Los recuerdos se crean a partir de una vivencia que hemos tenido, que ha estado presente en nuestra historia. Las imágenes, los objetos, las fotografías, los relatos… las heridas, los traumas…. nos hacen vivir los recuerdos que nuestra mente y nuestro cuerpo han guardado. En algunos casos nuestro cerebro nos defenderá creando una barrera para no llegar a esos recuerdos que son muy traumáticos. Pero no lo es de forma general, por lo que esos traumas no resueltos, esas situaciones vividas con dolor, que no quisiéramos recordar de manera consciente o inconsciente, van a marcar nuestra vida. Van a hacer que en nuestros días futuros veamos situaciones y enseguida nos pongamos en alerta. Bien creando episodios de estrés y ansiedad, o creando pérdidas de confianza en nosotros, u otras personas.
Y estos primeros años donde perdemos nuestra infancia serán muy importantes para el devenir futuro como personas adultas.
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Los rayos de sol aún no habían conquistado el horizonte. La sencilla habitación, de bastos muebles, se mostraba únicamente iluminada por dos cirios que habían manchado las paredes de un color negruzco. En su interior se encontraba un hombre de rodillas rezando ante el crucifijo de nuestro señor. De sus ojos caen pesadas lágrimas, que resbalan por su cara, de su mano el flagelo de ocho nudos del que gotean pequeñas gotas de sangre que se acumulan en un suelo ya manchado de sangre reseca.
—Señor, te pido perdón. No soy digno de ti. Mi cuerpo es débil. Oh Señor, te pido perdón.
El demonio está en ellas, tú lo sabes mi Señor, tú lo sabes. El demonio está en ellas.
Nuevos golpes del flagelo marcan nuevas líneas de sangre en su espalda. Aprieta los dientes soportando el dolor. Considera que el castigo corporal, y el rezo le redimirá de todos los males que cometa.
"El demonio está en ellas', son las últimas palabras que se le oye decir.
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Maje cumplía quince años con una fiesta acorde a todo lo que suponía para su familia. Para otra niña de su misma edad, los globos, las guirnaldas, los confetis, que como hojas sembradas en el suelo, serían algo hortera. Sin embargo, la princesa de la casa disfrutaba como una niña persiguiendo las pompas que lanzaba su padre. Sus amigos también jugaban con ellas, pero en su interior está triste, en esa fiesta faltaba una persona que había conquistado su tierno corazón.
Estaba en ese momento donde se acabará su inocencia infantil, donde dejará de jugar con sus muñecas, o confiará sus secretos a su osito de peluche, y comenzará a ser una joven deseosa de nuevas sensaciones. Sus labios conocerán el sabor de otros labios, su corazón palpitará de manera incontrolada, su cuerpo cambiará a mujer y todo lo vivido antes de esa fiesta será sólo un bonito recuerdo.
Suena el timbre de la casa, la sirvienta va a abrir la puerta, la familia y amigos siguen en su fiesta, es el momento del Charleston. Un baile de otro tiempo, pero que se hace muy divertido al verles a todos imitando los pasos que vieron en alguna vieja película, hasta el abuelo se ha animado a mover las caderas.
Entra en el patio con nervio, tembloroso, mirando a todos los allí presentes sin atreverse a abrir la boca. Maje lo ve y grita.
—¡¡MAMÁ!!
Su madre mira a su padre extrañada.
—¿Has sido tú?—le pregunta.
Pero él se sube los hombros y levanta las manos. —Yo no sé nada.
Los dos miran ahora al abuelo que hace el mismo gesto con el cuerpo que José.
Maje se va acercando despacio, con las manos abiertas y agachándose hasta su altura.
Él sigue en el mismo lugar que estaba, pero agachándose un poco más, tocando ya con todo su cuerpo el suelo.
—Pero qué bonito eres.
Gracias Mamá, gracias Papá.
—Nosotros no hemos sido.
A ella no le importa esa respuesta, tiene todos sus sentidos puestos en esa bola de color blanco y orejas negras, que comienza a mover con rapidez la cola.
Acaricia con mucho cuidado su cabecita y él se agacha un poco más. No puede aguantarse más y lo toma en brazos. Es tan pequeño que cabe perfectamente en su regazo. Su lengua roja empieza a lamer su mano, ella se gira hacia los demás y dice.
—Mira, ya me quiere. Gracias a todos, este ha sido el mejor regalo de todos.
A su espalda una voz le susurra al oído, una voz que le hace temblar de emoción.
—¿Pensabas que me había olvidado de ti?, ¿espero que no se lleve todo tu cariño, que algo me toque a mi?
Hubiera dejado caer al pobre animal si no lo tuviese apretado firmemente contra su pecho.