Cementerio de recuerdos

Capitulo-9-


La Hermana Adelaida aún no había sido confirmada como Abadesa, pero ya tenia libre acceso a cualquier lugar del convento.
SorTeresa se encontraba indispuesta por lo que le pidió ayuda a la Hermana Sofia para limpiar y ordenar las dependencias y oficina de la anterior Madre Superiora. Esa era la excusa que había dado.
Entrar en ese lugar donde solo podías pasar si ella te reclamaba les dio una gran impresión. Esperaban escuchar la voz firme y seca preguntándoles donde iban. Esa es la frase que le había lanzado cuando ella intentó, en una incursión nocturna, hacerse con la ficha de Elvira.
Antes de que Sor Adelaida le preguntase que era lo que quería buscar ya estaba intentando, sin éxito, abrir el armario donde se guardaba esa información.
—Esta cerrado. Tiene que haber alguna llave por aquí.

Las dos monjas empezaron a abrir cajones, y a encontrar que algunos estaban cerrados con llave.
—¿Dónde estarán las llaves—dice en  alto Sor Sofia.
—Mire en esa vasija.
—¿Cual?
—Esa de bronce con tapa.
—ahora la miro—al destapar ve que contiene las cenizas de papeles quemados.—Aquí no está.

Después de dar la vuelta a toda la oficina, y no encontrar nada de utilidad, miraron en la habitación de la Abadesa, que estaba pegada a la oficina. Encontraron llaves que abrieron algunos cajones, pero no la de los archivadores. Incluso descolgaron el  Cristo que tenía a la cabecera por si ocultaba allí alguna llave.
Sentadas en un par de sillas en la oficina se miraban sin decirse nada, hasta que Sor Adelaida se levanta y mira a los ojos a Sor Sofia —Me va a matar.
—Que dice Hermana, como voy hacer tal cosa.
—Tengo las llaves aquí —Y le enseña un llavero con varias llaves. —Con los nervios, las prisas y la sensación de estar siendo vigilados se me olvidó que me las había dado la Hermana Teresa.
—Bien, probemos si abre este armario.


La llave abrió con facilidad las puertas del archivador. Las manos de Sor Sofia se movieron rápidamente para buscar la ficha de su niña. Los dedos iban moviendo las carpetas que estaban organizadas alfabéticamente. Al final se pararon en el nombre de Elvira. Un sudor frío le recorrió la espalda, la información que tanto deseaba leer se encontraba en esta carpeta que estaba... —¡VACÍA!
—¿Qué ocurre Hermana?
—Que esta vacía,  que no hay ningún papel. Falta el informe de Elvira.
—Habrá otra carpeta, no se ponga nerviosa.

Sus dedos siguen recorriendo todas las carpetas, de la A a la Z, no encuentra otra carpeta con el nombre de Elvira. Saca todas las carpetas del archivador y mira a ver si se han caído los papeles al suelo del cajón,  pero esta limpio. Su mandíbula castañea, pero no de frío sino de nervios
—Hermana, tranquila, igual los saco y los dejo en alguna mesa, o cajón.
—Tiene razón —y como un resorte se levantó y empezó a mirar las hojas que estaban sobre el escritorio. Empieza a abrir los cajones y mirar en su interior. Se va incluso al dormitorio, allí tiene alguna  carpeta, pero ninguna con la información que ella busca.
Se sienta en la cama, se pone las manos en la cara y comienza a llorar, con tal sentimiento que hace que Sor Adelaila también se ponga a llorar.
—No sé qué más decirle Hermana,  ni donde se puede mirar.

Sor Sofía se levanta y se dirige con paso tranquilo, aunque decidido, hacia el escritorio. Coge la vasija de bronce, la abre con cuidado y remueve un poco las cenizas que contiene. Está todo el papel quemado, pero se puede distinguir en un trozo un poco más grande la palabra, Elv, pero nada más,aunque a intentado distinguir algo entre las cenizas.
—¿Por qué lo ha hecho? — junta las manos en situación de plegaria —¿Por qué lo ha hecho? —lo vuelve a repetir mientras una lágrima se escapa de sus ojos marrones.
—Quizás es mejor así Hermana. Quizás es mejor que la niña siga el destino que el Señor nos ha marcado a todos.
—Acepto el destino que el Señor tiene para nosotros,  pero deseo verla,  saber que está bien. Tengo un mal presentimiento y creo que mi niña está en peligro.
—Si niña, yo creía que no tenía padres, ni usted niños.
—Petdone Hermana, es una forma de haber.

Desalentada se va al patio central del convento seguida de la Hermana Adelaida. Es consciente de que será muy difícil,  por no decir imposible encontrar a la niña. Y a esa mínima esperanza es a la que se aferra, sabiendo que no hay nada que le dé un punto de donde tirar

 

Hacía un par de meses que había encontrado las cenizas del informe de Elvira. La tristeza formaba parte de su rutina diaria, y la misma pregunta seguia repitiéndose una y otra vez en su cabeza, ¿por qué la Abadesa había hecho eso?, ¿por qué no quería que pudiera volver a verla?, saber si estaba bien, y darleun fuerte abrazo.
Se encontraba paseando al rumbo fijo por el jardín interior del convento, rezando y pidiéndole al Señor una ayuda divina, cuando la Hermana Adelaida la paro para darle una buena noticia. Al ver tan preocupada a la Hermana decidió hablar con el Consulado de España que había en Argelia. El consulado inglés no quiso darles ninguna información, pero el consul era muy bien visto y, como un favor especial, le habían pasado una pequeña lista. Como desconocían el nombre de los padres adoptivos se buscaron familias que hubieran adoptado hijas en este país, solamente veinte parejas cumplían estos requisitos.
La cara de Sor Sofia se iluminó, y la sonrisa volvió a lucir en la única parte visible de su cuerpo. No sabía si besarla y abrazarla, si abrazarla y besarla, o las dos cosas a la vez, que intento y le hizo daño en un ojo.
—Perdón Madre, perdón... no quería causarle daño.
—Hermana no me llame Madre, aún no tengo ese cargo.
—Es usted maravillosa, es usted un cielo, es usted lo mejor que me ha pasado en esta vida. —lo dice mientras mira la hoja que le ha dado.
—Ttanquilicese, aún no hemos conseguido nada. Son solo indicios de donde puede estar, tocará ahora visitar esos lugares y comprobar si en alguna está la niña.
—Esto es mucho más de lo que tenía hace una hora, claro que la encontraremos. El. Señor sabe que lo conseguiremos.
—No puedo liberarla de sus quehaceres, pero quizás pueda hacer que usted vaya a esos lugares para intentar recaudar alimentos que necesitamos para nuestros pobres.
—Gracias, gracias, no sé cómo podré pagárselo.
—Ha hecho usted mucho por mi, justo es que yo haga algo por usted, aunque sea tan poca cosa.
—Es mucho, se lo aseguro. —sigue mirando la lista y su caminar la lleva a su habitación sin haberse despedido.



#2492 en Novela contemporánea

En el texto hay: amor

Editado: 23.03.2022

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