Mis hombros se estremecen, mi cuerpo tiembla y las entrañas se retuercen cuando escucho el primer grito, pide que vaya, quiere que vaya, mis ojos miran al vacío intentando encontrar el punto cardinal preciso, evitando las sombras del cuarto en donde duermo, siento que se me va el aire cuando entiendo de donde me llama, no puedo evitar que mi cuerpo se quiera parar, la luz de la luna entra por la ventana, pero se cruza con cables que me dan sombras paralelas y distantes como si apuntaran en la dirección que mi ojos ya miraron, siento que sufre y me pide auxilio, pero mi inconsciente no sabe cómo responder, pero al parecer mi cuerpo si lo entiende, porque intenta moverme pero mi mente sabe que el reloj no se detiene y la noche entre cemento y luces no es un lugar para alguien en pijama, entiendo que puede ser producto de mi imaginación pero también sé que el grito continúa mientras pienso las incontables posibilidades de que en realidad me pueda estar llamando a mí, sin embargo tomó la delantera y me tapo antes de poder sacar un pie en terreno peligroso, alejo los pensamientos autodestructivos de salir a las calles a una hora poco prudente, pero me altera el sonido incesante que proviene desde el irreal de mi supuesto inconsciente, e intento conciliar el sueño, sin embargo cuando logró centrar mi mente para cerrar mis ojos, mi cuerpo no resiste un grito más fuerte, esté se aferra a un rincón y ya no pide mi presencia, por el contrario, exige que la asista con urgencia, pero mi sentido común intenta negar la jugarreta de un cerebro inquieto, no dudo más y me intento lanzar a la ficción del mundo onírico pero en vez de cerrar los ojos y ver como ovinos saltan cercas de nogal, veo como un ser grotesco se retuerce en la esquina de una calle conocida y me mira con ojos de color ámbar, suplicando piedad, Abro los ojos para alejarme de la bizarra imagen solo para sentir el dolor en mi cuerpo, como si se quemara por no cumplir la tarea que se me fue impuesta antes de mi existencia, esa es la sensación, una labor predestinada que no se aleja de mi cuerpo y me daña por negar lo que por obligación debería cumplir, me levanto intentando amenizar el dolor pero solo logra empeorar, al darme cuenta que mis piernas sufren un cansancio inquietante, me arrastro a una pared para llorar por alguna razón que desconozco, cuando estoy entre lágrimas ignorantes, me cala los huesos un grito desesperado, el que entra por la oreja derecha y sale convertido en la última lágrima, la que siento que sale de mi iris izquierdo para luego sentir el vacío más grande que cualquier sensación de pérdida me haya hecho sentir alguna vez, el grito calló y aquella alma deja de sufrir, pero me deja con un dolor peor a cualquier muerte, ya no lloro, ya no siento, vuelvo a la cama como si cambiara en algo mi posición en el plano, pero el vacío se cuela en mi mente y no me deja pensar en nada más que en el color ámbar y el anhelo de conseguir algo que me deje continuar, materia para llenar el vació que deja, el cual sé que por algún motivo, me acompañará hasta que los gusanos se lleven mi carne y mis huesos se unan en mineral y sal.
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Editado: 09.10.2019