganta con la nariz, luego sus besos calientes y húmedos quemaron un sendero por la abertura en V hasta el primer botón.
Dudó, pero al ver que ella no decía nada, metió una mano entre ellos y desabrochó el botón.
Luego otro. Y otro. Sus labios siguieron a sus manos. En su cintura, sacándole la camisa de los vaqueros.
Liz se aferró a sus hombros cuando él deslizó las manos por su espalda La liberación del sujetador le provocó una extraña sensación, como si las bengalas del 4 de Julio se hubieran encendido en su interior.
Con los ojos cerrados, experimentó la retirada de la ropa a través del tacto: el susurro de la tela sobre la piel al deslizarse la camisa por sus brazos, la sensación más ligera, como un éxtasis, cuando él le quitó el sujetador.
Y luego la anticipación, sin aliento, cuando inclinó la cabeza hacia ella. Besó sus pechos, primero uno, luego el otro. Un escalofrío la recorrió.
Liz acunó su cabeza contra ella y acarició las espesas ondas negras de su cabello, disfrutando del placer táctil de tocarlo.
Cuando él pasó la lengua por su pezón endurecido, ella jadeó de intenso placer. —Ha pasado tanto tiempo—, murmuró ella, con la voz quebrada al sentir sus sentidos abrumados.
—Para siempre—, susurró el dibujando espirales sobre ella con la lengua, dejando tras de sí un rastro caliente de húmedo deseo. Ross prodigó atención a sus pechos hasta que le temblaron las rodillas.
—No puedo mantenerme en pie—, murmuró ella, aferrándose a él mientras sus piernas temblaban incontrolablemente.
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perdida y dolor, rencor y amor, pasado irremediablemente en el presente
Editado: 17.09.2025