Aitana Caseres
Mis mejillas se tiñen de color rojo al girar sobre mis talones, quiero abrir un agujero y enterrarme viva, porque me viene a suceder esto justo en el día que firmamos contrato, y con el hombre que hace a mi corazón latir fuerte.
—Yo… lo…lo… lamento…
—No diga nada y acompáñeme— especula, Christian, sacudiendo de su traje las manchas que he ocasionado con la bebida.
Agacho la mirada e inicia a caminar detrás del rubio, todos se han quedado en silencio y nos abren paso dejándonos pasar, me arde la garganta por el nudo que me impide tragar, quiero gritar para que alguien me salve. Nos detenemos frente a la puerta de su oficina, se muestra caballeroso permitiéndome ser la primera en ingresar al espacio que me sofoca con sus cuatro paredes.
—Siéntese por favor— su voz es gruesa y áspera.
—En verdad lo siento, mi intención nunca fue…
Rodea el escritorio y se sienta en su silla, sus bellos ojos me analizan, su mano sostiene su mentón, se humedece los labios, y no puedo parar de verlo.
—Ya no me pidas disculpas, voy a perdonarte con una condición— enarca una ceja, haciendo que me muerda la cara interna de la mejilla—. Una cena, tu y yo en el mejor restaurante del país, y el no como respuesta déjala para después.
Siento igual a recibir un balde de agua fría cayendo sobre mi cuerpo, le arruino el traje caro y me pide una cita, seguro es mi día de suerte o mi vida sin sentido está a punto de cambiar, una sonrisa vergonzosa tiñe mis labios, es imposible evitarlo, claro que iré con él a esa cena, el amor surge de donde menos lo esperamos.
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Me reúno con Fátima en el estacionamiento, me interroga sobre lo sucedido, me muerdo una uña antes de iniciar a relatar lo que pasó dentro de la oficina, dejo salir un suspiro y la negatividad viene a mí, me ataca como lobo en plena cacería, no tengo nada bonito que usar, menos un vestido decente.
—Le llamaré y le diré que no podré ir, no tengo nada que usar, me ha dicho que iremos al mejor restaurante, ¿puedes imaginar? Vestida con zapatillas deportivas, jeans y una polera, en medio de tanta mujer linda.
—Si continúas hablando de esa manera me vas a marearme, deja de pensar tanta tontería, tengo un par de vestidos viejos que podrías usar.
Enarco una ceja viendo a mi tía directamente al rostro, no quiero ofenderla. Menos faltarle al respeto, pero… ósea sus vestidos tienen años en el guardarropa llenos de polvo. Agreguemos que la moda ha cambiado.
No me da chance a decir nada y me baja frente a mi casa, le lanzo un beso en el aire cuando se va dejándome el humo que emana del motor de su vieja camioneta, con desánimos, me cruzo la calle y me voy a casa de mi amiga Alana, para contarle lo que he vivido y que quiero disfrutar, sin embargo, no podré.
—Debes de estar loca al querer rechazar esa invitación, vamos al tianguis, algo debe de haber. Tenemos un par de horas— propone mi mejor amiga al escuchar mi relato.
—Por favor, el día de hoy no traen atuendos lindos además…
—Deja de poner pretextos y levanta tu feo trasero de ahí, camina.
—Alana, es mejor que no gastemos tiempo, imagina la elegancia del lugar a donde piensa llevarme.
—Vas a dar la talla, además recuerda que el lugar no define a las personas, siempre has sido transparente y quiero que continues igual.
Le doy un abrazo y caminamos cientos de cuadras, hasta llegar al tianguis, caminamos en medio de todas las ventas, no hay nada que pueda usar para una cena elegante, en medio de nuestras pláticas, Alana me propone ir a buscar en la ropa de mi hermana Marcela. Desisto de esa idea y continuamos con la búsqueda, del otro lado de la calle hay una pequeña tienda de ropa a la moda, creo que los precios son accesibles quizás pueda pagarme un vestido.
—Mira, echemos un vistazo— tomo Alana del brazo y para que frene sus pasos.
—Bien pensado, podría ayudarte a costear el precio— no merezco a la amiga que tengo.
—Vayamos a ver, depende el precio…
—Dejarás que te ayude no seas necia.
Le hago un mimo cariñoso y nos dirigimos al peatonal, para esperar a que los autos nos den un chance, no hay semáforo y cuesta por esta área de la ciudad.
—Jodete— grito lo más fuerte que puedo, lo que me faltaba.
El tipo se baja y me ayuda a ponerme de pie Alana no puede respirar se ha quedado en shock, el hombre trae guantes, casco, una casaca igual a la del otro tipo que vi la otra vez en el centro comercial.
—Deberías de fijarte por donde vas— rumio un tanto molesta, quiero que el imbécil se quite el casco, sin embargo, se queda viéndome a través del vidrio oscuro, siento el peso de su mirada, y un suspiro se me escapa, se aleja de nosotras, recoge su motocicleta y se marcha sin decir media palabra.
—Pero que hombre mas guapo— apostilla mi amiga.
—Ni siquiera le has visto— claudico.
—No hace falta verle la cara a un sujeto con ese cuerpo, ¡que caderas!