Salía de clase triunfante, como cuando salen los actores por la alfombra roja, con las notas en su cartera, todas las asignaturas aprobadas con la máxima puntuación. Sus padres están muy orgullosos de lo buen hijo y estudiante.
Este trimestre está saliendo con Rocío, el amor de su vida desde parvulario, la chica más hermosa del instituto, de la ciudad, del mundo entero. Y ahora iba a su lado, con su jersey rojo y su falda de cuadros escoceses, colgándose a cada metro de su cuello buscando un beso de su boca.
Y es que hay momentos en la vida en la que todo te va bien, parece que has sido tocado con la varita mágica de un ser divino que te ayuda y protege.
Abre sus ojos, el frío de la mañana se nota en su cara, así que sube un poco más la manta y solo deja ver sus ojos marrones.
Desearía no despertar jamás y seguir en esos sueños en los que todo es opuesto a la realidad que vive. Su cerebro crea unos recuerdos inventados que le generan más ansiedad que felicidad.
Son las siete de la mañana, un nuevo día de clase... bueno, por lo menos allí no tiene que soportar las continuas discusiones entre sus padres en las que al final acaba siendo la diana de los dos. Aún le quedan unos minutos para que su despertador suene, podría apagarlo pero con maldad deja que suene durante un buen rato para despertar a Felipe. Los dos duermen en la misma habitación.
—¡Mongol!, quieres apagar el puto despertador, o te lo reviento en la cara.
—Ahora voy, me estoy despertando. —Pero aún pasarán unos segundos hasta que lo apague, lo que enfada aún más a su hermano.
Hoy nadie está en la cocina, algo raro pasa. Mira su reloj, son las siete y media, se pellizca el brazo para comprobar que no es un sueño, y duele, no es un sueño. Normalmente estaría su padre desayunando mientras mira su teléfono móvil y sin mirarlo le dirigiría un vacío, "buenos días". Bueno eso también sería raro, en este escenario faltaría su madre insultando a su padre hasta que él revienta y la paga con el único que no tiene la culpa.
Mientras se calienta el desayuno se distrae mirando las luces de la ciudad.
—¿Qué haces hay como un tonto mirando por la ventana?
¿Qué piensas que el café se va a calentar solo?
—Buenos días, mamá.
—Sí es que si naces más tarde.... pufff me tenéis loca.
Venga enciende el fuego para calentar la leche. ¿Qué os pensáis aquí, que soy vuestra esclava?
—¿Dónde está papá, no va hoy a trabajar?
—Sé fue anoche, estará por ahí con alguna fulana calentándole la cama.
—¿No va a venir?
—¿Crees que soy adivina? Déjame en paz. Y apaga esa leche que ya va a hervir.
Al frío le sigue la lluvia por lo que la caminata hasta la parada del bus la hace enfrentándose a las inclemencias del tiempo.
Jorge y Pablo le esperan en un soportal al final de la calle. No son las mejores compañías que un chico inocente debería frecuentar, pero son los únicos que han vivido una situación familiar igual que la de él, y no tiene que contarles lo que le pasa porque ya lo saben nada más verlo.
—¿Qué pasa renacuajo? El morado del ojo ya va mejor. Pero no te preocupes ese ya no volverá a tocarte más, "el rata" le recordó que tú eres de los nuestros.
"El Rata" era el apodo que le habían puesto a Pablo porque tenía solo cuatro pelos y le salían como a las ratas. Jorge era "el flequi" por ese flequillo que se dejaba tapándose uno de los ojos. Y Raúl era "el renacuajo", se podría pensar que era por ser el más pequeño de los tres, le sacan cinco años de diferencia, pero no, era por esos grandes ojos que tenía parecidos al animal.
Raúl ya desde muy niño nunca se relacionó con chicos de su edad, siempre andaba rodeado de chicos mayores que le usaban como un monigote.
Parecía mucho mayor de los quince años que acababa de cumplir. Fumaba, bebía y había tomado sustancias que otros jamás en su vida probarán. Ese es el problema de relacionarse con la parte oscura de la sociedad. Pero lo peor no es solo relacionarse, el problema llega cuando tú eres parte de esa sociedad y Raúl iba encaminado a formar parte de ellos.
—Renacuajo, te vienes con nosotros.
—No puedo, tengo clase. Nos vemos a la tarde.
—¡Mira!—le dice el Flequi enseñándole algo que lleva en su mochila.
—Esta frío, pero no tanto.
Los dos mayores se empiezan a reír mientras él los mira con cara de incredulidad.
—¿De qué os reís mongoles?
—Eh renacuajo, modera tu lenguaje con los mayores —y le da un coscorrón—te voy a enseñar el complemento a ver si con eso ya lo adivinas. —de la misma bolsa de donde saco los pasamontañas, ahora le enseñaba una pistola.