Despierto con un tremendo dolor de cabeza que me hace recostarme otra vez entre mis sábanas de terciopelo marrones masajeando mis sienes. Preparo mi bañera con todo tipo de esencias aromáticas, me sumerjo en esta intentando calmar ese dolor agobiante, creo que tendré que ir por unas pastillas, pero ¿Cómo mierda llegué aquí? Me relajo mientras escucho clásicos en inglés y de pronto todos los recuerdos comienzan a llegar a mi mente, el bar, todos los tragos, mi padre, Alex... ¿Alex? Abro los ojos como platos, que vergüenza que Alex me haya visto de esa forma y de paso me haya visto vomitar y desmayarme ¡diablos! Yo soy malo para emborracharme y lo sé, no sé porqué siempre lo hago, al menos no me vuelvo loco como David y termino en internet bailando.
Salgo de la bañera y me visto lo más rápido que puedo a ver la hora en mi reloj, primera vez en mi vida que llegaré tarde, no vuelvo a tomar de esa forma, bajo lo más rápido que puedo los escalones y conduzco hasta la oficina, me miro en el espejo retrovisor del auto y al menos me miro bien, a pesar de no haber dormido nada y haber caído inconsciente.
Llego a la oficina y ya Alex está ahí, tan bella con una falda negra que se le ajusta más que bien a su cuerpo aunque la chaqueta que lleva no me deja tener una gran vista, me mira; voy a pretender que no recuerdo lo de ayer, siento vergüenza por primera vez en mi vida hablar con alguien.
Mi vida continúa, me voy de viaje, conozco chicas, tengo aventuras, mi madre llama una y otra vez y me reúso a contestar, sé que es lo que quiere hablar y yo no quiero hablar sobre eso, mentirle a mi padre es una cosa pero ya mentirle a mi madre es cosa seria. Al cabo de un par de semanas sus llamadas son más incesantes. Me veo obligado a hablar sobre ello cuando llama de otro número y no teniendo idea de quién es se me ocurre contestar.
—Buenas tardes —digo al descolgar.
—¡Oliver por Dios! ¿Por qué no contestas mis llamadas? ¿Qué rayos pasa contigo? —la voz de mi madre molesta me saca de mi paz interior.
—Mamá ¿Por qué llamas de otro número?
—¿Por qué? ¿Todavía preguntas porqué? —agradezco no estar frente a ella en estos momentos —no me contestas las llamadas, Oliver.
—Porque ya sé que querrás hablar sobre la noticia que te ha dado mi padre —me recuesto de forma relajada sobre el espaldar de mi silla giratoria, ni modo, ya no tengo de otra.
—¡Por supuesto, Oliver! ¿Cómo es que te casaste y tu madre, la persona que te dio la vida no lo sabía?
—Porque papá lo único que hace es juzgar.
—¡Pero yo no!
—Mamá...
—Quiero conocerla —demanda, ahora más enfurecida, nunca he escuchado a mi madre hablándome de esta forma, esto no está bien.
—Oliver... —ahora la voz ronca de mi padre se escucha en la otra línea.
—¿Papá? —frunzo el ceño, ahora tengo que escuchar los regaños de él.
—¿Por qué no quieres que la conozcamos?
—Ya te lo dije...
—Escucha Oliver —hace una pausa —si la razón es porque es él y no ella, no tengo de otra más que aceptarlo, pero al menos quiero conocerlo.
—¿Qué? —bien, eso si me molestó —Papá, ¿Es enserio lo que acabas de decir?
—¿Es David? —¿¡Qué!? Suspiro.
—Escúchame bien papá, mañana los espero, se las presentaré y escucha bien, padre, no es David, es una mujer y muy bella.
Dicho esto cuelgo la llamada. ¿Cómo es posible que piensen que soy gay? Si las mujeres son las creaturas más bellas del universo. Pero ahora ¿A quién diablos busco para esta mentira? Yo ni siquiera tengo amigas, comienzo a marcar el número corto de la oficina de David.
—Oliver...
—David, ¿Puedes venir?
—Por supuesto.
Dos minutos después David entra a mi oficina, sostiene unos papeles en mano y entra con el ceño fruncido, estoy viendo fijamente hacia una planta en una pequeña maseta que está en la esquina de mi oficina, David observa hacia donde yo estoy viendo.
—¿Qué hay de malo con esa planta? —pregunta, a tono de sarcasmo.
—Necesito una esposa, David —ahora voltea a verme pero yo no quito la mirada de la planta.
—Oliver, pero esa planta no es una buena opción, aunque se mire bien sexy en esa maseta blanca —ríe, inmediatamente lo miro a los ojos con toda la seriedad posible y todo rastro de risa se borra de su rostro —Bien —dice, finalmente serio sentándose en el sillón de en frente —es por tu padre, ¿cierto? Te dije que no te dejaría en paz.
—Cree que soy gay.
Eso hace a David estallar en carcajadas.
—Y cree que tú eres mi pareja —David me mira indignado y ahora sus labios son sólo una raya recta.
—¿Qué? —sus ojos hazel destellan un brillo de enojo que reconozco —¿Cómo puede siquiera pensar que yo soy gay? Yo soy un hombre muy macho, además salía con su nuera.