Cementerio de recuerdos

Capitulo-10-

Elvira duerme en la calle, a muchos kilómetros de donde está Sor Sofía, bajo los escombros de un viejo edificio destruido hace mil guerras, ocultándose de un mundo hostil que sólo busca hacerle daño.

Es una más de esa gran masa de desfavorecidas que pueblan estas tierras. Su vida estos últimos años, desde que salió de la protección de Sor Sofia, ha ido de mal en peor. Le costó mucho separarse de quien fuera su madre, su maestra, su consejera, su amiga. Los primeros años de vida, quizás habían sido los más felices, aunque se sintiese encerrada. Ahora se daba cuenta de que el exterior era peor de lo que las monjas le decían.
En el colegio no había conseguido integrarse, al final fue expulsada por peleas con sus compañeras. Sus padres adoptivos terminaron separándose, y ella fue el blanco de todas sus violentas peleas. Cuando uno de los dos se iba de casa la otra persona descargaba su odio sobre la pobre niña, llegando incluso a agresiones físicas. Aunque dolían más las psíquicas que se instalarían en su cerebro para siempre como un rnal recuerdo. Cuando la pareja se volvía a reconciliar no incluían a Elvira en esa alergia del momento, sino que la veían como algo que perjudicaba su relación. Es por ello que cuando ella se fue de casa, tras recibir la última paliza de su padre, no se molestaron en buscarla. Ni cuando recibieron la carta del consulado inglés de abandonar el país se preocuparon de llevársela a Inglaterra, simplemente se deshicieron de ella como de una bolsa de basura.
Y así Elvira quedo nuevamente huérfana.


—Monja, nos vamos a robar a la tienda, ¿te vienes?—era Akram el que la hablaba, un niño argelino de apenas trece años que la había cuidado desde el primer día que la vio. Elvira pedía en la calle, pero apenas conseguía un mendrugo de pan que llevarse a la boca. Nunca se atrevió a robar, eso era romper uno de sus mandamientos. Así que el hambre la iba debilitando hasta que un día yacia a la entrada de este refugio, que era el lugar donde Akram se ocultaba. Él la llevó adentro y la estuvo alimentando hasta que volvió a recuperar las fuerzas.
—No, me iré a los contenedores del patio.— El patio, eran los contenedores donde tanto vecinos como las tiendas cercanas tiraban los restos de basura. El supermercado para los pobres del lugar.
—Vale, pero ten cuidado con el viejo Jariz. So te vuelve a molestar avisame que va a dejar de ir por ese lugar una buena temporada.
—No, Akram, yo ya me se defender, y me da pena ese hombre.
—Ven con nosotros, aunque no entres , esperanos y luego vamos hasta el río.
—No de verdad, no vayas, algún día os van a coger y te perderé para siempre. Ya sabes lo que les hacen a los ladrones.
—Somos más listos y rápidos que Hafid. A parte, que si llama a la policía, les diremos lo que oculta, y entonces si va a tener problemas.
—Tener cuidado.
—Igual.
 

Cuerpos vacíos, ropas gastadas, cabellos sucios, era el perfil de las personas que allí se encontraban rebuscando entre los restos que le sobraba a la ciudad.
Una chaqueta gris, que le daba casi dos vueltas a su delgado cuerpo, una caja de galletas sin abrir, una barra de pan, que había compartido con una mujer, y algo de fruta, era todo el botín que había conseguido esta vez.
Guardaba la comida en un armario sin puertas que hacía las veces de despensa. Y la chaqueta decidió no quitársela, las noches eran frías y le servirá de abrigo.
Le extraño no ver a su amigo, pero era normal que a veces estuviera fuera hasta el amanecer. Unas veces festejando el botín conseguido, otras maldiciendo su mala suerte al no conseguirlo.
Allí en la oscuridad de esa gruta, iluminada por un pequeño fuego que apenas calentaba, se miraba las manos con heridas recientes, su piel aún no está curtida por el tiempo. Sus brazos como alambres sin apenas carne, ni músculos, su cuerpo también escaso de grasas. Ella nunca fue una niña gordita, pero esta dieta obligada la estaba dejando en sólo piel y huesos.
Y así, entre pesares y pesadillas, con la hoguera consumida al no darle más leña al fuego, Elvira se despierta y sale a la calle. La noche aún no ha llegado a su fin, dirige la mirada a un cielo negro como el carbón, lleno de pequeños puntos luminosos que acompañan a una media luna plateada.
A lo lejos escucha la respiración agitada de una persona, su vista no alcanza a distinguir de quien se trata, pero decide ir a su encuentro.
—Akram, ¿Eres tú? —pero la persona que esta allí oculta no responde. Vuelve a decir su nombre sin recibir respuesta. Agachandose toma una piedra que oculta a su espalda y sigue acercándose. —¿Eres tú, Akram?
—No, no sé donde esta Akram.  Él dijo que nos separaramos, y que nos reuniesemos en su casa— le ha costado decir de un tirón todas esas palabras. Al llegar Elvira se da cuenta que el chico, amigo de Akram que suele acompañarlo en sus fechorías, está sujetandose el costado.
—¿Estás herido?,¿dónde está Akram?
—Si, estoy herido.
Nos estaban esperando.
—¿Quién os esperaba?
—El judío, él y los tenderos de la calle estaban escondidos esperándonos. Nos dejaron entrar en la tienda, y cuando estábamos robando el dinero, y la mercancía, nos atacaron. Salieron por todos los lados y cerraron las puertas para que no pudiéramos escapar.
—¿Akram escapó?
—Él empujó al que estaba en la puerta y yo pude escapar.
—¿Pero lo dejaste allí con ellos?
—Yo no podía ayudarle, eran muchos y armados con palos.
—Pero lo has abandonado, has abandonado a tu amigo que dio su vida por t.
—Eran muchos, tenía miedo, yo no podía hacer nada.
—Venga levántate, vamos a buscarlo.



#2107 en Novela contemporánea

En el texto hay: amor

Editado: 23.03.2022

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