— ¿Listo para la siguiente sesión? — Preguntó el doctor con una radiante sonrisa.
— Eso creo — Respondí muy neutral.
— Muy bien, pero antes quiero que me respondas una pregunta. — Expresó.
— Sí.
— ¿Por qué usted es tan chismoso? — Interrumpió uno de mis extraños pensamientos.
— Para ti ¿Qué es la vida? — Preguntó el doctor con su amable mirada fija en mi rostro.
— Para mí la vida es un cúmulo de crueles recuerdos. — Respondí sin ninguna expresión en mi rostro.
— Por... —
— Tristes y miserables recuerdos que atormentan y nos hacen sufrir. —
Interrumpí.
Moisés no supo que responder, solo se quedó mirando la expresión de seriedad y neutralidad que estaba en mi rostro.
Quizá se había dado cuenta que mi rostro refleja lo que siento, que fría mirada refleja lo que soy y que mi mente desquiciada refleja lo que fui y lo que siempre seré.
Al percatarme que el doctor se hallaba perdido como en una extraña dimensión subalterna, decidí aplaudir para hacer ruido y sacar a Moisés en el extraño trance en el que se encontraba. Después de varios segundos el doctor pudo salir de su país de las maravillas y me preguntó.
— ¿Podrías hablarme de un poco de tu hijo? —
— Claro.
Me tomó del brazo y acostándome en la camilla me ató como es de costumbre.
— Puedes comenzar — dijo mientras tomaba su cuaderno y su lápiz.
°°°
El 10 de Octubre del año 2006, llegó al mundo mi sol, mi estrella, mi vida. A los dieciséis años de edad Ariana y yo tuvimos nuestro primer hijo, esa pequeña criatura que no esperábamos pero lo recibimos con todo el amor del mundo.
Quizá muchas personas piensen que un bebé a esa edad es un error o algo así, pero yo no pienso así, pienso que si Dios nos puso ese niño en nuestro camino fue por algo, nada en esta miserable vida pasa por error o por casualidad, cada cosa tiene su razón de ser, un motivo para existir y un propósito para vivir.
Joey, llegó a hacer de nuestra adolescencia, algo maravilloso, ese niño llegó a alegrar nuestros días. Y sí, es cierto que nos trajo dolores de cabeza, pero su existencia hizo de la nuestra un paraíso.
Joey poco a poco fue creciendo, recuerdo verlo dar sus primeros pasos, oírlo decir por primera vez papá, mamá, verlo patear su primer balón fútbol, recuerdo su primer día de escuela, cuando se agarraba fuertemente de mi pierna para no dejarlo solo.
A medida que iba creciendo se convertía en un gran niño, buenas calificaciones, buen comportamiento. Nunca recibimos alguna queja de él en la escuela.
Era el hijo perfecto.
Mi razón de vivir, hasta que un día lo vi cubierto de sangre en el césped del parque.
°°°
—Lo siento mucho. — Expresó Moisés reflejando una gran tristeza en su rostro.
Yo le sonreí.
Moisés me desató y decidí salir de la habitación, me encontraba caminando por los helados pasillos del hospital. Necesitaba bañarme, hacía mucho que no lo hacía.
Después de tanto caminar encontré el baño, entré y de inmediato sentí un delicioso ahora a frescura y jabón, había pasado mucho tiempo en el cual no sentía la fragancia de un jabón rozando mi nariz.
Desnudé todo mi cuerpo y me metí en la ducha, las gotas de agua se deslizaban suavemente por mi piel, poco a poco fui completamente empapado por el agua, agarré el jabón y empecé a frotarlo por todo mi cuerpo, se sentía tan relajante.
Después de alrededor de unos diez minutos, tome la toalla para después tapar mi delgado cuerpo con ella. Me acerqué al tocador, habían varios utensilios que hace mucho no veía ni tocaba, vi una cuchilla de afeitar, me apresuré en tomarla y cortar los largos vellos de mi barba. Con respecto a mi largo cabello decidí dejarlo como estaba, se veía muy bien ya que por primera vez en mucho pero mucho tiempo lo había lavado. Mi larga cabellera rubia estaba de un hermoso color dorado.
Me vestí y salí del baño, al volver a mi habitación, estaban allí Moisés y Lucero los cuales al verme se quedaron sorprendidos, de hecho podría asegurar que no me reconocían, y efectivamente así era, al verme me preguntaron:
— ¿Quién eres? —
Era de esperarse, cuando me conocieron estaba hecho nada, olía horrible, tenía una barba extremadamente larga, mi caballo se encontraba sucio. Era un completo desastre. Aún lo soy, no físicamente, pero sí soy un desastre de persona.