Alessandro Castelló
He tomado una ducha refrescante, cierro la puerta corrediza de vidrio y me acerco al espejo, mis ojos lucen cansados, tenía que dormir un poco más, me retoco la barba y luego me visto adecuado, me dirijo a mi dormitorio, cuando lo hago, me quedo atónito viendo a Casandra parada junto a la ventana viendo a la parte de afuera, ¡Diablos, había olvidado que vendría! Me acerco a ella y dejo un beso en sobre su cabello.
—¿Hueles bien? — masculla con voz suaves, girando para quedar de frente, alza su mano acariciando mi rostro, y mis ojos ven lo profundo de los suyos, ¡Aun me ama y no es justo!
—Estoy un poco cansado, podríamos dejar esto para después— trato de sonar sereno, para que no se de cuenta que deseo estar solo.
—¿Qué ha pasado? En la fiesta lucias diferente— su sonrisa es linda, pero no me llena el vacío en el pecho.
Dejo salir un suspiro, recordando a la chica que duerme en la habitación para empleados, y luego recuerdo que mañana será mi esposa, paso mis manos por mi cabeza, me rasco el cuello y luego tomo una decisión.
Antes de que pueda decir algo Casandra me sorprende dándome un beso en los labios, y eso me molesta por que ha borrado la huella de aquella mujer misteriosa que me trae con el pensamiento echo nada.
—Perdóname, Casandra, necesito trabajar en unos papeles que Demian me acaba de enviar, será mejor que te vayas— tomo una bata de mi closet y me cubro.
Lo que siempre me ha gustado de ella, es que nunca me cuestiona y se marcha cuando sabe que las cosas no van bien, además va a casarse y debería de estar enfrascada en los preparativos, me imagino que será a lo grande. Toma su bolso y camina a la puerta, se queda parada bajo el marco de la puerta y me ve, luego suspira diciendo:
—Suerte con tu vida venidera— guiña el ojo.
Comprendo su deseo por estar conmigo, hemos tenido buenos momentos y lo estoy arruinando, prácticamente es nuestro último encuentro, la despedida como Casandra lo dijo. Si los papeles estuvieran invertidos, quizás el molesto fuera, yo, y trataría de hacerla sentir el deseo, o me largaría lleno de enojo por la falta de interés.
Sé que hay enfermedades que no tienen nombre y creo que estoy teniendo una de ellas, estoy experimentando algún síndrome, y eso me está asustando. Debo visitar un médico.
Por las excusas que busco siempre termino en lo mismo, estoy tan fascinado con el aroma y ese beso que mi cerebro no funciona de otra manera.
—Iré a visitarte en cuanto pueda a tu departamento, te debo la despedida— acarició sus mejillas, se nota la desilusión en el brillo de sus ojos. Siempre ha tenido claro que nunca podríamos ser más que una aventura.
—Claro, estoy bien— aprieta sus dientes —entiendo que esto se acabó.
—Por favor perdóname ¿Quieres que te lleve a casa? — duele sentirse miserable.
Aprovecho el tiempo, reviso mis correos, los documentos llegaron y los leo para darles el visto bueno y así poder imprimirlos, ya tengo al abogado que vendrá a casarnos, la ceremonia se llevará a cabo a las dos de la tarde.
Imprimo los papeles y los vuelvo a leer, aún estoy sopesando la idea de verme casado con una ladrona. Me tomo unos minutos y voy a la habitación continua para cerciorarme que todo vaya bien, evito entrar, me quedo en la puerta y dese ahí aprecio la imagen.
Regreso a mi habitación y me voy a la cama y me concentro en descansar un poco.
Aitana.
Me deslizo a lo largo de la cama, estirando mi cuerpo, llevo noches sin dormir como lo he hecho en esta madrugada, a pesar de ser la cama de alguien de servicio es más suave y cómoda que la mía, mi colchón tiene una parte chueca y eso provoca que amanezca dolorida.
Me siento en el borde y me analizo, sigo completa. Reacciono que he dormido en la casa de un desconocido y corro a verificar si la puerta continúa cerrada, mi corazón deja de golpear fuerte cuando todo está en orden, continúo vestida y la habitación tal cual la deje antes de ir dormir.
Camino por el extenso cuarto viendo las paredes en color blanco cortinas beige, dos pinturas adornan las paredes, una mesita de noche, un pequeño armario y un baño pequeño, agradezco cuando lo descubro, entró de inmediato estoy que no soporto la vejiga.
Tras salir me fijo en un pequeño cofrecito sobre el alfeizar de la ventana enarco una ceja y me acerco con la curiosidad por descubrir que contiene, lo tomo con ambas manos, me siento en el mismo lugar e inició a inspeccionar, sonrío al ver lo que hay dentro, un papel que contiene un ave con un corazón en el pico y hay una dedicatoria escrita en un idioma que no puedo leer menos identificar.
Llaman a la puerta sacándome de mi romanticismo, dejó el cofre en su lugar, me acerco a la puerta con los pies descalzos, los tacones me matan y no hay forma que pueda yo tener algo de ropa aquí.
Al abrir casi me ahogo de la impresión, una joven se encuentra del otro lado, sostiene un conjunto deportivo y unas zapatillas en sus manos.
—Buenos días, señorita— saluda con una sonrisa en su rostro.
—Buen día, hermosa— respondo a su amabilidad.