Cementerio de recuerdos

Capitulo-12-

Elvira llegaba ante la puerta del convento, la última vez que había estado en el tenía trece años, con veinte volvía a pisar ese Santo suelo.

Sintió el calor y el cariño de todas las mujeres que allí vivían. Su mente se lleno de recuerdos de su infancia, de carreras por el jardín, de ocultarse entre las columnas cuando jugaba al escondite, o de las galletas que le daba la cocinera a escondidas de la Madre Superiora. Atesoraba en su mente un millón de bonitos recuerdos que le hacían sentirse bien, y en paz.

Antes de ir a ver a la nueva Abadesa se fueron a rezar. Aún en los peores momentos vividos no había dejado de buscar un momento para elevar una plegaria a su Señor.

Contó a la Madre Superiora, lo mismo que le había contado a Sor Sofía, sobre el abandono de su familia, los malos momentos pasados y el tiempo que pasó en la calle mendigando. Ella le permitió quedarse allí el tiempo que fuera necesario.

 

 

La noche es fría y no del todo silenciosa en este lugar. Su oído está muy afinado de pasar noches en la calle, así que logra escuchar a alguna novicia que se ha levantado para ir al baño, a una hermana haciendo ronda nocturna por los pasillos, y ronquidos que bien parecieran que son de algún animal.

Apenas hace una hora que se ha marchado la Hermana Sofía con la que rezo antes de acostarse. Se le notaba la cara de felicidad de tenerla cerca, y a Elvira también le gustaba estar cerca de ella, el cariño que se tenían era verdadero y mutuo. Pero le cuesta dormirse, aunque está cansada, se ha podido duchar, y ha podido comer un plato decente para cenar. Siente, y sintió, la separación de su amigo Akram, a pesar de ser poco el tiempo que habían convivido.

Durante casi un mes Manuti, Sor Sofía, y sobre todo Elvira, estuvieron curando, y cuidando al chico, hasta que consiguieron que se repusiese.

Ella no podía llevar al convento al joven, no estaba permitida la presencia de hombres, salvo eclesiásticos, o el viejo jardinero. Pero intento ayudarle consiguiéndole un trabajo, que un mes después perdería. Era muy niño y no estaba preparado para una rutina diaria, ni para perder la libertad.

Pero si pudo convencer a Elvira para que pasase una temporada con ella. La niña, ya mujer, no se había adaptado a esa vida de indigencia, y buscaba la protección que le podría dar este lugar. Pero solo era un paso temporal no deseaba ingresar como monja en la Orden, eso es lo que le había dicho a la Abadesa.

 

Antes de que el amanecer llegase a alumbrar con su luz la pequeña ciudad, ya se estaba levantando y vistiendo sus nuevas ropas, las normales de este lugar, el hábito blanco de las novicias que sólo dejaba a la vista la cara y las manos.

En principio sólo las monjas tenían la autorización para salir afuera para hacer sus quehaceres diarios, hacer la compra, ir al hospital para ayudar a los enfermos, o ir a un pequeño albergue donde atendían a los pobres del lugar. Pero en este caso, Elvira si pudo salir, la petición de Sor Sofía a la Abadesa había conseguido que pudiera ir con ella al albergue, y posteriormente a la zona de las chabolas donde había muchos que también necesitaban ayuda. Los había que al no ser de la misma religión, por estar enfermos, o por cabezonería no iban al albergue de las religiosas.

No se asustó al ver la gente necesitada porque ya había convivido con ella, le contaba a la monja como cada noche iba al súper, el vertedero, a buscar comida en la basura. O como tenía que usar cartones para resguardarse de ese frío que llegaba hasta los huesos. Así que veía a esos niños, madres, ancianos, con sus harapientas ropas, con sus cuerpos tan delgados, tan sucios por fuera, pero la gran mayoría tan limpios por dentro, y agradecía a su Señor que le diese la oportunidad de ayudarles. Muchos eran viejos conocidos de Sor Sofía.

—Buenos días hermana—le habla a la monja un anciano que se acerca dando fuertes golpes con el bastón.

—Hola Jeremías. —No era su verdadero nombre, pero con esos pelos y esas barbas se parecía a una imagen que tenían de ese Santo en la iglesia. Un día por error una de las monjas lo llamó por ese nombre, y así se le quedó.

—Me trae usted una monja muy joven.

—No, ella es una amiga, no es monja, se llama Elvira.

—Pero esta vestida de monja.

—Es otro tipo de hábito.

—Pues es una chica muy bonita.

—Es nuestra niña, desde que era un bebé estuvo con nosotros, luego durante una temporada estuvo fuera, pero ha vuelto al hogar con nosotras. — y diciendo esto coge de la mano a Elvira. —Sí, es una chica muy bonita.

¿Qué tal su mujer?, ¿puedo pasar a verla?

—Sigue igual, pero no querrá verla, ya sabe que ella es muy radical y no puede ver a los de su Dios. —y mirando hacia Elvira—Hija, a nosotros los dioses nos han abandonado hace mucho tiempo, así que si una mano amiga me ayuda yo no miro su color.



#2107 en Novela contemporánea

En el texto hay: amor

Editado: 23.03.2022

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