Cementerio de recuerdos

Capitulo-11-

Su padre apretaba su cabeza contra su pecho, mientras las lágrimas caían de sus ojos marrones. Le partía el corazón ver a su hija sufrir de esa manera. Ella al estar su padre había dejado de gritar y le pedía que le trajese a la niña, a su niña.
—Hija, amor, has tenido un niño.
—No papá, me han robado a mi niña.
—Los doctores me han jurado que no ha nacido ningún niño más en este hospital, que es tu hijo, nuestro nieto.
Miralo, es tan hermoso como tú.
—Pues puedes quedártelo tú.
—Maje, Hija.
—Perdón papá. Pero quiero a mí niña.
—¿Pero qué doctor te dijo que iba a ser una niña?
—La he visto en mis sueños, la he acunado, la he abrazado, la he besado.
—¿No te has hecho...?, Alba ¿no habéis ido al ginecólogo?
—Sí hemos ido, pero ella nunca ha querido hacerse la prueba, decía que podía afectar a la ni.., al niño.
—Hija, entonces estas confundida. Los sueños solo son eso, sueños.
—No papá, fue todo muy real.


Dos días después la familia, al completo, salía del hospital. Maje llevaba al niño en el carricoche, a su lado iba su padre y su madre tapándole los ojos al niño para que la luz del sol no le dañase. Su padre había aparcado el coche justo al lado de la puerta del hospital, y en el todos se fueron a su casa. Ella iba mirando a su hijo, sintiendo como respiraba y como movía de forma graciosa la pequeña naricita.
Al llegar a casa se dirigió al cuarto de la, del, niño. Aún se notaba un ligero olor a pintura cuando abrió la puerta. Todo lo rosa, salvo las cortinas y un pequeño peluche, había desaparecido, en su lugar predominaba el color azul.
—Gracias, papá —ella supo en ese instante que había sido su padre el que hizo todos esos cambios para que su hija no sufriese más.

Él la beso, le dio una caricia al niño, que ya estaba pidiendo su comida, y se fue a guardar el coche en el garaje. Estaba contento por tener de nuevo a su hija en casa.


Una vez que en el hospital cogió al niño en sus brazos, y le amamantó por primera vez se dio cuenta de todo lo que había hecho mal en esas últimas horas. Se había obsesionado, pero en sus brazos tenía a su hijo, la cosa más hermosa que había visto en su vida. Esos pequeños piececitos, esa barriguita aún con la pinza en el ombligo, esa carita con su boquita, su naricita, sus ojitos y todo tan bonito, y tan... frágil.
Los primeros días, las primeras semanas fue todo de cuento. Regalos y más regalos fueron llegando a esa casa, aunque la mayor parte eran de su padre para la princesa, y para su nieto. Los mimos para la madre y para su hijo. Pero poco a poco la pequeña criatura fue ganando un hueco en la casa, algo que iba desplazando el lugar de la princesa, y eso ella se iba dando cuenta.
Su padre quería aprovechar el buen día que había para sacar a su nieto a dar un paseo.
—Hija, voy a por el periódico.
Y de paso voy a sacar a este peleón que seguro que te tiene la cabeza loca.
—Espera que me voy a preparar.
—No te preocupes, tu sigue ayudando a tu madre que nosotros llegamos enseguida.
—Pero, yo quiero ir contigo.
—Luego sales con tu padre, ahora deja a los chicos que salgan solos un poco. Tú padre sabe cuidar al niño, él siempre te estuve cuidando a ti.
—Pero yo quiero ir con vosotros.—Pero su padre no la espero, y ella se quedo a solas con su madre, muy enfadada y reburdiando.
—Venga hija, deja a tu padre que esté un poco de tiempo con el niño.
—Pero yo quiero que también esté conmigo.

Y así fue pasando los siguientes meses. El niño demandando más atención y ella también demandando más atención.  Hasta que un día llegó y vio a su padre con el pompero haciendo las pompas y viendo como el niño miraba con extrañeza esas pequeñas bolas de colores que se alejaban volando. Y como Coco saltaba a buscarlas para llevarselas.
—¡Coco, ven aquí! —dice de forma enérgica. Pero el perro no le hace caso, intenta coger las pompas, y cuando estallan en su boca se vuelve corriendo hacia donde está el abuelo y el niño.
—Hola hija, mira como se lo pasan estos dos.

Le quita el pompero, lo lanza lejos, y se vuelve a la casa. Su padre se queda mirando con extrañeza como su hija se aleja y golpea con fuerza la puerta del patio.
Los gritos y el portazo asustan a Alba que al llegar al patio le pregunta a su esposo por lo que ha pasado.
—No lo sé.  Yo estaba jugando con el niño y Coco, ha llegado y ha hecho esto.
—Cariño vete a hablar con ella. Se está sintiendo desplazada y necesita que le des tu cariño. La has malcriado y este es el resultado.
—Pero yo... yo la quiero más que a mi vida, y a su hijo, es nuestro nieto.Tiene que comprenderlo.
—Pues ya ves que no. Así que vete a hablar con ella.


Las luces de colores recorren el local, la música mueve unos cuerpos embriagados por el alcohol. Blanca se encuentra en la barra del pub pidiendo una nueva consumición, a su lado dos jóvenes se acercan.

—Hola, Blanca.
—Hola chicos. Cuanto tiempo sin veros.
—Ya te digo.
¿Qué haces por aquí?
¿Quién es esa con la que estás?
—Pues ya ves, descansando un poco en casa de unas vacaciones bien merecidas, este curso ha sido muy duro.
Estoy con mi amiga Maje. ¿No la conocéis?, fue con nosotros al instituto, pero ella estaba en la otra clase.
—Pues no me doy cuenta.
—Venid que os la presento.

Y así los cuatro siguieron disfrutando de la noche, bebiendo, bailando y riendo.
Ella se despierta con los primeros rayos de sol que entran por la ventana. Esa no es su habitación, y a su lado de espaldas el cuerpo desnudo de uno de los chicos. No recuerda como acabó la noche, sabe que es Juan por el color rubio d su 0elo, pero su dolorida mente no le permite sacar más información.
El teléfono empieza a sonar,, son las dos de la tarde, el número que aparece es el de su madre,  pero no desea contestar,  así que lo apaga. 
Se abraza a él sintiendo el calor, y el olor de su cuerpo. Con sus uñas va arañando la piel de su espalda haciendo que se despierte. Él se gira y ella aprovecha para subirse encima. Besa su pecho mientras con su mano acaricia la cara del chico que aún le cuesta reaccionar, aunque su cuerpo si reacciona rápido a estos estímulos.
Ella está ardiendo, deseosa de sexo.Quiere sentir lo que hace tiempo no siente, lo que está noche, por culpa del alcohol, no pudo disfrutar. Y así va mojando con su sexo la piel de su compañero mientras va saboreando todo su cuerpo.
—Dime que me quieres.
—Te quiero—dice él entre ligeros gemidos.
—Dime que me amas.
—Te amo.
—Dime que soy tu princesa, que me querrás toda tu vida, que me cuidaras y me protegeras.
—Eres mi princesa.  Pero deja de hablar y sigue con tu boca.
—Esto no importa.  Lo que importa es que me quieras. Que no me abandones. Que...



#2107 en Novela contemporánea

En el texto hay: amor

Editado: 23.03.2022

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