Ella no sabía que estaba siendo observada.
No aquella noche, ni la anterior, ni las muchas que vendrían después. Caminaba entre los invitados con la inocencia de quien todavía cree que el mundo es un lugar predecible, sin imaginar que un par de ojos la seguían con una devoción inquietante. No era amor a primera vista. Era algo más profundo, más silencioso… más irrevocable.
Él la vio reír. La vio apartarse un mechón de cabello del rostro, un gesto mínimo que lo desarmó por completo. La vio mirar a su alrededor sin darse cuenta de que acababa de convertirse en el centro de su universo.
Y supo, con la certeza que pocas veces en su vida había tenido, que esa mujer sería suya.
No importaba el tiempo.
No importaban los obstáculos.
No importaba lo que ella quisiera.
Lo decidió antes de que ella siquiera supiera su nombre.
Desde ese instante, cada paso que dio, cada decisión, cada negocio, cada alianza, tuvo un único propósito: acercarse a ella. Moldear el mundo para que sus caminos finalmente se cruzaran. Y cuando la familia de ella mencionó la palabra “matrimonio arreglado”, él lo entendió como un regalo del destino. Una puerta que se abría exactamente frente a él.
Ella nunca supo que no fue casualidad. Que él había estado allí, detrás de cada giro que la llevó hacia ese contrato. Que había movido hilos que ella jamás imaginó.
La primera vez que la tuvo frente a él, como la futura esposa que había soñado, apenas pudo respirar. Ella estaba nerviosa; él, sereno. Ella intentó leer sus intenciones; él ya conocía las suyas desde mucho antes.
—¿Te asusta este matrimonio? —le preguntó él con una voz tan suave como firme.
Ella dudó.
Él sonrió.
No era una sonrisa amable. Era una advertencia disfrazada, una promesa silenciosa.
Porque él sabía algo que ella aún no:
No se trataba de un acuerdo.
Ni de un contrato.
Ni de conveniencia.
Era destino.
El destino que él había elegido para ambos.
Y ahora que al fin la tenía cerca, no pensaba dejarla ir.
No importara lo que debiera hacer.
No importara a quién tuviera que enfrentar.
No importara cuánto doliera.
Ella era su obsesión.
Y él estaba dispuesto a todo para convertirla, no solo en su esposa, sino en la única mujer que él jamás permitiría que escapara de su lado.