Recordaba casi de forma graciosa, la envidia que le tenían las vecinas cuando vivía en la capital en un edificio de apartamentos en un barrio céntrico de la ciudad. Lo poco que conversaba con ellas era en el ascensor cuando salía hacer las compras o sacaba las niñas a pasear. Siempre alguna vecina mayor le comentaba lo afortunada que era con un marido tan guapo y que trabajaba todo el día para que a ella y las niñas no les faltara nada.
Mientras que los comentarios de las vecinas más jóvenes eran sobre lo lindo y amable que él era con ellas, siempre atento y caballero que las ayudaba con las bolsas del supermercado o les abría la puerta del ascensor. ¡Hasta llegaban a aconsejarle que lo cuidara bien porque se lo iban a robar!
Isa se puso a pensar en todas las veces que los celos o la envidia la había afectado a lo largo de su vida; recordaba la envidia que le tenían en su barrio de niña, porque tenía todo le decían; luego de más grande sus amigas solían decirle que la envidiaban por los padres tan buenos que tenía; cuando empezó la facultad sus compañeros la envidiaban porque no tenía que trabajar para pagarse la carrera; y así en varias oportunidades.
Isa se preguntó si de eso se trataba la vida, de siempre mirar lo que tiene el otro, querer lo del otro sin preocuparse lo que cada uno era capaz de lograr, como en un estado de comodidad del cual no se quería salir porque era más fácil envidiar que intentar conseguirlo por uno mismo.
Sinceramente a Isa nunca le había interesado ser así y seguía creyendo que la gente con esas actitudes era gente enferma.
Hoy, Isa sigue apostando a progresar en todos los aspectos de su vida, aunque ello implique quedarse sola.
Esa actitud es la que trata de heredarle a sus hijas: que logren las cosas que tienen por sí mismas; que no hay que mirar los logros de otros con envidia sino más bien festejarlos con ellos; y por sobre todas las cosas ¡que siempre sean agradecidas!
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violencia de genero, superacion personal, manipulacion afectiva
Editado: 21.02.2020