Soy de los que dice que no se acuerda de lo que ha pasado en mi infancia. Pero no es totalmente cierto, no recuerdo lo que he hecho en esos días de mi vida, o a quién he visto, pero sí sé que en ese tiempo es en donde atesore más recuerdos, más de los que pueda tener ahora.
Cuando tenía unos meses ya reconocía la voz de mis padres, el ladrido de Chispas, y como tomar mí alimento. Al final todo son recuerdos que vamos aprendiendo y se van quedando en nuestra cerebro. No me preguntéis por la ropa que me ponían, ni con quién me quedaba por las tardes, porque eso para mí es imposible. Algún amigo me dice, yo me acuerdo de los pantalones cortos que llevaba en invierno, o de los pompones horribles que mi madre me ponía. Quizás es que recordamos aquello que nos quedó grabado, bien por lo mal que lo pasamos, o por lo especial que fue para nosotros.
Mi pregunta es, ¿qué es de toda esa información que recibimos?, no toda se va al Cementerio de los Recuerdos, algunos solo son recuerdos que nos sirven para vivir, pero, y el resto... ¿desaparecen?
Mis padres me decían una frase, que yo he usado a veces. "Hijo a ti te entra por un oído y te sale por el otro", quizás es por ese oído de salida por donde yo he perdido todos esos años de no recuerdos.
He leído que el cerebro se desarrolla muy rápidamente los primeros dos años, es donde se crean la mayor parte de nuestras conexiones neuronales. En esas edades empezamos a diferenciar los sonidos, las primeras palabras empiezan a tener sentido cuando somos niños, e intentamos repetirlas.
Nuestro primer paso, la búsqueda del equilibrio, las risas, los aplausos son recuerdos que guardamos para volver a repetir. Hemos de recordar que levantar las manos nos ayuda a mantenernos en pie, porque sabemos que la caída al suelo en momentos es dolorosa. Que si lloramos nos van a venir a atender, nos darán comida, nos lavaran, o nos mecerán para que nos durmamos. Esa etapa, donde apenas somos un ser que cabemos en los brazos de nuestros padres, es quizás la etapa más hermosa, para nosotros, y para nuestros padres… o tal vez es mi percepción desde un mundo feliz, donde he sido un niño deseado, y he tenido las facilidades de una sociedad, la suerte de haber nacido en la parte buena del mundo.
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El parto de Maria había sido muy doloroso, quizás el mayor dolor que había soportado, y su vida había corrido serio peligro. Ese recuerdo fue quizás lo que hiciera que no volvieran a tener más hijos, y que María José terminara siendo hija única.
En los primeros meses Maje, como terminaron llamándola por ser como dijo por primera vez su nombre, vivía sin posar su cuerpo en la cuna. Ya fueran sus padres, abuelos, primos, resto de familia, o amigos, todos querían tener en brazos a esa niña, que les miraba con esos grandes ojos azules, y que sonreía de manera tan graciosa con esos diminutos dientes.
—Abuelo, quiere dejar a la niña, que le toca dormir un poco.
—Nena, apenas la he cogido, déjame un segundo más con ella y ya luego la llevó a su cuna.
¡A que si Maje!, tu abuelo que te quiere mucho, mucho, mucho, te llevará volando a tu camita.
Tanto se acostumbró a los cuellos, y al contacto humano, que si estaba sola se ponía a llorar. Pero eran lágrimas casi sin llanto, en eso había salido a la madre.
La princesa de la casa tenía todo el amor y todas las necesidades materiales cubiertas. Antes de que su voz se perdiera en las ondas del olvido ya tenía a sus pies todo lo que había pedido.
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El nacimiento de Raúl fue más sencillo para Alba, cuando las enfermeras se lo llevaron lo tomó con la alegría de una nueva vida, pero sin la ilusión de lo que deseaba.
—Dejarlo en la cuna.
—¿No quiere darle el primer abrazo?
—Ya tendré tiempo de abrazarlo y de amamantarlo. Prefiero que se acostumbre a estar solo para que no esté todo el día llorando como me pasó con los hermanos.
Pedro solo le miró como le llevaban a la cuna mientras atendía, en ese momento, a su mujer dándole un vaso de agua.
— ¿Te subo a los niños?
—No, ahora no, quiero descansar un poco.
—Pues voy abajo que no me fio de Felipe que le he dejado a cargo de su hermano.
Los primeros meses de Raúl fueron muy bonitos. A pesar del distanciamiento de su madre, los hermanos estaban muy ilusionados por tener un nuevo hermano. Felipe, el hermano mayor, porque era un niño. Las niñas eran todas unas tontas y no sabían jugar al fútbol. Sebastián, había aprendido a decir su nombre antes que mamá.
Su madre había renunciado a darle el pecho y lo alimentaba con leche especial para bebés. Pero siempre protestaba por el gasto extra en una economía familiar algo justa.