La ansiedad y la desesperación llegaron a mí; estar atado a una cama era lo más fastidioso que podría haber sentido en toda mi vida.
Estaba en un lugar que me parecía haber visto pero no recordaba haber estado nunca antes en él. Paredes blancas delicadamente cuidadas, pisos blancos relucientes, era un lugar muy frío y a pesar de que era agradable para la vista, era una habitación tenebrosa, no sabía por qué, pero ese lugar me aterraba.
Después de varios minutos, digo; después de varios desesperantes y angustiantes minutos de estar rodeado de una soledad y un silencio perturbador, sentí un crujido que provenía de la puerta, de inmediato me di cuenta que alguien iba a entrar. Al instante una bella joven con traje de enfermera entró y se acercó a mí diciéndome:
—Veo que ya despertaste, ¿cómo te sientes?
De mi boca no salió palabra alguna; me negaba rotundamente a responderle.
— ¿Te sientes bien?— insistía en preguntar la bella niña —. Te estoy hablando, ¿cómo te sientes?
En serio ya me tenía hasta la coronilla, estaba harto, me acosaba con la misma pregunta tantas veces que no tuve más remedio que responder hacer una pequeña afirmación gestual. Pensé que se acabarían todos mis dolores de cabeza hasta que vuelve con las preguntas:
— ¿Cómo te llamas? — preguntó con una sonrisa de oreja a oreja en su rostro.
Sabiendo bien lo fastidiosa que se ponía si no le decía palabra alguna, me vi forzado a responder su pregunta:
— Me llamo Richard Martínez — dije sin mirarle a los ojos.
— Esa vieja me trajo a este lugar, que ni crea que le voy a hablar como a una reina — me dije.
Mi padre me había enseñado a tratar bien a las mujeres, pero sinceramente esa mujer había logrado sacar toda la maldad que habitaba en mi podrida alma. O sea, ¿quién demonios se creía? Había llegado a arruinar el rumbo de muerte para llevarme a ese lugar.
— ¿Sabes que eres esquizofrénico?— preguntó con borrando la sonrisa de su pálido rostro.
— ¿En qué momento esta clínica se convirtió un interrogatorio? — me pregunté.
Con el tono más sarcástico le dije: — No.
—Veo que no estas de buen humor — dijo bajando la mirada. Su largo cabello negro caía junto con su mirada y aunque se veía tierna, eso no me obligaba a hablarle bien.
— ¿De qué humor quieres que esté?, si estoy atado en una camilla y por si fuera poco encerrado en una clínica psiquiátrica — expresé tratando de zafarme de las cintas de seguridad.
—Sí, debo imaginarme cómo se siente, pero es mejor que estés aquí — dijo mirándome fijamente a los ojos.
— ¡No! ¡Es mejor que este en mi casa! Allá no lastimaré a nadie… — le grité.
—Pero te lastimas a ti mismo.
No quise responder, sabía que era cierto lo que decía. Y aunque odiaba perder una discusión, no tuve más remedio que darme por vencido ante esta.
Como solución para afrontar mi perdida cerré mis ojos con la intención de ignorarla. Y a los pocos segundos sentí la puerta crujir.
— ¡Por fin se fue! ¿Quién rayos la podría soportar?, es un fastidio. ¡Escucharla es un acto suicida! — me quejé.
Los minutos pasaban y no podía dormir, el saber que estaba allí me ponía histérico, era imposible dormir, mi mente era un huracán de ideas y pensamientos extraños. Pensamientos que poco a poco se convirtieron en recuerdos. Pero aquella vez fue extraño, ¡muy extraño! esa vez sí quise recordar, pensé que si me daba un ataque podría salir del hospital, así que me dediqué en cerrar mis ojos y con todo el dolor de mi alma empecé a recordar.
Sabía muy bien que lastimaría a muchos pero era la única forma que tenía para poder salir de esta prisión de sufrimiento.
°°°
"Ariana, la verdad es que, me gustaría verte, tengo que decirte algo muy importante". Después de pensarlo más de dos veces envié el mensaje de texto, presionando la tecla de mi teléfono, que para la época era lo último en tecnología.
La verdad es que mis padres no carecían de recursos económicos, mi padre era dueño de una licorería y mi madre una prestigiosa diseñadora de modas, y yo, su hijo, pues, me daba la gran vida; y no miento al decir que a los quince años que tenía en aquel momento no me había faltado nada.
Lo había tenido todo. Excepto una novia, y no es que no haya tenido pretendientes, había tenido y por montón, solo que ninguna había llegado a mi nivel, ¡okey no!, eso es mentira. Pues no había tenido novia porque en toda mi vida solo me ha gustado una niña, Ariana. En todos los quince años de mi vida, nunca había conseguido la valentía para poder confesarle lo que sentía por ella, pero esa vez algo raro me pasó y me animé a decirle todo.